Mario Suárez

«Y el rey colorado de barba de acero, su padre, la llama con queja amorosa; y un llanto de fiera, un llanto sincero se pierde en la duna de Islandia brumosa». El poeta peruano José María Eguren resumía lo que era este país ártico: bruma, dureza y fuego.

Islandia es un reducto inimaginable al noroeste de Europa, en pleno océano Atlántico, más cerca de Groelandia que del continente. Una isla repleta de desiertos, montañas, glaciares y ríos, que vive en verano su momento más bello, cuando el sol ocupa casi las 24 horas del día y la noche se esconde hasta llegar el otoño. Un destino que ahora, gracias a la actuación de su selección de fútbol durante la Eurocopa, ha sido redescubierto por miles de personas: solo durante el torneo las búsquedas de vuelos con destino Keflavík, el aeropuerto internacional de la isla, crecieron un 273% en el comparador Idealo.

Paisajes como este caracterizan al país.
Paisajes como este caracterizan al país.

Con algo más de trescientos mil habitantes, Islandia es un país que vive mirando al mar y a sus volcanes, con un clima duro en invierno y un verano templado con días grandiosos de luz y temperaturas que no superan los 15 grados. Es un país relativamente nuevo, independiente de Noruega desde mediados del siglo XX, con héroes vikingos que, durante siglos, fueron conquistadores y buenos comerciantes. Y eso se palpa en sus gentes, abiertas de carácter, convencidas del valor de lo diferente y discretas en sus actos. “Islandia es un lugar donde se vive muy bien. Es cierto que el clima no es bueno todo el año, pero nuestros paisajes son únicos en el mundo”, cuenta Björn Birgir, auxiliar de vuelo de la compañía aérea Icelandair.

Como él, todos sus compatriotas presumen de ser la primera democracia del mundo –su parlamento fue creado hace más de mil años– y de ser el país que más libros per cápita compra, con una alfabetización cercana al cien por cien. La perfección social, que dicen algunos. Todo esto se puede intuir en su capital, Reikiavik, una de las ciudades más seguras del planeta, con estética de pueblo pesquero y silencio en las calles.

Uno de los barrios de Reikiavik con casas multicolores.
Uno de los barrios de Reikiavik, con casas multicolores.

Reikiavik es la urbe más poblada de esta isla, y vive relajada mirando a la bahía Faxaflói. Con un área costera de piedra volcánica –el monte Esja es su espejo de roca–, está formada por multitud de penínsulas y pequeñas islas que se dispersan en su superficie de manera austera. La gran mayoría de sus edificios no cuenta con más de tres plantas, lo que hace que la ciudad se extienda entre barrios residenciales y zonas deshabitadas, creando una estilo de vida pausado y en contacto con la naturaleza de norte a sur.

En Reikiavik vive su ciudadana más ilustre en lo musical, Björk, una cantante que ha llevado la excentricidad islandesa por todo el mundo, haciéndola casi costumbrista. Otras bandas míticas del rock y el pop actual, como Sigur Rós y Ólafur Arnalds, llevan su música por todas las listas desde hace décadas, y ponen banda sonora al Runtur, la gran fiesta de los jóvenes de Islandia. Este evento no es más que una ruta de bares y clubs para hacer de viernes a domingo, principalmente en Reikiavik, y que arrastra a los seguidores de la buena música y el clubbing de toda Europa hasta esta isla. Sí, a Islandia también se viene a bailar.

 El Parlamento islandés.
Aquí se encontraba el antiguo Parlamento islandés.

La cultura en la capital islandesa siempre ha sido un motor social y aglutinador de generaciones. Con una importante área universitaria, en su skyline destacan, como lanzas al sol, sus iglesias de nueva construcción, como Hallgrímskirkja. Este austero templo de curvas futuristas tiene un torreón accesible para el público desde el que ver toda la diseminada ciudad y entender su carácter de villa aislada. Pero en Reikiavik también hay trazos de arquitectura clave de la Europa del siglo XX, como la Casa Nórdica del arquitecto finlandés Alvar Aalto, o el edificio Harpa, inaugurado en 2011, que hace las veces de palacio de congresos y de restaurante con vistas a la bahía, y es el único edificio que no cesó su construcción durante la pasada crisis económica de 2008.

La arquitectura más vanguardista tiene un referente en este edificio, el Harpa de Reikiavik.
La arquitectura más vanguardista tiene un referente en el Harpa de Reikiavik.

PLATÓ DE TELEVISIÓN

Visitar Islandia es, sobre todo, comprender que existen naturalezas diferentes a las comunes. Es, a veces, pensar que estás en Marte y otras, en unas montañas suizas. O dentro de la serie Juego de Tronos, pues muchos de sus espectaculares paisajes fueron rodados precisamente en Islandia. La ciudad de Akureyri, en el fiordo más grande del país, con kilómetros de lava que, nevados, son aún más bellos, es una de las localizaciones de la serie; también el lago Myvatn, con surrealistas formaciones volcánicas llamadas “castillos negros”.

