«Quien domina los olores domina el corazón de los hombres», escribió Patrick Süskind en su leidísima novela El perfume. Porque de todos los sentidos, el olfato es quizá el de mayor capacidad evocadora: con el paso del tiempo, podremos desdibujar los rasgos de aquellos a los que amamos; quizá no recordemos todos los matices de sus voces o nos sea imposible reproducir con detalle la textura de su piel. Sin embargo, bastará volver a oler su perfume para recuperar las vivencias que compartimos con ellos. ¡Que se lo digan a Marcel Proust y al aroma de su famosa magdalena! El arte conecta con nosotros mediante la emoción, entonces ¿cómo no iban a encontrar inspiración en el perfume escritores, pintores, cineastas o músicos?

Poesía y aromas han sido un tándem perfecto desde la época clásica. El griego Homero, en su Odisea, cuenta cómo Circe retiene en su isla a Ulises gracias a “sustancias aromáticas embriagadoras”. Otro heleno, Eurípides, saludaba a la diosa Diana, reconociéndola por su fragancia… Sí, mucho antes de que las grandes firmas de cosmética desearan que regaláramos eau de parfum por Navidad, ya sabían que nuestro olor nos define, y que el olfato es capaz de conservar en el cerebro lo más personal de nuestro ser. El poeta latino Catulo lo tenía clarísimo: “Y te daré raras esencias que Amores y Gracias regalaron a mi amada; tan dulce es su aroma que suplicarás a los dioses que el tacto y el gusto desaparezcan en el olfato y todo tu ser se convierta en nariz”. Reservado en la antigüedad a rendir culto a los dioses, está claro que pronto afeites y esencias se convirtieron en arma de seducción muy humana. De eso sabía mucho Cleopatra que, en su primera entrevista con Marco Antonio a orillas del Nilo, no dudó en perfumarse con esmero… Muchos siglos después, en la Inglaterra isabelina, Shakespeare utilizó este aromático encuentro para narrarlo en una de sus tragedias. Y hablando del autor de Hamlet, su obra está llena de referencias olfativas: almizcle, algalia, violetas… y, por supuesto, la reina de las flores, protagonista de uno de sus Sonetos: “Bella parece la rosa, pero más bella la juzgamos por ese dulce aroma que vive en ella”.

© Getty Images
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Pero si hay un poeta capaz de transmitir con palabras las evocaciones que las esencias pueden originar, es Baudelaire en sus Flores del mal. Por algo incluyó en su libro un poema llamado, expresamente, El perfume. Ese mismo título, 128 años después (en 1985), sería famoso en todo el planeta gracias a la novela de Patrick Süskind, llevada después al cine: la inquietante historia de un asesino en serie que busca apropiarse de la esencia de las mujeres a las que mata. Pocas obras de la literatura han tenido el don de sugerir tanto olfativamente a sus lectores con tan solo pasar las páginas.

De igual modo, la pintura también ha encontrado inspiración en los aromas: desde los papiros egipcios que muestran a sacerdotes y esclavos preparando afeites para dioses y faraones, hasta los frescos de las casas y termas romanas. Y siglos después, imposible no recordar a renacentistas como Botticelli que sigue logrando que quienes contemplamos su Primavera “percibamos” el aroma de las flores o del mar, si hablamos de El nacimiento de Venus… Parecida sensación experimentamos ante los cuadros de los impresionistas, con sus campos de lavandas, amapolas y girasoles. Y frente a los retratos femeninos de los prerrafaelitas (Dante Gabriel Rossetti, Lawrence Alma-Tadema, John Everett Millais…): mujeres bellísimas, con largas cabelleras de las que parecen emanar toques de almizcle, rosas, lilas o iris.

