Vale que nadie lee enteras las condiciones de uso cuando pulsa ‘Acepto’ al entrar en cualquier App de citas. Pero, desde luego, es imposible que en ningún término especifique que aceptas ser interceptada, insistida y acosada bastante más allá de los límites de la educación. Sin embargo, esto es algo que algunos consideran tácitamente aceptado si te has prestado a entrar en este tipo de sitios virtuales o por ejemplo, en una discoteca en el mundo real.

© Li He
«Oye, mira, que no, que te vayas a freír espárragos, pero no cuentes conmigo». © Li He

El espacio público está dominado por los hombres y tú, que lo sabes o deberías, te atienes a ser preguntada, molestada e incluso manoseada por tantos como tengan a bien “hacerte el cumplido”. La misma dinámica opera en el espacio virtual. Igual que cuando se sienten con derecho a gritarte improperios por la calle, pero en línea y con faltas de ortografía. Y tú no vas a ser tan rancia, borde, histérica y creída -por decir lo más descafeinado- como para demostrar a terceros dónde están tus límites y recordarles que no los crucen. No, no y mil veces no. Eso se lo dirá el portero de tu parte, tu pareja o tu amigo gay que ya está aburrido de hacerse pasar por tu novio en este tipo de situaciones, si acaso. Pero tú no. Never ever.

Y si te atreves a contradecir este (al parecer) extendido planteamiento, lo pagarás caro. Porque, en este tipo de sitios sociales habita una fauna autóctona que se tomará muy, muy mal el rechazo.  Cuando no les prestas el tipo de atención que ellos creen merecer, todo lo que hasta ese momento habían sido halagos y buen rollo, se convertirá en un segundo en insultos, amenazas y un vendaval de ira que ríete tú de Carrie después del baile. Así, por las buenas, de Jeckyll a Hyde. Como la Bestia convirtiéndose en príncipe azul, pero rebobinando la peli desde el final.

Se había presentado como príncipe, pero cuando le pones cualquier límite, saca a la bestia que lleva dentro.
Se había presentado como príncipe, pero cuando le pones cualquier límite, saca a la bestia que lleva dentro.

#ByeFelipe, un fenómeno mundial
La periodista Alexandra Tweten, harta de recibir insultos y amenazas, se dio cuenta de que seguían siempre un mismo patrón: Chico “entra” a chica + chica lo rechaza + chico pierde los papeles.

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Así que recogió capturas de pantalla en una cuenta de Instagram, mostrando los mensajes hostiles y amenazantes que recibía de algunos hombres tras ser rechazados o ignorados en sitios de citas online como OkCupid o Tinder.  Quería enseñarle al mundo que ser mujer en Internet en los tiempos que corren no son solo cupcakes de colorines y áticos diáfanos en Tumblr. En definitiva, Alexandra quería exponer el problemático sentimiento de tener derecho a todo que exhiben algunos hombres sobre las mujeres. Así nació #ByeFelipe. Evidentemente, el fenómeno se hizo viral.

"¡Qué guapa eres! (emoji baboso)" - "
«¡Qué guapa eres! (emoji baboso)» – «J*didamente ignorante, es la respuesta (emoji capullo)» – «Puta». Byeeeeee

La cuenta tuvo tanto éxito que las capturas le llegaron por miles. Al parecer, quedarte dormida mientras chateas con lo que podría haber sido tu nuevo ligue o tardar demasiado en contestarle puede ser un error imperdonable para ciertos tipos en Tinder. Ignorar sus chats también desata su ira y se aventuran a comunicarte cómo te mereces morir entre sufrimientos varios. Total, en realidad eres una gorda y una fea, y no te había visto bien -un clásico de #ByeFelipe- o ya sabía él que eras una amargada y te estaba probando a ver qué decías. Se conocen casos de pesados nivel-experto que han perseguido a la chica por varias redes sociales, buscando una en la que no estuviesen bloqueados para decirle cuatro cosas a la mala pécora que se atrevió a rechazar a un partidazo-acosador-en-línea como él. Esto les estaba pasando a mujeres en el mundo entero.

