Moda
“Puedes conseguir cualquier cosa si te vistes para ello”, decía Edith Head, la diseñadora de vestuario más famosa de la historia, galardonada con ocho premios de la Academia (la mujer que más estatuillas acumula en su historial, por cierto). Y no se equivocaba. En nuestro mundo, el de los mortales de a pie, un look determinado puede decir mucho de nosotros; en el de los actores las actrices de Hollywood, en un momento en el que la imagen está tan sobrevalorada (ah, Instagram, cuánto daño has hecho), un estilismo puede elevar hasta las estrellas su carrera o, paradójicamente, estrellarla contra el suelo.
Y para muestra, un botón: tras la ceremonia de los Oscar que se celebrará el próximo domingo, lo primero de lo que se hablará será de la estatuilla que recoja Leonardo DiCaprio, e inmediatamente después, del Dior que llevaba puesto Jennifer Lawrence, de la siempre impecable Cate Blanchett, de la pajarita de Michael Fassbender o de si la Mejor actriz –posiblemente Brie Larson– supo sacar partido a su paso por la alfombra roja. El cine, para muchos, pasará a un segundo plano.
Como todo, esto no siempre ha sido así. De hecho, la primera alfombra roja que se desplegó en Hollywood lo hizo en 1922, en el Egyptian Theatre y con motivo de la premiere de Robin Hood, con Douglas Fairbanks como protagonista. Ni siquiera fue cosa de la Academia y eso que, a día de hoy, se antojan inseparables; de hecho, la primera gala de los Oscar en la que se instaló esta superficie colorada fue la de 1962, en su edición número 33, y se entendía como una mera guía que marcaba el camino a los nominados de la noche entre su coche y el auditorio de Santa Monica, así como el lugar donde el público podía acercarse a las estrellas.
La primera alfombra roja se desplegó en 1922, para el estreno de Robin Hood.
Las que ahora se conocen como grandes divas de Hollywood, se forjaron como tal años antes, cuando no había red carpet; cuando esta no se emitía; cuando brillaban por sí solas enfundadas en diseños que creaban para ellas las grandes casas de costura con las que tenían relación (como era el caso de Audrey y Givenchy) o, en la mayoría de los casos, las diseñadoras de vestuario de las películas que presentaban. El glamour se palpaba en el aire y lo hacía casi de forma inconsciente: nada estaba tan planeado, nada estaba pagado con antelación, nadie tenía un móvil en la mano para truncar la espontaneidad del momento.
En 1964, viendo la expectación que había puesta en ese ‘paseíllo’ que las celebrities realizaban, se emitió por primera vez el previo a la gala por televisión. Los actores y actrices tenían ahora la oportunidad de lucirse ante mucha gente y hacer de su camino al Oscar, todo un espectáculo. Unos años más tarde, en 1969, Barbra Streisand dejó al público boquiabierto cuando recogió su estatuilla por Funny Girl enfundada en un vestido transparente de Scaasi que hablaba al mundo de su frescura, juventud y potencial.
Sin embargo, no fue hasta los noventa cuando la industria del cine y la de la moda empezaron a trabajar juntas de una forma más (comercialmente) interesante: las actrices copaban las portadas que antes protagonizaban únicamente modelos y su look empezó a jugar un importante papel prescriptor. ‘¿De quién vas vestida esta noche?’ se convertía en la pregunta del millón sobre la alfombra. Y, en ese sentido, las cosas no han cambiado.
A día de hoy, actrices como Cate Blanchett, Julianne Moore o Emma Watson han mostrado su descontento ante la pregunta del millón. “¿Le hacéis esto a los hombres?”, reprochaba Blanchett en los Globos de Oro de 2014 remarcando que, para los medios allí presentes, las mujeres no tienen nada importante que decir más allá del nombre de un diseñador. Pero lo cierto es que, guste o no, de su éxito estilístico en la temporada de premios dependerán importantes campañas publicitarias o portadas de revista. En dos palabras: dinero y exposición.
Mucho en juego como para dejar ningún detalle al azar. Los preparativos suelen empezar, como pronto, un mes antes, siendo el resultado final producto del esfuerzo del personaje y de un equipo (Julia Roberts confesó que solían ser entre 15 y 17 personas) que trabaja 24/7 para que la celebrity luzca perfecta.