Escena de bosque, de Claude Monet ©Corbis
Escena de bosque, de Claude Monet © Corbis

Decía Coco Chanel que “una mujer sin perfume es una mujer sin futuro”. Quizá por esa razón las heroínas de la gran pantalla también han sucumbido a los placeres olfativos más sofisticados. Una de ellas es Holly Golightly, la protagonista de Desayuno con diamantes: una chica sin pasado –pero sí con muchísimo futuro y, sobre todo, estilo– que guardaba su frasco de parfum ¡en el buzón! O Amelie Poulin, fiel al perfume milanés Eau de Plaisir, tan romántico y lleno de allure como ella misma. Fragancias que despiertan la fantasía dentro de envases igual de mágicos. ¿Cómo no iban a ser objetos artísticos en sí mismos? Los esencieros de cristal creados por René Lalique o por la firma Baccarat ocupan los estantes de museos como el Victoria & Albert (Londres), el Fragonard Musée du Parfum (París) o el Museo Art Nouveau y Art Déco-Casa Lis (Salamanca). Y los surrealistas, amantes del fetichismo de los objetos, tampoco podían dejar pasar la ocasión de crear algunos de los envases más oníricos y fascinantes que cualquier mujer podría tener en su tocador.

Amelie, fiel a su perfume. © Fotograma de 'Amelie' (2001).
Amelie, fiel a su perfume. © Fotograma de ‘Amelie’ (2001).

Salvador Dalí ideó el perfumador de Le Roi Soleil para la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli quien, a su vez, creó –junto a su colaboradora Leonor Fini– uno tan chocante como el propio nombre del perfume que contenía: Shocking. Inspirado en el cuerpo de una actriz icónica de la época, Mae West, su estela ha llegado hasta nuestros días a través del homenaje que le rindió Jean Paul Gaultier con su fragancia Classique.

“El perfume es el mejor mensajero de los recuerdos y de los instantes de felicidad”, Dalí.

“El perfume es el mejor mensajero de los recuerdos y de los instantes de felicidad”, aseguró Dalí. Quizá por eso (y por su alta capacidad para ver lo que era rentable en el mercado), el genio de Figueras dio nombre a una línea de perfumes embotellados, claro está en sus propios diseños: uno de ellos, basado en los labios y la nariz de Afrodita que pintó en Aparición del rostro de la Afrodita de Cnido en un paisaje. Desde luego, más asequible comprarse una fragancia que un cuadro…

Ilustración de Fred Pegram © Cordon Press
Ilustración de Fred Pegram © Cordon Press

Que los perfumes venden es algo que a ninguna firma cosmética se le ha pasado por alto. Por eso, ya desde el nacimiento de la publicidad, en el siglo XIX, las marcas comenzaron a luchar entre sí para captar compradores para sus aromas. Y, a falta de televisión, cine y redes sociales, no podía haber mejor reclamo que un sugerente cartel. La Belle Époque consagró la tendencia y el arte de los maîtres perfumeurs se alió al de los ilustradores. A partir de entonces, grandes dibujantes unieron sus nombres a firmas perfumistas. Inolvidables las colaboraciones de René Gruau y la maison Christian Dior; de Rafael de Penagos y Federico Ribas para Gal; de Salvador Bartolozzi y Floralia; Roberto Baldrich para la Perfumería Calbet, y Eduardo Jener para Myrurgia. Todos ellos crearon imágenes icónicas que, a pesar del paso del tiempo, permanecen inalterables en la memoria.

¿Y cómo una emoción tan etérea como la de un perfume no iba a estar presente en un arte como la música? Y no nos referimos a todos esos cantantes empeñados en dejar su huella (o mejor dicho, su nombre) en una fragancia propia, sino a las canciones que han encontrado inspiración en un agradable olor. Desde La flor de la canela, con sus “jazmines en el pelo y rosas en la cara”, a Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat, y Scarborough Fair –interpretada por Simon & Garfunkel– que rinde tributo a hierbas aromáticas como la salvia, el romero y el tomillo. Sin olvidar temas más recientes como Smells Like Teen Spirit, de Nirvana; Candy Perfume Girl, de Madonna, o Perfume, de Britney Spears. Aunque, si nos tuviéramos que quedar con un título, sería Something Stupid, de Frank y Nancy Sinatra, una de las más bonitas canciones de amor en la que “tus perfumes llenan mi cabeza”. Exactamente igual que sucede con el mejor de los aromas.

Artículo publicado originalmente en el número de Navidad 2015 de Shopping&Style, suplemento de El País.