Por Rosa Alvares /Estilismo: David García Miras y Sofía Stein / Maquillaje: Natalia Belda

Hay personas que tienen el don de aportar paz allá donde van, que contagian a los demás una alegría que nada tiene que ver con la risa fácil, sino con una forma sosegada y optimista de ver el mundo. Adriana Ugarte es una de ellas. Llega a nuestra sesión con la cara lavada. Guapísima. Muy cercana, sin un atisbo de divismo –a pesar de ser una de las actrices con mayor éxito de público y crítica en nuestro país– y con una cabeza muy bien amueblada. Poco a poco, está creando una sólida carrera que incluye series televisivas, como La señora o El tiempo entre costuras, y películas como Palmeras en la nieve (que estrena el 25 de diciembre) o Julieta, dirigida por Pedro Almodóvar.

Sí, es una estupenda actriz; pero, sobre todo, una persona capaz de implicarse en los problemas de nuestro mundo, en hacer más feliz la vida de quienes la rodean, de seguir como un mantra vital el consejo que le dio su madre cuando supo que quería dedicarse a la interpretación: “Trátalo con la seriedad de un juego”.

© Juan Manuel Macarro
Adriana se viste para las fiestas con vestido de Andrew GN; collar en oro blanco, turmalina verde, iolita, zafiros azules, granates tsavorita y diamantes, de la colección Peacock de Carrera y Carrera. © Juan Manuel Macarro

Has dicho que Palmeras en la nieve –basada en la novela de Luz Gabás– te ha cambiado la vida. ¿En qué sentido?
Todos los papeles me cambian de alguna forma. No es que al terminar de rodar sea otra Adriana, porque eso sería demasiado; pero supongo que cada trabajo, como si yo fuera una especie de Lego, me va cambiado dos, tres piezas, y me va moldeando. Sobre todo, desde el punto de vista de la tolerancia hacia los demás. Meterte en la piel de otra persona hace que te conviertas en su abogado para poder comprenderla. Los personajes te cambian porque te hacen plantearte una realidad diferente, te obligan a estar en la situación de aceptarlos. A toro pasado, negocias y te quedas siempre con algo de ellos, algo que no te habrías planteado si no hubieras trabajado ese personaje.

Supongo que tienes que evitar prejuzgar al personaje. Habrá algunos que te gusten como actriz, pero no como persona…
Sí, pero tienes que despojarte de todos los prejuicios y pensar que lo que hace cada persona forma parte de su necesidad. Entonces los comprendes desde esa necesidad. Y te haces más tolerante.

Clarence, tu personaje, hace un viaje físico a Fernando Poo, donde su familia trabajaba en una plantación de cacao. Pero  también es un viaje espiritual, interior. ¿Cómo has vivido tú ambos periplos?
Para mí había un tercer viaje, porque el interior se dividía en dos: uno para resolver las cuestiones de su padre y de su tío; otro que ella no esperaba: una especie de viaje catártico, en el que se libera de un bloqueo, del malestar de vivir que tiene. Para mí, también lo fue. De entrada, soy alérgica a las picaduras de mosquitos; me picaron 24 en Colombia, donde rodamos, y tuve que estar con antihistamínicos con cafeína… Eso sí, es una maravilla poder rodar en lugares así porque puedes meterte en sitios a los que viajando como turista no llegarías. Te conviertes en una especie de explorador y eso es una gozada. ¡Hasta te dan igual los mosquitos! También lo viví como viaje interior. En mi caso, no para resolver dudas familiares, sino llevar a cabo la interpretación de un personaje. Luego hubo otra misión inesperada para mí, que era enfrentarme a gestionar mi energía, sentirme agotada y reinventarme cada día. Muchas veces encuentras en los paisajes esa energía, una extraña fuerza que tiene que ver con el Guardián de la Isla del que se habla en la película, con una energía que parte del silencio, de escuchar. Fue un viaje que me llevó a buscar respuestas más dentro de lo que esperaba. De repente, dejé de preguntar y de pedirle al mundo respuestas, y me limité al paisaje y a la voz interna. Fue una experiencia de rodaje muy espiritual.

'Palmeras en la nieve', la última película de Adriana Ugarte, ya está en cines.
‘Palmeras en la nieve’, la última película de Adriana Ugarte, ya está en cines.

