Por Eva Bedón

Lo difícil no es sobrevivir a él, sino aprender a vivir sin él. Recién aterrizada en España, tras pasar una semana en el desierto de Black Rock (Nevada), una nebulosa de sensaciones me golpea la cabeza. Solo una tengo clara: volveré al Burning Man.

Plumas, pegatinas, pinturas fluorescentes, flecos, pieles... Estas eran mis armas para un look muy 'burning'.
Plumas, pegatinas, pinturas fluorescentes, flecos, pieles… Estas eran mis armas para un look muy ‘burning’.

Siete horas de espera en una autocaravana para entrar a llamémoslo qué-sé-yo, que se convierten en un segundo cuando por fin me someto al bautismo de los vírgenes del Burning: inaugurar el festival haciendo un ángel en la arena (boca arriba y boca abajo), momento en el que el polvo empezó a ser parte de mí. ¿Lo peor? Que me encantó.

Burning Man es una comunidad de 80.000 personas [las entradas se agotaron en menos de una hora] que se reúne diez días al año en mitad del desierto, en un inmenso recinto en el que el dinero carece de valor. En un entorno con tintes de Mad Max mezclados con ramalazos de Tim Burton, la agrupación te da la bienvenida con los brazos abiertos, para que pases la mejor semana de tu vida. La ciudad se reinventa y desaparece cada año en un aparente caos en el que todo cobra sentido y que, esta edición, mis 50 compañeros y yo hemos tenido la grandísima suerte de disfrutar gracias a nuestra empresa (La Despensa). Y, aunque es algo que solo se entiende si lo vives en primera persona, intentaré contaros…

Llegando al desierto...
Llegando al desierto…

Aunque parezca imposible, podría haber disfrutado del Burning Man solo con: agua (mucha), una bicicleta (se convirtió una prolongación de mí para recorrer de punta a punta el desierto), mi taza (para disfrutar de todo a lo que me invitaron), un pañuelo y unas gafas de ventisca (las tormentas de arena fueron un fenómeno tan nuevo como seductor en este viaje).

Me levanto por las mañanas y el primer error que cometo es intentar planificar todo lo que quiero ver. Primera norma no escrita en el Burning: no planees nada. No quieras verlo todo porque es imposible, simplemente déjate llevar. Pedalea porque una cosa te llevará a la otra. Y así fue. De un camp [así se llama a cada campamento] en el que me invitaron a Bloody Mary a cambio de ponerme un sello en el culo, llegué a otro con una piscina de bolas gigante llena de osos de peluches; de allí a una clase de pole dance con la mayor experta (y cuerpazo) de Alemania y hasta otro lleno de ropa vintage en el que irte con todo lo que te gustase puesto; eso sí, había un requisito: desfilar con ello por una pasarela como si fueses Kate Moss.

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Los coches fabricados específicamente para ir al festival. Uno de los grandes carteles que había por todo el recinto. Un cementerio de Barbies. Otra de las estructuras de madera. Un ‘burner’ pillado rezando (en mitad) de una tormenta de arena. Mi fiel compañera durante estos días: mi bici.

Un sinfín de actividades surrealistas, obras de arte y charlas cósmicas te esperan, solo tienes que encontrarte con ellas y parar. Pero siempre parar cuando algo te llame la atención o te apetezca. El «ya me paso luego» o el «ya vuelvo mañana» no tienen sentido en el Burning. Todo se mueve, todo cambia, y nadie se plantea más allá del aquí y el ahora. Muchos de los ‘veteranos’ que conocí coincidían conmigo en lo difícil que es de entender y lo divertido de aplicar. Se me olvidó hasta que en algún momento de mi vida tuve móvil, solo me apetecía vivir con los cinco sentidos todo lo que tenía delante.

Nunca era suficiente (ni destacaba) por exceso de maquillaje o outfits locos.
Nunca era suficiente (ni destacaba) por exceso de maquillaje o outfits locos. © Instagram @jpereza_

¿De los más emocionante? Visitar dos elementos que, aunque año tras año cambian estéticamente, siguen teniendo el mismo significado para el Burning: el hombre y el templo. El hombre es el símbolo de este festival y lo representa todo. Este año se construyó sobre el concepto de Da Vinci y todo él en sí era una obra de arte. Su quema, el penúltimo día, fue uno de los momentos más intensos y emocionantes para celebrar todo lo vivido. El templo, ese lugar donde rendir homenaje, conversar o despedir a los que ya no están. Un lugar cargado de energía emocional donde tratar a la muerte como algo natural y donde me derrumbé nada más pisarlo. Sin embargo, pasado un rato, una energía positiva y de buen rollo se apoderó de mi convirtiéndose en uno de mis lugares favoritos.

