¿Cuántas dietas habrás comenzado sin ningún éxito? ¿Cuántas veces has dicho u oído eso de que ‘es que a mí estas dietas no me funcionan’? O la favorita de los españoles: “Es que tengo el metabolismo lento”. Será por excusas que tratan de justificar un nuevo fracaso a la hora de tratar de adelgazar… Pero el dedo acusador señala a la dieta cuando, realmente, debería estar señalando a uno mismo.

Una dieta correcta y equilibrada, con seguimiento profesional y personalizada, debería funcionar siempre. Las excepciones se cuentan con los dedos de la mano. Es mera matemática: si se ingiere menos de lo que consumimos, el cuerpo tomará la energía de las reservas de grasa, provocando el tan deseado adelgazamiento. Lo contrario sería, sin más, ir contra natura.

Entonces, si es tan sencillo como que 2+2=4, ¿por qué se ha convertido en una lucha titánica en la que, además, siempre somos los que pierden? Sencillo: porque nos lo montamos entre mal y rematadamente mal. Sí, tú, es lo que hay.

¿El único paso para que funcione una dieta? Tomársela en serio. © Nathan Alain
  1. «Por un día, no pasa nada».

Te has tirado bastantes años comiendo todo lo que te ha dado la gana, has engordado y quieres quitarte esos kilos de más. ¿En serio no puedes renunciar a la barbacoa de los domingos durante cuatro meses? “Fijarse en los logros, darnos cuenta de que el objetivo está cada vez más cerca, es el mejor revulsivo para no cortar una dieta exitosa”, explican los psicólogos de Clínica Ravenna Madrid. Hay nutricionistas que ponen dietas en las que se permite una comida semanal muy calórica. Hay un motivo detrás y no siempre tiene que ser nutricional, sino también psicológico, ya que pueden entender que el paciente sostendrá mejor la rutina de la dieta, especialmente si es de larga duración. Sacar por ello la conclusión de que ‘una vez a la semana puedo comer lo que sea porque no se engorda’ es ir muy lejos y una forma de autoengañarse muy peligrosa, porque nos arriesgamos a tirar lo conseguido por la borda.

  1. «Sustituyo la merienda por la cena y cambio la manzana por un kiwi».

Lo más sencillo para una persona que quiere adelgazar es seguir a pies juntillas la dieta que nos ha puesto el médico o el nutricionista, especialmente si se trata de una creada ex profeso para nosotros. Si queremos introducir cambios en los alimentos, lo mejor es tratarlo directamente con el profesional, llegar a acuerdos o que él tenga en cuanta qué alimentos detestamos o nuestros horarios, para confeccionarnos una dieta que, al facilitar las cosas, se convierta también en algo sencillo de llevar a cabo. El experto es el primero que no quiere que su paciente vea la dieta como una tortura. Hacer por nuestra cuenta cambios de alimentos no es buena idea, ya que no sabemos las equivalencias nutricionales, los índices glucémicos, los aportes calóricos… Ni todos los pescados, ni todas las frutas, ni todos los cereales integrales son iguales. Y lo mismo ocurre con el orden de las comidas. Parte del éxito de una dieta, y sobre todo del mantenimiento, es saber ordenarse, y eso implica a las comidas en número y en horas.

  1. «Como casi no como, no hago ejercicio».

Adelgazar es una combinación de dieta y ejercicio. Sí, es cierto que si solo comemos saludablemente, en cantidades pequeñas y sin apenas grasas, acabaremos adelgazando por el mero desgaste del cuerpo con el día a día, pero no añadir ejercicio es un grave error. Esto no quiere decir que tengamos que correr dos kilómetros al día, meternos una hora de elíptica o hacer más clases de zumba que las bailarinas de Daddy Yankee. Igual que un nutricionista nos ha puesto una dieta personalizada, que un preparador físico experto en personas con sobrepeso paute el ejercicio que podemos/debemos hacer, teniendo en cuenta que comeremos al día 1000 calorías, es la mejor de las ideas. “Se hacen ejercicios más sencillos, pero no por ello se trabaja menos la musculatura. Además, se evita el descolgamiento de la piel y que salgan tantas estrías”, explica el entrenador Carlos González.

