Decía J.M. Barrie, autor de Peter Pan, que los niños corren las aventuras más raras y asombrosas. Y la niña Elena Anaya no iba a ser diferente… Con una imaginación prodigiosa –a la que su madre, cómplice, concedía absoluta carta de realidad– el verano era la mejor época para emprender insólitas peripecias en las que todo era posible. Hasta que la finca familiar en Palencia se convirtiera en una llanura africana por la que los elefantes campaban a sus anchas… Ha pasado el tiempo; sin embargo, la adulta Elena Anaya aún conserva el don de la fantasía, y la comparte con el público en cada uno de sus trabajos. Como en Wonder Woman, la película que ahora presenta y donde da vida a una villana de esas que nos hacen temblar en la butaca.

“Tengo uno de los mejores regalos que pudieron hacerme mis padres: dedicarme a lo que más me gusta”. © Gianfranco Tripodo / Estilismo: Victoria Zárate

Eres una actriz que defiende su intimidad sobre todas las cosas. ¿Debe un actor mantener esa privacidad para que los demás nos creamos los papeles que interpreta?

Para que el espectador se crea la ficción, tiene que tener enfrente un buen trabajo, independientemente de que sepas de nuestra vida o no. He visto a Meryl Streep durante siglos y me la sigo creyendo. ¿Por qué? Porque es impecable, aunque yo no sepa si tiene hijos o no los tiene. La intimidad de cada actor es decisión suya. Desde que empecé a trabajar, con 18 o 19 años, me parecía muy importante mantener esa privacidad porque mi exposición pública, que está en cada uno de mis trabajos, ya es brutal y suficiente. Lo interesante es que, con nuestro trabajo, el público se emocione, se enamore, nos odie o nos tenga miedo, sin importar la vida privada de esa persona.

 

En alguna ocasión has dicho que vives la actuación como un camino virgen, salvaje. ¿Te gusta salir de tu zona de confort?

Por supuesto. Elijo los trabajos por las historias más que por los personajes que me toca interpretar. Si además el papel tiene algo interesante, mucho mejor. Y lo que más me seduce como actriz es el reto, no tener ni idea de cómo se interpreta, por ejemplo, a una mujer a quien le falta parte de la boca porque se la ha quemado probando sus propias pócimas. Cuanto más lejano a mí esté el personaje, cuantos más quebraderos de cabeza me provoque, más apetecible me resulta, más recorrido tengo que hacer en inventarme esa vida suya anterior, aunque no se vea ni afecte al guión. Tengo que saber quién es, cuáles son sus raíces, por qué actúa como lo hace. Necesito buscar, ir a lo más profundo de su persona para que, cuando yo lo encarne, sea creíble para los demás.

 

Los actores sois como médium que prestáis vuestros ojos, vuestras manos a los personajes. ¿Eso pasa factura?

Somos un vehículo, sí. Pero no siento que pague ningún peaje. Ganas experiencia, sabiduría de haber vivido una vida que no es tuya. Y, como es ficción, estás a salvo, tu vida no peligra. Imagínate que te pasa lo más terrible que te puede suceder, que tienes que defender tu vida como nadie… Sin embargo, cuando acaba todo, te vas a casa… y quizá el frutero te conteste mal. Pero tú sabes cómo salir de esa, porque el día anterior, por ejemplo, te han hecho una operación de cambio de sexo en tu contra.

 

Actuar te sirve para relativizar la vida…

Absolutamente, y también para observar la realidad desde una perspectiva muy interesante: la de esas otras mujeres que, de alguna manera, habitan en mí durante un proceso creativo. Es verdad que, al principio, cuando empecé a estudiar con mis maestros, esto me impresionaba mucho, porque eso que dices de que somos un poco médium asusta. Date cuenta de que, de repente, entras en una ficción en la que no solo debes prestar tus ojos o tu cuerpo al personaje; también tienes que prestarle tu corazón y tus emociones. Tienes que buscar porque yo no sé lo que es que me hayan secuestrado, estar siete años sin poder llamar a mi madre para decirle que estoy viva; ni siquiera hay algo parecido en mi vida. Sin embargo, debo indagar para ver qué puedo yo poner a favor de la historia, qué puede conectarme con algo. Mi caja de herramientas solo está llena de emociones, recuerdos y experiencias reales vividas por mí, no por mis personajes. De algún modo, es como poner sucursales expresivas que, a lo mejor, no tienen nada que ver. Pero, de repente, encuentras algo y dices: “Por aquí va”. Puede ser la cosa más remota, algo que olvidaste. Ahora bien, eso puede dar luego sentido a esa persona que está ahí, secuestrada desde hace siete años.