Un brillo especial
El portal Vanitatis publicó hace un año que la puesta a punto de una actriz podía costar hasta 75.000€ en la noche de los Oscar. Como es de esperar, con esos cinco dígitos se hacen maravillas no aptas para cualquiera; la gran mayoría, en el terreno beauty. Un rostro perfecto, unas piernas y un abdomen tonificados si el vestido lo requiere, una melena brillante… el flash no perdona y, conscientes de la repercusión que van a tener esa velada, las protagonistas quieren estar perfectas.
La puesta a punto suele comenzar varias semanas antes con un entrenamiento especial. Por lo general, las actrices de Hollywood se cuidan, pero en el sprint final la intensidad se multiplica. Sally Holmes, editora de The Cut, se sometió en 2013 al plan para el cuerpo-pre-red-carpet de las celebrities entre zumos de fruta y verdura prensados en frío (que desintoxican el organismo la semana previa al evento) y sesiones de piloxing (pilates + boxing) en los mejores centros de Los Angeles. A esto, suelen sumarse el running, yoga y meditación, combinados necesariamente con suficientes horas de sueño. Dormir mucho y bien es esencial para regular las hormonas y mantener el estrés a raya, y eso es primordial para sentirse bien por dentro y por fuera (sí, también en el Olimpo).
Y luego está el agua. Ah, el agua. Dicen los expertos que una buena hidratación es otro de los puntos más importantes en esta carrera hasta la alfombra roja. Saber qué comer y qué no en los días previos también es esencial: fuera cafeína, azúcares refinados, harina blanca, alimentos procesados… En el mismo día del evento, los especialistas recomiendan un buen desayuno que incluya huevos y algo de fruta, un entrenamiento matutino que ponga el cuerpo a tono y un almuerzo ligero que no hinche ni pueda causar flatulencias de ningún tipo.
Con esta base, empiezan los muchos cuidados: desde limpiezas a fondo, sesiones faciales con oxígeno para conseguir ‘EL brillo’ o tratamientos de microdermoabrasión, hasta inyecciones de botox ¡en la axila! para, ehm, no sudar. ¿Un extra? Una piel ligeramente bronceada luce mucho mejor –disimula imperfecciones y estiliza la silueta- y, según Refinery29, actrices como Jessica Alba o Julie Bowen son adictas al tan spray días antes de pisar la red carpet.
Para el cuidado diario, fuera de cabina, una de las firmas favoritas de Hollywood es la del Dr. Colbert, cuyos productos son un bombazo a prueba de primeros planos. Jennifer Lawrence, Naomi Watts, Angelina Jolie o Penélope Cruz son fieles; de hecho, aunque el dermatólogo tiene su clínica en Nueva York, establece una pop up en Los Angeles durante el mes de febrero para facilitar los preparativos a las invitadas de los Oscar. Desde la firma, el experto facial nos cuenta que, para un rostro perfecto, es importante “incrementar los niveles de colágeno y elastina en la piel. Esto lo conseguimos a través del laser toning, primer paso de nuestro tratamiento Triad, y con el uso de Stimulate The Serum y el aceite facial Illumino Face Oil”.
En cuanto al cabello, se recomienda un corte la semana anterior y el uso de una buena mascarilla acondicionadora la noche previa, para una melena sana y brillante. Desde John Masters Organics aconsejan utilizar, por ejemplo, la mascarilla reparadora de miel e hibiscos; si se realiza coloración, mejor que sea «una o dos semanas antes para que el color se asiente». Algunas optan, además, por extensiones o postizos, como fue el caso de Kendall Jenner y su flequillo falso en los AMAs. Por supuesto, el ponerse en manos de un buen estilista en el día del evento y elegir un peinado acorde al vestido con el que se sientan cómodas también es fundamental. Lo mismo pasa con el maquillaje: “Lo más importante es tener un buen maquillador en el que confíes. ¡Son ellos los que hacen milagros”, confesaba Elsa Pataky en su blog tras la gala de los Oscar de 2014.