Esta película solo se puede interpretar desde los sentimientos, porque a nivel emocional suceden cosas muy intensas…
Para mí este personaje era un reto. Estoy acostumbrada a encarnar papeles muy pasionales, pero que gestionan bien sus emociones y que no tienen problemas a la hora de exteriorizarlo. Clarence era alguien con un bloqueo personal y físico, parece que tiene una relación extraña con su propio cuerpo, con sus emociones… tiene algo de tensión. Y eso me gustaba. Tanto como que a ella le gustara trabajar su feminidad, que se presentara como una especie de Lara Croft, endurecida, con un físico como si estuviera capado. Me gustaba que el proceso fuera como una vuelta a la vida, una especie de conexión cuerpo y alma. Para mí era complicado porque tenía que atar las emociones para que esta revelación de su nueva vida tuviera verdad. Ha sido trabajar un personaje del frío al calor, y ha resultado muy gratificante.

Palmeras en la nieve es la historia de una familia, de una época que acaba y de unos secretos durísimos. ¿Tú crees que bucear en la vida de nuestros antepasados te permite vivir un futuro más libre?
Yo creo que sí, pero con respeto y sin pasarnos. Está bien buscar respuestas cuando uno nota que la espalda le pesa demasiado, o cuando es la sociedad quien las requiere. Aunque también hay determinados secretos que se merecen seguir siéndolo.

Mini vestido con pedrería de Blumarine; zapatos de Christian Louboutin; pendientes de Joaquín Berao y sortija en oro amarillo, rubí y diamantes de Carreray Carrera.
Mini vestido con pedrería de Blumarine; zapatos de Christian Louboutin; pendientes de Joaquín Berao y sortija en oro amarillo, rubí y diamantes de Carrera y Carrera © Juan Manuel Macarro

En tu pasado familiar hay una figura interesantísima, Eduardo Ugarte, mano derecha de Federico García Lorca en la compañía de teatro La Barraca y estrecho colaborador de Buñuel. Eso también tiene mucho que ver con la memoria histórica…
Sí, era mi tío bisabuelo. Precisamente, he podido bucear en la historia de mi familia a través de un documental que se ha rodado sobre él, Las Hurdes, tierra con alma: una reflexión sobre el esfuerzo de Luis Buñuel de poner compasión y hacer una llamada de atención sobre una tierra oprimida como esa en su película Las Hurdes, tierra sin pan.

Adriana, tu carrera no tiene fisuras. Empezaste poco a poco, y la vas desarrollando de un modo inteligente.
Gracias, pero yo sí creo que hay fisuras, aunque estas también resultan positivas, porque a través de ellas también entra oxígeno. No tengo prisa. Amo mucho esta profesión, y la respeto. Ser famosa no es un objetivo: la fama es consecuencia inevitable del trabajo que amo. Por eso la acepto. Esto funciona como las relaciones de pareja, porque así veo mi trabajo. Si lo que prima no es el interés sino el amor, las relaciones funcionan bien, siguen adelante.

En la imagen, vestido de Delpozo y zapatos de Christian Louboutin. © Juan Manuel Macarro
En la imagen, vestido de Delpozo y zapatos de Christian Louboutin. © Juan Manuel Macarro

¿Y cómo lleva tu familia que seas actriz?
Lo llevan bien y me apoyan, pero ellos –que son unos padres muy protectores–  lo sufren porque miran más allá y me querrían ver como una abuelita que ha conseguido su propia casa, que ha podido tener hijos, nietos, estabilidad, que la profesión no la ha machacado, que no ha perdido la cabeza…

Eres joven, te dedicas a la interpretación, tienes éxito… Supongo que es fácil crecerse. ¿Qué es lo que te ata a la tierra?
Tengo muchos apoyos. Mi familia, mis profesores (estudio Filosofía), mis amigos de toda la vida. Me recuerdan siempre quién es la Adri de siempre, que es la que tiene que seguir siendo, que es la que quiero ser. También hay un ejercicio diario de tomar conciencia de quién eres, de cómo va cambiando la vida, pero cómo debe permanecer una esencia, que es la nuestra. Porque todo va muy rápido. Es importante tomar conciencia de por qué estás aquí y cuáles son tus motivaciones, qué te liga a la profesión que elegiste. Luego hay libros que te apoyan, como Cartas a un joven poeta, de Rilke, que me ayuda muchísimo.

