No falla. Cada vez que he intentado ver una escena de alguna película porno aparece una enfermera, secretaria o profesora vestida de manera muy poco práctica para estar desempeñando con comodidad su trabajo. No solo eso. La primera parece excitarse muchísimo cuando llega un paciente, a la segunda le pone mogollón que su jefe le pida que ordene unos archivadores y la tercera está deseando que algún estudiante se porte mal para quedarse con él a solas en la clase y echar horas extras.

Y no solo en el cine porno, ¿qué me decís de Cameron Díaz en ‘Bad Teacher’?

Aunque no solo la industria pornográfica tira de estos clichés. El cine comercial y las series de televisión también contribuyen a la mitificación sexual de estas profesiones. Mad Men hace lo propio con las secretarias o y New Girl con la inocente, pero sexy a su manera, profesora Jessica Day. Por una vez las películas para mayores de edad y las de para todos los públicos tienen algo en común. Raro, ¿verdad?

Y esta es Jessica Day, por si hay algún despistado en la sala.

No son profesiones eróticas y puedo demostrarlo

¿Por qué las abogadas, amas de casa, periodistas, ingenieras o empresarias no son consideradas mitos eróticos? ¿Acaso poner una demanda, limpiar la casa, conseguir una exclusiva, construir un puente o ganar millones de euros no sirven para excitar al personal? Una injusticia que pienso solventar desmontando el halo erótico de las tres profesiones sexy por excelencia. ¿Y cómo voy hacerlo? Hablando con una enfermera, una secretaria y una enfermera de las de verdad.

  • Raquel (33 años), enfermera

Conozco a Raquel desde hace quince años y nunca he pensado que su oficio fuese sensual. Es más, considero que tiene un trabajo bastante escatológico al que yo jamás podría dedicarme. Su jornada laboral se desarrolla entre curas, vendajes, suturas, jeringuillas… Vaya, que solo me imagino excitándose con semejante panorama al doctor House, y ni eso.

Ah, es verdad, que a él no le gusta nadie. Perdón.

«Mira Carmen, ser enfermera es de todo menos erótico», me dice con un vino en la mano tras aceptar mi invitación a participar en este artículo. «Los días que tengo guardia parezco un zombie como los que salen en The Walking Dead y mi pijama de trabajo me queda grande porque es talla única. Me encanta cuando veo que las enfermas de Anatomía de Grey van maquilladas como puertas y peinadas como si fuesen a ir de boda. ¡Y qué decir del tipazo que les hacen sus uniformes! Yo tengo suerte si consigo hacerme una coleta medio formal para atender a todos los pacientes que se acumulan en urgencias», sentencia tras dar el último trago a su Rioja.

Lo que yo decía. Turnos de 12 horas, tubos de sangre, orina y otras cosas que ya te imaginas, riñas con los pacientes porque se quieren quitar las vías, broncas con los familiares de los pacientes que se quieren quitar las vías… Nada de lo que hay en un hospital es erótico. Si tu novio no quiere acercarse a ti cuando tienes un simple resfriado, ¿en serio le pone una enfermera?

Lo siento, pero esto solo ocurre dentro de la imaginación de los hombres.
  • Carolina (35 años), secretaria

Lo primero que hago al llegar a su encuentro es pedirle que me explique en qué consiste realmente su trabajo. «La verdad es que me paso todo el día sentada al teléfono cuadrando agendas, firmando albaranes, organizando reuniones, realizando pedidos… En realidad es todo coordinar y gestionar», me explica. Ajá. Igual soy yo la rara, pero no le veo la sensualidad por ningún lado.

Joan Holloway solo hubo una. Y lo fue en la ficción.

No me puedo morder la lengua y le pregunto si de verdad existe tanta relación secretaria-jefe que acaba en sexo o en amor. «A mí nunca me ha ocurrido, más que nada porque pasas tanto tiempo juntos y compartiendo tantas discusiones, que lo que menos me apetecería sería liarme con mi jefe. ¡Bastante que me llevo trabajo a casa, como para llevármelo a él!», me dice sin poder contener la risa.

«Sin embargo, voy a confesarte una cosa», me dice y mi corazón se acelera: «Es cierto que muchos compañeros flirtean conmigo y estoy segura de que lo hacen porque soy la secretaria. Saben que tengo mucha mano con el jefe y se piensan que así podré ayudarles cuando tengan algún problema». Vaya, vaya, por el interés te quiero Andrés. Muy bonito, amigos.

Y sino el topicazo de que no son muy listas…
  • María (30 años), profesora

«Las aulas son una verdadera jungla en la que tienes que hacerte respetar», es lo primero que me dice esta madrileña cuyo sueño, desde pequeña, era enseñar. «Así que imagínate si fuese a clase enseñando el sujetador y con una minifalda. Por no decir que el director y la asociación de padres se me echarían encima», me dice poniendo los ojos en blanco. Cierto.

Edna Krabappel sabe bien de lo que estamos hablando.

«Sé que el mito de la profesora y el alumno está muy extendido. Quizá no sea tanto por la ropa, sino por el vínculo que se establece entre ambos. Hay veces que en las clases de primaria o de instituto, los niños se encaprichan con el profesor. Pero es pasajero y no tiene nada de sexual ni de romántico», me cuenta. Ahora que lo dice, confieso que durante un tiempo, me gustó un profesor cuando tenía 15 años. Pero de ahí a considerarlo sensual o erótico, hay un largo camino.

Ninguna profesora limpia su coche así. Ninguna.

Como hija de profesores que soy, puedo prometer y prometo que he visto a mi madre llegar del trabajo con tiza hasta debajo de los párpados, con cientos de exámenes que corregir y con un dolor de cabeza bastante considerable por los gritos de sus alumnos. Y ya ni os cuento las profesoras de infantil que se enfrentan a pipís incontrolados, vómitos, tirones de babi, recreos en patios en los que hay más arena que en el Sahara…

Resumiendo, ni todo el monte es orégano ni todas estas profesiones son sexys. Lo siento.