Este paso suele durar unas dos horas y los profesionales, que generalmente trabajan con más de una actriz en cada edición, tienen que volar de una a otra para llegar a tiempo a todas. A veces, incluso, dan los últimos retoques en el coche de camino a la gala… Uno de los nombres favoritos al otro lado del charco es el de Rachel Goodwin, fija en los looks de photocall de Brie Larson, Alicia Vikander o Emma Stone (¿recordáis los labios bien pomposos que lució el año pasado? Fueron cosa suya). Todo ello, claro, lo cuenta e ilustra ante sus casi 40k seguidores en Instagram.
Mucho más que un vestido bonito
“Voy a ponerme lo que la mitad de América quiere que me ponga. No quiero arriesgarme”, comentó hace unos años Jessica Chastain al periodista Bronwyn Cosgrave, refiriéndose a su vestido en la noche de los Oscar.
Desde hace cosa de dos décadas, el look de una actriz en la gran noche del cine pone muchas cosas en juego –contratos de varios ceros incluidos-. “Para una marca, vestir a la estrella adecuada (la más comentada del momento) puede suponer una exposición incomparable”, escribe Clare Coulson en The Telegraph. Es por esto que cada look se calcula al milímetro: nada está puesto al azar y un comentario negativo en un medio X puede suponer una catástrofe. Como dice Sarah Harris, Directora de Moda de Vogue UK, “con los medios y las redes sociales, todo el mundo puede opinar sobre si tu look es ganador o no. Hay mucho en juego”.
Es aquí donde la figura de un estilista se vuelve indispensable. Tanto que, las principales profesionales de la industria hollywoodiense han pasado a estar casi tan expuestas como la propia celebrity: son parte del producto final, responsables de que una imagen encandile (o no acabe de convencer) al público. Petra Flannery, Elizabeth Stewart, Rachel Zoe o Kate Young son algunos de los nombres más sonados –la mayoría mujeres, por cierto-. Esta última, con el apoyo de sus 73K en Instagram, es creadora del aclamado estilo de Sienna Miller, de la nueva sofisticación sexy de Selena Gomez o de la delicadeza de Dakota Johnson.
El proceso de selección de un vestido (que la marca cederá para ser lucido esa noche) puede comenzar hasta seis meses antes. En muchas ocasiones, los estilistas visualizan a sus clientas con un determinado look en el momento en que lo ven sobre la pasarela; a veces, la propia firma desea y propone vestir a una de sus actrices y otras, directamente, hay un contrato de exclusividad de por medio, como el muy comentado idilio de los 20 millones de dólares entre Lawrence y Dior. Suma y sigue. En cualquier caso, es importante que exista una conexión entre el cliente y el estilista. Flannery, por ejemplo, no acepta a cualquiera: “Me inspira la persona, necesito saber que conectamos bien”, cuenta en una entrevista. Si no, poco podrá hacer por ella.
En nuestro país, David y Sofía son una de las parejas estilísticas favoritas por los actores. De cara a los Goya, nos cuentan: “Un mes antes empezamos con las pruebas de vestuario, aunque en ocasiones se bloquean vestidos para determinadas actrices con varios meses de antelación (…) Normalmente, desde el momento en que la celebrity nos confirma su asistencia al evento y concretamos el estilo que queremos para esa noche, hacemos un seguimiento de todas las colecciones y empezamos a contactar con los distintos showrooms y agencias de comunicación nacionales e internacionales”. El proceso es claro y, las opciones, muchas y muy variadas. Young dice no fiarse del amor a primera vista porque, normalmente, esos vestidos no terminan funcionando. Pero hay tiempo y el caballo ganador, al final, siempre aparece.
Suena idílico, sí, pero cuando eres tú la que te enfundas en un vestido demasiado escotado, demasiado ajustado, demasiado ‘demasiado’, la cosa cambia. Sí, las celebrities ‘sufren’, literalmente, para brillar en la red carpet. Sin ir más lejos, Sofía Vergara confesaba a The Edit hace unas semanas que, para ella, sobrevivir a una gala es casi un suplicio. Por su pecho, el abanico de cortes de vestido que le quedan bien es reducido; no olvidemos que son vestidos cedidos por las marcas y que no siempre hay un abanico de tallas sobre el que elegir: “Necesito que mis vestidos sean estructurados y armados. Hay tantas cosas debajo que termino sangrando al final de la ceremonia”.