© Juan Manual Macarro
© Juan Manual Macarro

Parte de esa repercusión mediática que tiene tu trabajo, la reinviertes en proyectos solidarios, como Stand Up For African Mothers. ¿Por qué esta causa?
Hay muchas causas que me mueven, y si no colaboro con más es porque no tengo tiempo material. Esta era especial porque creo que uno de los momentos más cruciales de una persona es el nacimiento. Me parecía muy potente ver cómo en el mismo momento de llegar al mundo, se encuentra la muerte: que el momento más feliz de una madre sea dar a luz, y que en ese instante ella pierda la vida, trayendo otro ser al mundo. Es algo antinatura… Las mujeres en África no saben si el niño va a nacer malito, con malformaciones, si va a morir al mes… No saben siquiera si va a nacer. Ni si ellas seguirán vivas para cuidarlo. Por eso era importante volcar todo mi esfuerzo en formar matronas que velaran para que las madres pudieran dar a luz y que se les garantizara estar vivas para cuidar a esos hijos. ¡Qué menos!

¿Crees que la unión de las mujeres hace mejor la sociedad? ¿Cómo te llevas con ese nuevo feminismo en el que no están excluidos el lápiz de labios y los tacones?
Me gusta este feminismo del que hablas. Me parece que no está reñido con la feminidad, igual que esta no está reñida con ser hombre o mujer. Es importante que las mujeres estemos unidas, y que nos pintemos los labios de rojo y nos pongamos tacones porque nos apetece a nosotras, no para que nos miren ellos. Es importante que empecemos a hacer las cosas por nosotras: que no haya una esclavitud por parte de nadie, sean parejas heterosexuales u homosexuales. Lo que más pena me da es que este machismo se ejerce por un gran número de mujeres. Estoy cansada de presenciar conversaciones en las que ellas dicen: “Qué mono está mi marido con canitas”, y al segundo siguiente se echan las manos a la cabeza porque a ellas se les ve la raíz. Nos estamos censurando, nos cortamos las alas desde adolescentes, cambiamos nuestra fisonomía, nuestra naturaleza. Hay tantas cosas que, automáticamente, van en contra de lo que somos…

vestido de Just Cavalli, sortija, pendientes y gargantilla en oro rosa de 18 quilates con madreperla y pavé de diamantes. de la colección Serpenti de Bvlgari. © Juan Manuel Macarro
En un ambiente festivo de tonos empolvados, Adriana lleva vestido de Just Cavalli, sortija, pendientes y gargantilla en oro rosa de 18 quilates con madreperla y pavé de diamantes. de la colección Serpenti de Bvlgari. © Juan Manuel Macarro

2016 traerá el superestreno de Julieta, de Almodóvar. ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Tan intensa como dicen todas las actrices que han trabajado con él?
Intensísima, profunda, muy exigente, y también muy premiada. Creo que Almodóvar te pide todo, hasta la extenuación, pero te acompaña en el camino: él se agota contigo. Es superexigente; sin embargo, él también se exige. Y eso mola.

¿Te da vértigo pensar en la repercusión internacional que conlleva trabajar con él?
Nunca sabes… Es cierto que genera siempre consecuencias, pero lo que más me importa es, sobre todo, el tipo de película que hemos hecho: muy dramática, de vuelta a los orígenes y con un tono mucho más sobrio y más austero que otras pelis suyas que yo había visto. Es el drama de una mujer, y me gustaría que gustara. Y creo que puede llegar a públicos de distintos países. Esto es lo que más me importa, el alcance que tenga.

¿Y, además de ese éxito, qué le pides al año que está a la vuelta de la esquina?
Paz, le pido paz. Que quien sea entierre las armas de una vez. Porque vale lo mismo una vida en Siria que una vida en París, Portugal, España, Grecia… Todas son igual de valiosas. Que paremos ya, por favor.

Artículo publicado originalmente en el número de Navidad 2015 de Shopping&Style, suplemento de El País.