El ejercicio es tan importante como la propia dieta. © Victoria’s Secret
  1. «Como zero o no suma calorías, da igual».

Sí, es cierto que nadie ha engordado por comer más espinacas al vapor de la cuenta, un vaso de cola Zero de más o echarle todo tipo de especias a un filete de pollo a la plancha. Sin embargo, el riesgo de permitirnos ‘barra libre’ con las comidas acalóricas es especialmente conductual porque este tipo de comidas parecen gozar de un ‘halo saludable’, pese a ser productos altamente procesados en los que algún ingrediente ha sido sustituido por otro, y no precisamente mejor. Además, el éxito de una dieta no es solo adelgazar los kilos de más, sino también mantenernos en ese peso ideal durante el resto de nuestra vida. Así las cosas, educar nuestra relación con la comida mientras bajamos kilos, especialmente en lo que a los tamaños de las raciones se refiere, es la mejor arma para luego mantenernos. Si basta con un plato pequeño de espinacas, dos vasos de refresco zero al día y solo un poco de aliño o especias, para qué seguir jugando a servirnos platos gigantes o beber sin parar bebidas carbonatadas. Se puede convertir en una compulsión que, al final, nos haga volver a caer en lo que nos hizo engordar: comer de más.

  1. «Me ha pasado mi amiga una dieta estupenda…»

Sí, puede que sea estupenda, pero es la de tu amiga, no la tuya. Las dietas deben ser personalizadas siempre, y para ello no hay nada como el que sea un experto el que la prescriba. Lo que a una persona le va genial, puede que no funcione en otra. Del mismo modo, no es de fiar un profesional que nos endilga una fotocopia de una dieta el primer día que vamos a su consulta sin prácticamente hacer otra cosa que pesarnos. Cada caso requiere una observación y un tiempo. Es muy importante recabar la mayor cantidad de datos posible, no solo médicos (antecedentes familiares y personales) sino también relativos a la vida actual del paciente: vive solo, en pareja, con hijos pequeños, hijos emancipados, trabajo por turnos, viajes frecuentes, datos relativos a la actividad física, evolución del peso a lo largo de los años, dietas realizadas con anterioridad, expectativas… Ayudan a proponer una dieta que sea lo más llevadera posible, que permita bajar de peso y mejorar el estado de salud.

  1. «Llevo siete días haciéndolo genial y no adelgazo… ¡a la mierda la dieta!»

Antes de desechar una dieta, respira hondo y tranquilízate. Especialmente en el caso de las mujeres, hay muchos factores por los que la báscula nos ‘engaña’ no permitiendo ver los progresos: tomar medicamentos, tener la regla, volar en avión… son solo algunas de las muchas cosas que nos hacen retener líquidos. El cuerpo sigue perdiendo grasa, pero la aguja de la báscula (¿alguien sigue teniendo una que no sea digital?) no baja por ese líquido que, más temprano que tarde, expulsaremos. Si se convierte en un problema, coméntalo al dietista para que cambie lo que vea necesario para evitar un exceso de retención, pero NUNCA des por hecho que es que la dieta no funciona. En todo caso, hay que analizar antes el porcentaje de grasa corporal.

Claro, maja, ¿ahora te das cuenta?
  1. No tomárnoslo en serio.

Realmente, es la única y más importante razón por la que la mayoría no adelgazamos cuando nos ponemos a dieta. Perder peso es un tratamiento médico como puede ser el de cualquier otra enfermedad. La obesidad debe ser vista como tal y la dieta, el ejercicio y los suplementos que nos indiquen, como las medicinas que van a curarnos. No tomarnos en serio que estamos en un proceso de recuperación de nuestra salud es minimizar un problema que puede generar riesgos mucho mayores. Las dietas no tienen por qué ser aburridas ni imposibles de llevar, y si así fuera, simplemente no pierdas tiempo amargándote por comer lechuga una vez más y la comes pensando en todas las actividades divertidas que harás cuando se acabe el plato. Perder peso no debe ser visto como un capricho estético.