Elena, siempre dispuesta a prestar sus ojos y su corazón a sus personajes. Lleva camiseta, de Dior. © Gianfranco Tripodo / Estilismo: Victoria Zárate

Esa caja de herramientas de la que hablas está llena de fantasía. Creo que tus padres propiciaron siempre que dejaras volar la imaginación, ¿verdad?

La fantasía entraba por la puerta principal de nuestra casa. Y eso es lo mejor que te puede pasar. Tuve la mejor infancia que jamás podría soñar. A mis hermanos y a mí, ms padres nos abrieron todas las puertas de la imaginación, nos enseñaron a no cerrar ningún impulso creativo que surgiese en nosotros. Yo soy de Palencia, y no conocíamos a nadie que se dedicara a la actuación; tampoco había escuelas de interpretación, y menos para niños, pero yo quería ser actriz. Y mi madre me dijo: “¡Por supuesto!”.

 

¿Quisiste dedicarte a esto desde siempre?

Me costó verbalizarlo porque no se trataba de una carrera al uso. Mis padres nos dieron la libertad para asumir ese don o ese instinto artístico. Y eso que entiendo que resulte complicado para unos padres asumir que sus hijos quieran dedicarse al arte: prefieren que tengas un trabajo fijo, que todos los meses dispongas de un sueldo… De hecho, a mí me dieron una hipoteca porque, al principio, me ayudaron. Vas al banco a pedir un crédito y te piden una nómina. Y no puedes contestarles: “¿Ha visto mi última película?” No tengo una estabilidad laboral, pero sí tengo uno de los mejores regalos que me han hecho mis padres: poder dedicarme a aquello que más me gusta. Es cierto que mi trabajo me quita muchas horas, pero también me proporciona muchas satisfacciones. Unas ocasiones, trabajo; otras, no. Sin embargo, cuando trabajo, aunque esté 20 horas dedicada a eso y no me dé tiempo para nada más, siento una satisfacción inmensa: podrá haberme ido bien o mal, pero he podido ir hacia donde creo que debo.

 

Haber tener un hijo hace solo unos meses, ¿te ha hecho recuperar esa fantasía de la infancia?

La verdad es que ese espíritu siempre me ha acompañado. Mi infancia me emociona, es inolvidable, lo que ha hecho que sea como soy. Cada día de vida te vas transformando, vas aprendiendo cosas impresionantes, no eres hoy la misma de hace un año… pero los cimientos de quién soy, de cómo amo, de cómo veo el mundo, de cómo comprendo los valores principales, me los enseñaron mis padres y mis hermanos en mi infancia. Fui una niña muy feliz. Jugaba mucho con mi madre [con mi padre también, pero él estaba menos por su trabajo], no sabes la de cosas que hemos hecho. Tengo unos álbumes de fotos envidiables. ¡Y no lo digo por vacilar! Lo cuento con mucha satisfacción, como un tesoro que sé que me va a acompañar siempre.

“Con la maternidad, todo adquiere otra dimensión. No me cabe el corazón de lo feliz que soy”.

Ahí es donde está la base de tu búsqueda como actriz…

Esa es mi vida, ese es mi trabajo. Todas las personas crecemos jugando, y así aprendí a hacerlo cuando era pequeña: me dejaban ser todo, me fomentaban todo tipo de imaginación. Recuerdo que en la finca que teníamos me subía a un árbol, un cerezo, atada con un arnés. Un día mi madre me dijo: “Ya llegan los elefantes”. Y yo pensé: “Lo que me acaba de largar…”. Me pasaba las horas muertas allí, comiendo cerezas verdes porque no tenía paciencia para que maduraran. ¡Luego me dolía la tripa! Desde allí se veía toda la finca y pensaba que también sería posible ver llegar a los elefantes. Y todos los veranos subía para esperarlos… ¡y vaya si los veía! Aquello sí que era un ejercicio de improvisación.

 

Elena, ¿la maternidad te ha hecho cambiar?