"Bonitas uñas. ¿Cómo estás, Kasey?"
«Eres una p*ta j*didamente fea y no entiendo cómo te he escrito e incluso he alabado tus uñas y por alguna razón ni siquiera respondes». Pero tía, a ver, que ha alabado tus uñas. ¡CÓMO TE ATREVES!

Y es que, ¿quién te manda tener autonomía sobre tus propios deseos, mujer? Obviamente estás cometiendo un error terrible al no querer intimar con ese hombre que, sin conocerte de nada, te dice groserías y sobrepasa todos los límites de tu confianza al otro lado de la pantalla. Se ven obligados a hacerte saber el chollo que te estás perdiendo de la mejor manera posible: dejándote ver lo agresivos que pueden llegar a ser. Menos mal que el sexo débil, emocional y montador de numeritos gratuitos éramos nosotras. Claro que sí.

Ah, sí, claro.
Ah, sí, claro.

El ¿derecho? a que te hagan caso
Pero, ¿qué les pasa a estos hombres para ponerse así por un simple “no”? ¿Por qué esa obsesión insana con que les hagas caso, sea esa tu voluntad o no? Es bastante sencillo y fácilmente comprobable en la vida real: creen que tienen derecho a tu tiempo. Así de crudo y sencillo. Por supuesto, ninguno lo reconocerá de viva voz (esperad a ver los comentarios de este artículo), pero seguro que has vivido más de una situación en la que un hombre se ha creído con todo el derecho del mundo a poner a prueba los límites de tu amabilidad a conciencia.

Seguro que estás acostumbrada a que, debatiendo un tema que para ti es crucial –ya sea la igualdad de derechos o el próximo proyecto que te atañe en la empresa- te hayas topado con el típico hombre en posición privilegiada respecto al asunto, que se dedica a ejercer de abogado del diablo con media sonrisa y toda la condescendencia del mundo. Un papel realmente fácil de jugar cuando puedes conservar la calma porque la historia no te incumbe para nada. Para él, ese debate es un entretenimiento o una demostración pública de ego habilidades dialécticas. Porque sí, porque puede. Igual que el Felipe de turno en OkCupid puede preguntar a las chicas lo que quiera, porque sabe que la mayoría responderán de forma educada. Y cuando alguna no cede a este chantaje emocional implícito que supone temer las reacciones del hombre… Muerte y destrucción.

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«Querido, tus tonterías me importan tanto como que el helado de pistacho desaparezca del planeta».

Estas rocambolescas y desproporcionadas reacciones nos dicen bastante sobre el modo en el que ven algunos a las mujeres. Son seres que están ahí para ayudarles a cumplir sus deseos, no para revelarse y negárselos o comportarse como personas con autonomía propia (vaya, ¡solo faltaba!). Una vez que ellas se “saltan el protocolo” y dejan de actuar como esperan, rompen su fantasía de ser su próximo rollo, novia u objeto sexual. Algo imperdonable que, combinado con una tolerancia a la frustración bajísima y un sentimiento de tener derecho a todo en la vida (que en inglés llaman entitlement), es igual a ego herido. Se han sentido humillados y te mereces que te insulten y te amenacen. Y la concepción tóxica de la masculinidad que hace que en nuestra sociedad un hombre no pueda usar un bote de crema rosa sin sentirse mucho menos hombre, tampoco ayuda. Ellos no pueden mostrarse débiles ni vulnerables. Jamás.

Lo que otras solucionaríamos saliendo de fiesta con nuestras amigas hasta dejarles el hombro lleno de mocos y máscara de pestañas no está bien visto para ellos, así que mejor se cogen un buen rebote y te hacen pagar el hacerles sentir así. Ya sabes, boys don’t cry…! Sin duda, queda mucho por hacer.

Ah... menos mal que Johnny da ejemplo.
Ah… menos mal que Johnny da ejemplo.

Por suerte, la sociedad va avanzando y cada vez somos más conscientes de que una mujer tiene derecho a decir “sí”, “no”, “quizá” o “no te tocaría ni por bluetooth” y sentirse segura al hacerlo. Somos personas, no objetos ni ciudadanas de segunda puestas ahí para satisfacer a nadie. Y a quien intente convencernos de lo contrario, la respuesta será muy breve: Bye, Felipe!

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Bye, Felipe!