Yo tengo una amiga que el otro día fue a conocer a los padres de su chico. Todo iba bien hasta entonces: salían cada tarde a tomar algo, se daban la mano por la calle, iban al cine y no veían la película, revolvían las sábanas día sí y madrugada también, tenía su tiempo para escapar a nuestra noche de chicas y contarnos entre Cosmopolitan lo de las sábanas… hasta que surgió la pregunta.

¡Qué digo, pregunta! El plan cerrado del que no puedes escapar: “El sábado cenamos con mis padres, que te quieren conocer”.

¡¿ACASO HE HECHO YO ALGO PARA MERECER ESTO?! ¿Ante qué clase de broma nos encontramos? La tortura china que todas tememos. Una cuestión de Estado que puede, o bien consolidar tu relación con el último tío hetero en condiciones que queda sobre la faz de la Tierra (un Fassbender de estos que te dejan loca) o, en su defecto, producirte una adicción al Cosmopolitan durante la “noche de chicas” (y el resto de noches de la semana) mientras maldices al karma con la máscara de pestañas inundando tus mejillas y el puño en alto como una Escarlata O’Hara del siglo XXI.

Bueno, no dramaticemos, somos mujeres modernas y adaptadas a todos los contratiempos sobre tacones de 12 centímetros, vamos allá. Reviso mi filmografía de comedia romántica en busca de soluciones, ¡¡¡quiero decir!!! mi amiga revisa su filmografía de comedia romántica en busca de la Piedra Roseta de las citas familiares como si de una Indiana Jones femenina se tratase. Los padres de él, La madre del novio, La joya de la familia (entre los Cosmopolitans y esto… ¡Maldita seas, Sarah Jessica!).

El resumen final es que fue, vio y venció, como una Julia César, porque ella es así, amazona moderna. Pero, ¿a qué monstruos se enfrentó a través de este martírico proceso?

Nos contó (sí, estamos hablando todo el rato de «una amiga», ¿vale?) las atrocidades acaecidas con voz entrecortada a pesar de la victoria. Eso sí, una vez pasado el trance, todo va como el mikado de seda del vestido que me compré el otro día, pero, madre mía, no me he podido quitar la mano del pecho desde entonces debido al asombro. Aquí va una breve guía para conocer a los padres (y el resto de la familia) de él. Y sobrevivir para contarlo:

Conocer a los padres
El momento ha llegado: toca conocer a sus padres. © La joya de la familia

De todo menos Marilyn

El cliché femenino sobre el tiempo que acumula de media una mujer en arreglarse está ya más que superado, aún más en la madurez en la que buceamos. Diez minutos son necesarios para echarnos algo encima (15 si nos encontramos dubitativas) y salir a la calle fa-bu-lous. Conocemos nuestro cuerpo y cómo sacarnos partido.

El problema aflora cuando nos sacan de nuestra zona de confort: «Me visto para ser observada por las mujeres y desvestida por los hombres», decía Carine Roitfeld. Pero mira, Carine, guapa, no necesito que vengas a mi mente cuando se trata de los padres de mi chico. No necesito generar envidia en su madre ni el deseo en su padre (a riesgo de perder la cabeza a manos de la primera). Entonces, ¡¿qué?!

“No hay segundas oportunidades para primeras impresiones”, así que, teniendo en cuenta a los progenitores de tu chico, evitaremos: escotes y cuellos vueltos; demasiada pierna, pero tampoco eres una monja, por el amor de Dios; rodilla, piensa en la rodilla; no ir ajustada, sólo marcando algunos puntos (hombros, cintura y cadera) para demostrarle a la madre que eres una chica saludable, sana, elegante y arreglada, capaz de darle nietos. Eso es, capaz; que se los des o no ya es otro cantar.

En resumen: eres una Jackie, no una Marilyn. Eres una Audrey, no una Marilyn. Todo menos Marilyn. A todas nos gusta la sexuliadad y el orgullo de mujer de una Marilyn, pero no para nuestro hijo. Eso es una regla no escrita del ciclo de la vida.

Fresca y natural

Aquí nadie está llamando fresca a nadie, ojo, fresca en pelo y cosmética. No Marilyn, recuerda, no Marilyn. Yo una vez me pasé con el rojo de labios en una cita paterno-conyugal y casi salimos a la gresca (aquí sí que me llamaron fresca, fresca de ligera de cascos, la muy… En fin). Gracias BB cream por existir. A vosotros también, paleta en tonos terracota y gloss rosado con colágeno potenciador de labios.

Dos flu-flús de agua de colonia con olor a gardenias en las zonas de pulso (cuello, muñecas, interior de los codos) y lista para triunfar. Y quien dice gardenia, dice cualquier tipo de flor (huyamos de los aromas afrutado-tropicales, por favor, ¡erradiquémoslos! No tenemos 15 años) en formato eau de toilette. Son más ligeras que los perfumes, esos aromas susceptibles de quedarse enquistados en la garganta del interlocutor, de no ser correctamente elegidos.