En ocasiones, para que un diseño demasiado peligroso no se mueva, los estilistas recurren a la cinta de doble cara, un truco de la vieja escuela para asegurarse de que todo se queda donde tiene que estar (y de que las celebrities puedan lucir un escote de vértigo sin miedo a un inesperado #freethenipple). Kim Kardashian es asidua a ella… aunque, como todo, la usa a lo grande: ¿eso es cinta de doble cara… o cinta americana de ferretería? ¡¿Cuánto duele del 1 al 10 despegarlo, Kim?! Queremos saber.
Kate Young, por su parte, la aborrece y considera que el paso principal una vez elegido el vestido, es el tailoring: adaptarlo al cuerpo de la mujer hasta que parezca una capa más de su piel en lugar de buscar soluciones para que no se mueva. En cualquier caso, el sujetador no es bien recibido en los looks de red carpet y las celebrities tienen que apañárselas entre la famosa cinta y los también conocidos cubre pezones. Y no, ninguna de las dos opciones es precisamente cómoda.
Es en el mismo día de la gala cuando la tensión se duplica. Las leyes de Murphy juegan como quieren y tanto la actriz como la estilista tienen que estar preparadas para todo lo que pueda pasar. ¿Lo que nunca puede faltar? Un plan B, un segundo vestido al que poder recurrir si la cosa se tuerce demasiado o si, por ejemplo, otra actriz aparece con el mismo diseño o uno muy parecido. En los Oscar de 2013, se esperaba que Anne Hathaway fuera de Valentino y, finalmente, la vimos recoger la estatuilla con la columna satinada en rosa bebé de Prada: se rumoreó que tuvo que cambiarse en el último momento al ver que el diseño elegido por Amanda Seyfried era muy parecido al que ella iba a llevar. De hecho, por miedo a esto, hay estilistas que no confirman a la marca la elección de un vestido suyo hasta que no están llegando a la ceremonia…
David y Sofía, por su parte, llevan siempre con ellos un kit de emergencia: “Imperdibles, aguja, hilo, una buena agenda de contactos que pueda resolvernos el recoger un vestido de ultimísima hora y, por supuesto, ideas, muchas, que puedan sacarnos de cualquier desastre inesperado”. Tan inesperado como la mancha que lucía Dakota Johnson en el rojísimo vestido de Dior en los últimos Bafta. ¿Qué pasó y por qué sus asistentes no lo remediaron a tiempo? Así son las cosas del directo…
Hay otro momento clave en el camino a la alfombra roja: literalmente, el camino a la alfombra roja. Los atascos en Los Angeles son inhumanos y, en ocasiones, las actrices pasan horas sentadas en la parte trasera del coche que les lleva a la gala. Eso, si el tejido del vestido es delicado, puede suponer todo un cuadro de arrugas, comidilla de las cámaras. David y Sofía tratan de prevenirlo y no elegir diseños muy sufridos en este sentido porque “mientras las celebrities no puedan llegar de pie en un Papa Movil…”, bromean; “lo ideal sería llevar una steamer para dar un poco de vapor al vestido antes de pisar la alfombra roja, pero eso no siempre es posible”. Otras, como Elsa Pataky, no ponen pegas a hacer todo el recorrido tumbadas en la parte trasera del vehículo (son profesionales en la materia), con las piernas estiradas para evitar el drama. Kendall Jenner en el MET de 2014 nos enseñó su técnica depurada en Instagram…
En el momento en que se pone un pie sobre la red carpet, la suerte está echada. Todo lo que pase a partir de ahí inevitable y, bueno, nos quedan imágenes como las de los pies de Julianne Moore en Cannes. Una mala elección de zapatos puede hacerte sufrir innecesariamente… pero no pasa nada, porque luego todo se olvida: llegará otra catástrofe digna de meme; llegarán otros vestidos, otras galas, estilismos mejores. Porque, al final del día, nada es tan importante. Ni siquiera en los Oscar.