La vida en pareja está llena de sobresaltos, pequeños baches, instantes de felicidad absoluta… Sin embargo, hay situaciones, a priori bastante anodinas, que marcan un antes y un después en la relación; y de las que se puede salir bastante reforzados o heridos de muerte. Momentos en los que, cual equilibristas, avanzamos sin red por un pequeño hilo tenso, tanto como nuestros nervios a la hora de afrontar una mudanza, una obra en casa, el primer embarazo o las vacaciones con la familia política.

Mujer, tampoco hace falta llegar a estos extremos...
Pero mujer, tampoco hace falta llegar a estos extremos…

Pensar a intervalos regulares «quién me mandaría meterme en eso» acaba siendo un mantra tan poco efectivo como lo de respirar profundamente y visualizarse en un hermoso jardín. De hecho, nadie se libra de esa ‘partida de autos locos sentimentales’, independientemente de que seamos una pareja de las melosas y románticas, o de las cerebrales y racionales que planifican y estudian cada paso. ¡Y el peligro no entiende de edad o experiencias previas! De hecho, empezamos de cero cada vez que encaramos una de ellas.

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Y si no, que se lo digan a estos dos.

Menos mal que podemos confiar en los expertos para atenuar los efectos de estas bombas H de la vida en pareja, incluso llegar a desactivarlas con un poquito de humor y ganas. En Grazia te damos las claves para superar las cinco situaciones de estrés sentimental más comunes.

1. Preparar una boda

El grado de estrés es tal que no son pocas las parejas que acaban anulando el compromiso y tomando caminos opuestos semanas antes de la gran ceremonia. Para evitarlo, los expertos aconsejan planificar antes de actuar, hablar y apuntar, poner en común y programar. Es una buena forma de ver qué sintonía previa hay de cara al evento y poder postergarlo si ya de entrada no hay acuerdo o trabajar en ello sin prisa.

Tampoco está de más, si nos lo podemos permitir, contratar a un planificador de bodas, ya que suelen ser los pequeños detalles de agenda y logística lo que más estresa, y no el hecho de la boda en sí. Pero, cuidado, porque delegar depende mucho de en quién, y pedir favores a madres/suegras o hermanos/cuñados no tiene por qué terminar siendo un desahogo…

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Pero tampoco te creas todo lo que te dice tu planificador…

El secreto está en actuar en equipo, en lograr una sintonía y una complicidad entre ambos lo más completa posible, sobre todo de cara a los problemas o situaciones diversas que puedan surgir (madres, suegras, cuñados, amigos que se autoinvitan, retrasos, cancelaciones…). Al final, no solo no se habrá discutido, sino que de la boda saldremos casados y con una relación aun más fuerte y consolidada que antes.

¡Esto no vale!
Todo por evitar verte en esta situación.

2. Hacer una mudanza

El horror de los horrores. Y si ya lo es cuando la hacemos viviendo solos, en pareja se puede convertir en toda una odisea de la ira y el disparate. Toca respirar hondo antes de empezar a gritar por el hecho de que uno no esté dispuesto a tirar lo que tú ves como 15 kilos de revistas (y tu pareja como «una colección digna del Louvre»); o que la caja que sigue sin desembalar de la anterior mudanza pueda tener el estatus de ‘imprescindible’.

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Sí, lo sabemos, las mudanzas son horribles.

A la hora de cambiarse de casa, hay dos tipos de personas: los que primero tiran y luego se mudan; y los que primero se mudan y luego tiran. No pierdas la esperanza de que tu pareja sea del segundo tipo si ves que empaqueta hasta la caja del Juegos Reunidos (sin fichas, claro) de los años 80. Habría un tercero: el que nunca tira nada. Pero eso se llama síndrome de Diógenes y no, no es sano.

Al igual que con la boda, el secreto para evitar discusiones parte de una buena planificación, una que nos permita medir nuestras fuerzas, si será necesario pedir ayuda, si serán necesarios días de trabajo intenso, de limpieza… Los psicólogos también aconsejan saber equilibrar razón y pasión, un trabajo individual que nos obliga a ponernos en la piel del otro cuando nuestra pareja no quiere tirar algo que para nosotros es, sencillamente, un trasto viejo; o no ve tan ‘imprescindible’ como tú tirarlo todo y redecorar desde cero.