La familia

Esto es como El Padrino, pero en la vida real. Yo no la he visto, pero mi chico sí, o sea, el chico de mi amiga, y por lo visto es bastante chunga. Aquí, una aproximación de los personajes de nuestro reality particular, porque siempre hay que ir prevenidas.

  • La madre: No podemos etiquetar a nuestra suegra si todo sale bien de mala pécora descorazonada. Entendamos que somos el ave rapaz (puestas a elegir, seremos un águila imperial de cabeza blanca platino) que viene a arrancar del nido a su polluelo, y teme que se estrelle en el vuelo hacia nuestro nido quedando malherido de una pata. Por eso se comportará como una mala pécora, pero, eh, sonríe, sonríe mucho. ¿Cuánto dura una cena familiar, seis horas y media? Podemos superarlo. Somos Audrey, ahora somos Audrey, y todas las madres quieren a Audrey para su hijo porque no hay peligro a la vista. Solo amor.
Conocer a los padres
© La joya de la familia
  • El padre: es un hombre, no podemos hacer nada contra eso, y se fijará, con más o menos evidencia ante el resto de comensales, en los atributos femeninos que llevas contigo, y no pasa nada. No pasa nada básicamente porque mirará pero sin tocar, y eso será suficiente para él y para estar orgulloso de su hijo.
  • El hermano/La hermana: Cuidado en este punto. Son las versiones mejoradas de sus progenitores, las aves rapaces de la familia. En ellos se concentran las actitudes de sus padres pero llevadas a la enésima potencia. A ellos no los convencerás fácilmente de que eres una Audrey, porque ellos sí saben de qué vas (aquí la cercanía en edad es un factor delator importante) y qué haces en la cama con su hermano. Estas son tus opciones:a) Es hermana. Todos sabemos de la consabida rivalidad femenina en cualquier ámbito, aunque luego nos erijamos en acérrimas defensoras del sexo débil. Mientras la batalla esté en marcha (y aquí es cuando yo me río de lo de «sexo débil»), sólo puede quedar una en pie, después ya veremos cómo justificamos esto con nuestros valores femeninos, si con una canción de Beyoncé o qué.Todo vale en la guerra y la hermanísima tratará de desarmarte a la primera de cambio, así que dos frases serán tu mejor baza: «Qué ganas tenía de conocerte, no sabes cuánto me han hablado de ti», aquí siempre queda la duda de si se trata de una simple fórmula de cortesía o de una realidad, así que mantendrá la boca cerrada, que no entran moscas. «Oh, (inserte nombre de la hermana), me encanta tu (inserte la primera cosa que vea de su aspecto)». Ten a tus amigos cerca y a tu potenciales enemigos, más.

    b) Es hermano. Va a intentar ligar contigo. No porque tú seas una diosa cincelada en mármol, que también, sino porque es ley de vida. Técnicamente, tu chico y su hermano han crecido juntos y compartido juegos y confidencias. Puede que no les guste lo mismo, pero sí sienten cierta afinidad en mayor o menor medida por las mismas cosas, y ahí entras tú. No eres una fresca, no llevas los labios rojos, pero no cuesta nada tenerlo contento y distraído: dos besos y un «me pasas (inserte elemento de la mesa)» en mitad de la cena bastará.


El durante

Te has vestido, te has maquillado, has establecido el primer contacto, ¡eres la Audrey perfecta! Pero antes de hacer la danza de la victoria, hay que sobrevivir a la cena. No hablar de política, ni de deporte, ni de economía, ni de enfermedades, ni de… ¡maldito curso de protocolo! Tampoco te quedes muda, esto las madres lo cazan al vuelo: «¿Qué pasa, no te gusta? ¿Te frío un huevo?». Responde a lo que te pregunten (porque tendrán muchas preguntas, tenlo por seguro) y no olvides llevar a ese duendecillo que desde tu nuca tira del hilo invisible que mantiene tu sonrisa toda la noche. Cuenta alguna anécdota neutra de cuando tu chico y tú os conocisteis (edulcorada en versión comedia-romántica-americana) y listo.

Un «Os ayudo a recoger» al final de la velada (aplacado con un «Oh, no, querida, eres nuestra invitada» por parte de la madre si considera que ya has pasado todas las pruebas, si no te tocará acometer tu sentencia) y la ovación cerrada se desplegará ante ti. Ponte el abrigo sobre los hombros y huye no sin antes dar las gracias (independientemente de lo que haya sucedido entre esas cuatro paredes).

© La madre del novio.

El post(parto) familiar

La madre va a llamar a tu chico para dar el parte correspondiente, y a él le sonsacará el suyo. Sé precavida, puede que otras cosas no, pero tu chico retendrá cualquier comentario que hagas acerca de su familia. Así que sé cortés, elabora algo sencillo sobre lo bien que ha ido la cena y la aún mejor impresión que te ha dado tu futura suegra, y amarra bien a este último hetero en peligro de extinción. «Oh, sí, nene, no te voy a dejar escapar».

Y entonces fue cuando sí me quité la ropa, me metí en la cama y fui de nuevo una Marilyn