La entrada al festival ya te avisa de que lo que te vas a encontrar no es algo habitual.
La entrada al festival ya te avisa de que lo que te vas a encontrar no es algo habitual.

A la hora de comer el ritual siempre era el mismo, volver a mi camp para ofrecer a la comunidad lo que mejor sabíamos hacer (y que nadie más hacía): paella y sangría. Modestia aparte, como era de esperar el camp con los 50 españoles fue un éxito total todos los días; allí se generaba un ambiente genial como solo nosotros sabemos hacer: buena música, buena comida y buena bebida. La economía de la generosidad es muy importante en el Burning y reconozco que me hice un tanto adicta a la cantidad de abrazos que di y recibí por el simple intercambio de conocimientos o disfrute.

La caída del sol tenía nombre y lugar: Distrikt. Muy cerca de mi camp, un fiestón que celebraba el atardecer y daba paso a la noche. La frenética, luminosa y psicodélica noche. Miles de bicis y coches mutantes recorren el desierto llenos de neones y música. Puedes subirte a ellos, pero no te plantees nada más. En uno de mis paseos sin rumbo decidimos una amiga y yo montar en un art car por la emoción del momento. Ingenuas de nosotras preguntamos: «¿Hacia dónde va?». Cuando nos contestaron con un «who knows?» entendimos todo. Obviamente subimos y recorrimos la playa hasta acabar literalmente, en la otra punta de donde estaba nuestra bici, ¡pero fue lo más!

Sara Sampaio, Poppy Delevingne, Karlie Kloss y Cara Delevingne, Scott Eastwood, Katy Perry y Paris Hilton no se han perdido esta edición del Burning Man.
Sara Sampaio, Poppy Delevingne, Karlie Kloss y Cara Delevingne, Scott Eastwood, Katy Perry y Paris Hilton no se han perdido esta edición del Burning Man.

Si consigues volver a encontrar tu bicicleta (casi siempre la encuentras, tras un par de microinfartos), puedes disfrutar de manera inesperada con dj´s de la talla de Carl Cox, Skrillex o Diplo, seguir al Mayan Warrior y su musicón, o recibir al amanecer bailando en el Robot Heart, dos grupos de gente que se unieron cuando dos de sus miembros se enamoraron y se casaron en el Burning. Maravillosa historia, y tremendo fiestón. Paris Hilton puede dar fe de ello.

Con el muñeco de madera que da nombre del festival y que se quema el penúltimo día.

Y así una semana que se te pasa volando y te deja con ganas de más y más. Si tienes la suerte de vivirlo alguna vez, no te preocupes por qué meter en la maleta, aquí van unos consejos:

  • Open your mind: al segundo dos todo deja de sorprenderte y lo sencillo te produce aburrimiento. Aprovecha para (re)inventar tu armario y complementos sacando lo mejor de ti, sintiéndote un pivón pero siempre siendo tú. Cuando vuelvas, no entenderás por qué la gente viste tan `normal´.
  • Libres domingos y domingas: aunque si lo que te preocupa es el dress code, siempre puedes apostar por no llevar nada. En el Burning no hay normas y el desnudo puede ser tu mejor outfit, verás como mucha gente disfruta regalando su cuerpo al desierto (con o sin body painting).
  • Ponte tus mejores pieles (sintéticas): eso sí, que el calor sofocante del desierto por el día no te engañe. De noche agradecerás un buen abrigo que te de ese aspecto de ‘más allá del muro’. Perfecto para fundirte con el ambiente.
  • Regalos: cuando salgas a explorar lleva siempre en tu mochila pequeños detalles que puedas regalar a la gente para mejorar su experiencia o simplemente para materializar un recuerdo difícil de borrar.
  • Show must go on: eres un actor más en esta obra y el público espera tu participación. No tengas miedo o vergüenza de interactuar en nada y disfruta con cosas que jamás te habías planteado (¿pole dance? ¿Yo?)
  • Hielos y café: asegúrate de llevar provisiones para toda la semana. Necesitarás absolutamente TODO. El poco dinero que uses solo te servirá para hacerte con hielo y café, lo único que se vende en el Burning Man. Eso sí, no te imagines una cola de supermercado, ir a por hielo es otro fiestón.
  • Abraza el polvo: cuando consigas encontrar un espejo y darte cuenta de lo que te favorece, te vas a enamorar de él.
  • Tu mierda contigo: si algo llama la atención en este festival es el compromiso y respeto con el entorno de la gente. Jamás verás una colilla, un papel o una lata en el suelo, y si lo ves, recógelo. Este evento funciona tan bien gracias a la conciencia de la gente por no dejar ningún rastro en el desierto.
  • Respeto: en el Burning Man practicamente todo está permitido, siempre que sea respetuoso con los demás y contigo mismo.
Esto es lo que se ve del paisaje en plena tormenta de arena.