La vida adquiere otra dimensión: es lo más maravilloso que me ha ocurrido nunca, es lo mejor que he hecho nunca, y bueno… no me cabe el corazón de lo que me late y de lo feliz que estoy. Imagino que afecta a todo, desde cómo vives el trabajo e interpretas, hasta cómo compras el pan.

 

Ahora cumples 42 años. Según vas haciéndote mayor, hay pérdidas, pero también vives de una manera más rica. Como actriz ¿también es así?

¿Quieres decir qué pasa cuando dejan de llamarte? Aún no me ha pasado, pero cuando ocurra te lo contaré. A mí todavía me hacen ofertas, puedo seguir haciendo lo que más me apetece. Sí te puedo decir que, como espectadora, me impacta muchísimo ver a una persona crecida y vivida, que te produce emoción sin que abra siquiera la boca: puedes leer en su mirada, en su cuerpo y en su expresión todo lo que está pasando. Eso también ocurre en la vida, pero cuando lo ves en pantalla grande, y te emociona, y te atraviesa el alma, me parece precioso. Y cuando sucede con actores que tienen más años, más experiencias de las que han vivido otros, me impresiona aún más. Además, ver a actores muy mayores que siguen dedicándose a su oficio con tanto amor es un ejemplo para toda la sociedad. No piden la jubilación a los 64 años, piden que les dejen un hueco, que les permitan seguir haciendo lo que más aman en el mundo hasta el día que no puedan más. Es la demostración de cómo la elección de un oficio con pasión puede darte mucho.

A Elena le gusta interpretar personajes que se alejan de su propia vida. Aquí posa con camisa de rayas, de Reiko, y falda, de Loewe. © Gianfranco Tripodo / Estilismo: Victoria Zárate

Eres una actriz comprometida con muchas causas aunque, siguiendo tu habitual discreción, no haces alarde de ello. Sé que te importa mucho el tema medioambiental.

Estamos aquí de paso, el planeta no nos pertenece, solo nos lo han prestado. Y está muy enfermo. El calentamiento global es un hecho. Parece que ya nadie habla del tema, que aburre… pero el asunto va a más, y se nos acaba el tiempo. Aunque nuestra generación aún puede remediarlo; la siguiente, no. Tuve la suerte de encontrarme con un equipo de Greenpeace que quería que yo les apoyase en una campaña, Salva al Ártico. Porque es el océano más desprotegido del planeta: está siendo explotado por las compañías de gas, está siendo atravesado por empresas de transportes, se está deshaciendo completamente… Su agua es de todos, pero no está protegida por nadie. Necesitamos el Ártico porque lo que ocurre allí nos afecta a todos. Por eso pido que se firme la campaña Salva al Ártico. Hay más de siete millones de firmas recogidas en todo el mundo y necesitamos que se siga sumando gente.

 

También colaboras con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Con ACNUR me pasó lo mismo que con Greenpeace: me encontré por casualidad con la representante en España, les pregunté cómo podía colaborar, y me propusieron ir a Etiopía para visitar varios campos de refugiados. Fernando León de Aranoa dirigió allí un documental maravilloso, Welcome to my country. A través de unas piezas cortas, cuenta el viaje de una persona que va a un país que no existe, que no está en los mapas, que no tiene moneda propia, que no tiene bandera, un país en el que para entrar no es preciso llevar pasaporte. Solo necesitas haberlo perdido todo. Cuando hicimos ese vídeo, ese país inmaterial lo habitaban 45 millones de personas: hoy esa cifra se acerca a los 60 millones. Es terrible. Se nos olvida que nuestros abuelos tuvieron que pedir asilo, y recibieron ayuda. Ahora oyes cada comentario en la calle… y los gobiernos no hacen nada.

 

¿Consideras que, como personaje público, tienes mayor responsabilidad por denunciar estas causas?

No me siento más responsable por el hecho de ser actriz, lo haría exactamente igual si fuera educadora social, jardinera… o si me dedicase a las finanzas. Cuando voy al centro de ayuda al refugiado en Madrid y meriendo con la gente, ellos no han visto Van Helsing ni otras películas mías. No tienen ni idea de quién soy y, si lo saben, les da igual porque nunca han ido al cine. Soy una persona más, como cualquier otra, que acude allí y se va más llena que nadie gracias a todo lo que recibe de esta gente que tiene unas vidas que no son ficción. Ojalá algún día sí que lo fuesen, porque la realidad no puede ser tan cruel.