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Estos podéis ser tú y tu chico de camino a la nueva casa llenos de ‘ilusión’…

3. Cambiar la decoración

Muchas veces, ni siquiera hace falta mudarse de casa para que los cambios en el hogar se terminen convirtiendo en una de las situaciones más estresantes de la vida en pareja. No es habitual que los dos miembros sean igual de amantes de las reformas domésticas y los cambios de interiorismo, por lo que, para evitar males mayores, antes de nada, hay que convencerse de que uno tendrá que ceder y otro, contenerse (Aristóteles, que siempre acierta).

El trabajo que los terapeutas de pareja recomiendan es muy parecido al que hay que hacer con una mudanza. Sin embargo, porque ya tenemos una casa y se trata de hacer cambios, podemos implementar una nueva variante: el grado o la velocidad a la que es mejor para la pareja llevarlo a cabo. Antes de decidir nada, analizad juntos qué os va mejor: si hacer mucho en poco tiempo o ir poco a poco, dilatando más o menos en el tiempo los cambios. En este punto, ser sinceros el uno con el otro es tan clave como asumir los acuerdos y no tratar de pisar el freno o el acelerador para variar el consenso por nuestra cuenta.

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Sí, CEDER, no te hagas la sorprendida.

4. Primer embarazo

El problema de que entren nuevos componentes irracionales en la relación de pareja es lo que hace de un embarazo y los primeros meses de vida del primer hijo todo un desafío. Y no solo se trata de los cambios hormonales que sufren muchas embarazadas, sino también de los desafíos que van más allá de la fisiología y que sufren por igual los dos miembros de la pareja: estrés, miedo, intranquilidad, emociones a flor de piel, angustia… Un cóctel peligroso que, es verdad, en las gestantes lo hace todo más complicado sobre todo para ellas mismas.

Una vez más, el trabajo en equipo es clave. Ante la angustia y los nervios, los psicólogos recomiendan hacer cosas que nos hagan sentir bien, consentirse indulgencias que pueden ser tan sencillas como una siesta, dar un paseo o un masaje de pies, ir al cine o compartir un helado como adolescentes sin blanca. También es importante llevar una vida activa, en lo medida de lo posible, para reducir el estrés, durmiendo lo que se necesite, comiendo bien (ambos, no solo la embarazada y porque la matrona lo diga), haciendo ejercicio, divirtiéndonos…

Lo curioso es que, al mismo tiempo, no solo actuamos en el corto plazo, sino también en el medio, en tanto que estos cuidados en busca de una paz interior, de paso, nos ayudará a mantener el peso, volver a nuestro estado anterior al embarazo, cuidarnos e incorporar rutinas sanas en nuestro día a día. El remedio se convierte en mucho más que una cura.

Esto no es lo que habíamos hablado...
Esto no es lo que habíamos hablado…

5. Vacaciones con la familia política

Aunque cada familia es un mundo, no existe el síndrome VCS (Vacaciones Con Suegros) por nada… Como explica la psicóloga Mila Cahue, la clave está en priorizar el respeto por encima de todo. Ya la convivencia del resto del año nos dice si es buena idea o no viajar con suegros, cuñados… y, aunque siempre puede haber sorpresas, está claro que, si la familia ya es mala antes, no podemos esperar milagros.

Ni lo intentes...
Así que olvídate de rezos y súplicas.

Viajar juntos no implica estar todo el tiempo en grupo. Al igual que cuando viajamos con otras parejas, hay que procurar dejar espacios para estar solos, en intimidad o con los niños, pero sin más ‘invitados’. Tampoco hay que tener miedo a establecer límites, previamente acordados con tu pareja, ya que el objetivo de estos se supone que es asegurar un clima cordial y saludable; ni pedir explicaciones si alguien no se apunta a un plan. Muchas veces, mejor pasar por alto y no obsesionarse es la mejor receta.

Evitar que la presencia de la familia política influya en la relación es un trabajo de ambos, de ahí la importancia de evaluar previamente cómo es durante el día a día. Comunicación y trabajo en equipo es el mejor modo de evitar sorpresas.

Y así, ¡todos contentos!
Y así, ¡todos contentos!

PD. Si no te casas ni tienes hijos, eso que te ahorras… porque de las vacaciones en familia no hay quién se libre.