A la lista se uniría el Parque Nacional de Skaftafell o la cueva de Grjotagja, con un color azul tan intenso que pareciera un efecto de postproducción. Pero no es así, la belleza lunar de Islandia es tan real como improbable. Es lo que sucede cuando alguien ve por primera vez la cascada de Godafoss  –que significa “cascada de los dioses”–, que es consciente de que la ensoñación que produce la naturaleza bien vale ser escenario de una serie de televisión o incluso de varias películas. Aquí, además de Juego de Tronos, se han rodado escenas de Star Trek, entre otros filmes.

El lago Myvatn es uno de los escenarios más surrealistas de Islandia, con caprichosas formas volcánicas que crean un clima onírico lleno de calma.
El lago Myvatn es uno de los escenarios más surrealistas de Islandia, con caprichosas formas volcánicas que crean un clima onírico lleno de calma.

En el valle de Kaldidalur comienza una de las rutas más sorprendentes de este país con cerca de 200 volcanes. Por las conocidas como Highlands se puede atravesar este precioso valle, origen de leyendas del folklore vikingo, elfos y troles. Es una extensión inmensa de naturaleza casi salvaje, donde se encuentra el Parlamento de Pingvellir, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y que se recomienda hacer en 4×4. Aquí está el glaciar más grande de Europa, con casi mil kilómetros cuadrados, donde se debe vivir –siempre con prudencia– el estado llamado The Total White, cuando cielo y suelo se vuelven de color blanco y desorientan al visitante sin saber dónde se encuentra ni qué ruta seguir. Es la naturaleza o tú, y aquí siempre gana ella.

Del poder de lo natural en Islandia también te cercioras en el Parque Nacional Thingvellir, a unos 40 kilómetros de Reikiavik. Aquí se fundó el Albingi, una de las instituciones parlamentarias más antiguas del mundo, en el año 930.

La independencia de Islandia se proclamó en este lugar en 1944 y el parque aloja la residencia de verano del Primer Ministro. Grandes fallas atraviesan su mastodóntica superficie, siendo la más grande de ellas, Almannagjá: un cañón impresionante que parece dividir la isla en dos, y que, a veces, todavía tiembla con los discretos terremotos que sufre la isla, y hace susurrar el cauce del río Öxará que cruza el parque.

Extraordinaria vista del Parque Nacional Thingvellir, el paraiso para los excursionistas: campos de lava, abedules, visones americanos y hasta zorros polares.
Extraordinaria vista del Parque Nacional Thingvellir, el paraiso para los excursionistas: campos de lava, abedules, visones americanos y hasta zorros polares.

UN PAÍS EN PAZ

Islandia es uno de los pocos lugares en el mundo donde no hay hormigas, pero sí ovejas, muchas, más del doble que habitantes –unas 600.000–, y su tierra bulle con fuerza a través de cualquiera de los 600 géiseres repartidos por todo el país. El más famoso de ellos es Strokkur, en la región geotérmica cercana a Reikiavik, que erupciona cada cuatro u ocho minutos, con una altura de entre 15 y 20 metros. Este volcán de agua está en el valle de Haukadalur, que también acoge unas pozas termales utilizadas durante años por los reyes daneses, y que se pueden visitar –e incluso bañarse en ellas– en verano y en invierno. Precisamente este valle, junto con la cascada de Gullfoss y el citado Parque Nacional de Thingvellir, forman parte del denominado Círculo Dorado, de visita obligada en Islandia.

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Dicen que el agua de Islandia es la más limpia del planeta.

Es un país que no tiene ejército ni fuerzas aéreas y uno de los que tiene mayor longevidad del planeta. Pero los islandeses son fuertes y justos, y lo mismo provocan la caída de un gobierno que encierran en la cárcel a los banqueros culpables del colapso financiero que sufrieron con la crisis de 2008. Islandia no tiene apenas árboles que crezcan de manera natural, solo un porcentaje de tierra cultivable menor del 1%. Pero no les importa: cuentan con el mar de Groelandia y el Atlántico Norte como fuente de subsistencia.

Comer en Islandia es degustar el mar; también sabores nórdicos en cuanto a la carne y su elaboración. Emplean mucho el secado, el salazón, el ahumado y marinado de los alimentos, que bien se puede aplicar al salmón, el bacalao o el tiburón, los arenques o la trucha ártica. En cuanto a las carnes, el cordero y el reno son las estrellas en la cocina. El frailecillo (un ave ártica, más pequeña que el pingüino), es frecuente en la gastronomía islandesa. Sabores contundentes pero saludables, quizá por eso dicen que son los habitantes más felices del mundo.

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Los creadores de la ginebra Martin Miller’s destilan su ginebra en Londres y, cinco mil kilómetros más allá llegan hasta una pequeña factoría a unos 30 kilómetros de Reikiavik, para mezclarla con el agua más pura de la tierra.

Este artículo se publicó originalmente en el número de verano 2016 de ‘Shopping&Style’, el suplemento del último jueves del mes de ‘El País’.