 

Hablando de ficción, estrenas Wonder Woman.

Esta historia me llegó hace un año y medio. Me dijeron que Patty Jenkins, la directora, quería conocerme en Londres: cuando nos encontramos, me pareció una mujer impecable y súper apasionada a la hora de contarme este gran proyecto de Warner. Llevan más de 70 años queriéndolo hacer, pero nunca hasta ahora habían considerado que una mujer sola soportara el peso de una peli de superhéroes. Me pareció fascinante lo que quería hacer y le dije: “Lo que quieras, como quieras”. Solo puedo contar que mi personaje se llama Doctor Poison [Doctora Veneno], que ha conseguido ese nombre por méritos propios y que está desarrollando una nueva arma letal.

O sea, que en esta ocasión eres villana, villana…

Pues sí… ¡pero no te puedo decir nada más!

 

También tienes pendiente de estreno La cordillera, una película dirigida por Santiago Mitre, con Ricardo Darín.

Santiago me llamó para ofrecerme un papel pequeñito en una historia muy complicada, pero muy actual. Es un gran director de actores, que cuenta historias fascinantes, así que acepté nada más leer el guión. Trata sobre una convención de altos mandatarios de Sudamérica para alcanzar un acuerdo petrolífero. Darín es el presidente de la República Argentina, lleva pocos meses en su cargo, y ahí se ve todo lo que ocurre detrás de la sala, cuáles son los hilos que mueven el poder. Yo hago de periodista, y reconozco que me he divertido mucho, me ha encantado la experiencia. El verano pasado tuve la suerte de leer mucho a Oriana Fallaci; bueno, de hecho, me volví un poco loca con ella. No había leído ningún libro suyo, y me pareció una mujer con una valentía, con una fortaleza, con una determinación por contar cómo el poder en manos de unos determina la vida de todos los demás… Eso me interesó mucho, y me ha servido un poco de inspiración.

 

¿Y de qué modo logras desconectar de los personajes?

Reconozco que cuando empecé a estudiar, me costaba salir de ellos, me quedaba pellizcada, había algo que no acababa de soltar. Entraba en un estado emocional complejo y, cuando practicaba una escena en la que me sucedía algo, me quedaba un poco trastornada. Llevaba un lastre que me costaba soltar. ¿Que cómo he solucionado eso? Pues practicando… hasta que alcanzas la disciplina de entrar en la ficción y salir indemne, protegida. El alma siempre queda salpicada, pero no todas las salpicaduras son manchas que no se quitan: también las hay que te dan luz y mucha experiencia. Y, cuando el enganche es un poco más fuerte y no puedes hacerlo tú sola, la vida, tu gente, tu familia te ayudan. Porque ellos son la realidad, quienes hacen que todo lo demás se quede en las páginas de un guión.

 

Y después del trabajo, ¿cómo te planteas el verano?

¡A mí me encanta! De nuevo, vuelvo a mi infancia, que está llena de momentos maravillosos, en especial, cuando no teníamos que ir al colegio. Yo odiaba ir al cole y tener tres meses para mí era lo más. ¡Me lo pasaba bomba, no me aburría ni un segundo! Así que ahora me encanta que haga buen tiempo, soy de calorcito; me gusta ver a la gente en la calle y, cuando tengo oportunidad, me encanta viajar, escaparme y estar en contacto con la naturaleza, y con lo que ocurre, con el instante, con el aquí y ahora. Y dejarme llevar por el devenir de la vida…

Elena es una de nuestras actrices más internacionales. Buena prueba de ello es su participación en Wonder Woman, donde da vida a la villana Doctor Poison. © 017 WARNER BROS. ENTERTAINMENT INC. AND RATPAC ENTERTAINMENT, LLC/ Clay Enos/ TM & © DC Comics

Acaba nuestra sesión de fotos y Elena Anaya regresa a su realidad cotidiana que, por cierto, tiene muy poco que ver con el brillo de los focos o los posados sobre la alfombra roja. La espera un bebé simpatiquísimo con el que, con toda seguridad, vivirá nuevas y asombrosas aventuras estivales. La niña que contemplaba la llegada de los elefantes subida en un cerezo estaría muy orgullosa de la adulta en la que se ha convertido.

Este artículo se publicó originalmente en el número de Verano 2017 de ‘Shopping&Style’, el suplemento del último jueves del mes de ‘El País’.