He padecido el Síndrome de la Tiara, lo confieso. He sido esa que se quedaba en la oficina terminando de finiquitar un proyecto importante mientras el resto de compañeros se iban con el jefe a tomar copas para celebrarlo. Yo era la que se quedaba hasta tarde y jamás reclamaba una hora extra porque “era por el bien de todos y si crecía la empresa, crecíamos todos”. Yo era esa que desconocía el significado de la palabra ‘convenio’ y que aceptaba trabajar 40 horas semanales -y más- con un contrato a media jornada por un sueldo de risa.

Y con todo y con eso, trabajaba y trabajaba y me aseguraba de que todo salía bien mientras el jefe se dedicaba a compadrear con comerciales y amigotes, emprendedores de medio pelo, a los que regalaba puestos en la empresa diciendo que estaba haciendo new business. Pensaba que en algún momento, algo cambiaría y mis méritos serían reconocidos. Que todo el mundo abriría los ojos y diría: “Wow, Adriana, gracias por mantener a flote esta empresa”. Nunca pasó.

Hoy nos toca enfrentarnos a ese otro techo de cristal, el que muchas veces nos ponemos nosotras mismas a la hora de hacer ver lo que valemos. © Hadow
Hoy nos toca enfrentarnos a ese otro techo de cristal, el que muchas veces nos ponemos nosotras mismas a la hora de hacer ver lo que valemos. © Hadow

¿Que qué es el Síndrome de la Tiara?

Las fundadoras de Negotiating Women, Carol Frohlinger y Deborah Kolb, acuñaron el término ‘Síndrome de la tiara’ para referirse a la actitud pasiva que toman generalmente mujeres -aunque no únicamente- en sus puestos de trabajo, cumpliendo prolijamente con su deber sin decir nada, esperando que algún superior las observe para, el día menos pensado, coronarlas con una “tiara”. Esta tiara puede ser vista a modo de ascenso, aumento de sueldo o reconocimiento de algún tipo.

¿Te suena? Seguro que sí. Si en su día ya hablamos del ‘Síndrome de la impostora‘ y de lo mucho que nos cuesta a las mujeres creérnoslo en el entorno laboral, hoy nos toca enfrentarnos a ese otro techo de cristal, el que muchas veces nos ponemos nosotras mismas a la hora de hacer ver lo que valemos.

Esta podrías ser tú, esperando que alguien te corone con la tiara del mérito.
Esta podrías ser tú, esperando que alguien te corone con la tiara del mérito.

No es nada nuevo que las mujeres estamos acostumbradas a vernos como sujetos pasivos. La princesa que debe ser rescatada, besada para ser devuelta a la vida, elegida, encontrada por un príncipe encantador que recorre la ciudad zapato en mano como un fetichista cualquiera. Porque Harry encontró a Sally y no al revés y Penélope se quedó sentadita veinte años en su casa a esperar a que a Ulises le diera por regresar de la guerra.

Pero amiga, la cruda realidad nos dice que en realidad los jefes suelen tener mejores cosas que hacer que sentarse a monitorizar lo que hacen sus empleados y con qué intenciones. Piensa en si fueras tú misma la jefa, ¿crees que podrías estar pendiente de qué le aflige a la última becaria de la empresa con la que nunca has cruzado palabra? Por poder podrías, pero piénsalo. Hoy tienes que cuadrar unos presupuestos y mañana hay que presentar tal proyecto y pasado… «qué coñazo, las nóminas». Es su deber gestionar al personal y estar pendientes de cuánto trabaja cada uno, pero lo de leer las mentes todavía no es algo que recoja el Estatuto de los Trabajadores.

La Directora de Operaciones de Facebook y ya todo un referente en cuanto a mujeres y condiciones de trabajo; Sheryl Sandberg; aporta sorprendentes estadísticas sobre cómo una mayoría de las mujeres solo se presentaría como candidata a un puesto de trabajo si considera que cumple el 100% de los criterios requeridos, mientras que los hombres se lanzarían en plancha a por ello cumpliendo sólo un 60% de dichas capacidades.

Hombres lanzándose en plancha ante una oportunidad laboral (aunque no cumplan los requisitos).
Hombres lanzándose en plancha ante una oportunidad laboral (aunque no cumplan los requisitos).

¿Cómo te afecta en tu día a día?

Es más que un simple asunto de autoestima. Las repercusiones económicas de este tipo de comportamientos interiorizados son espectaculares. Linda Babcock y Sara Leschever, autoras de Women Don’t Ask: Negotiation and the Gender Divide, calcularon que simplemente por el hecho de no negociar su primer salario en una oferta laboral, una mujer estadounidense sacrificaría más de un millón de dólares a lo largo de toda su carrera. Sin duda, una pérdida desproporcionada teniendo en cuenta que hablamos de pasar cinco o diez minutos de mal rato en el despacho de tu jefe.

Tampoco es una cuestión de fustigarnos y hacer leña del árbol caído, puesto que aparte de todo este asunto, las condiciones de discriminación a las que nos enfrentamos las mujeres en el ámbito laboral son reales y patentes.

Es bastante comprensible pensar en que bastante tiene una con sacar adelante una jornada maratoniana de las que tenemos casi todos hoy en día, hacerse cargo de los niños y del marido, -que parece ser que es peor carga para la carrera de la mujer que los peques, según publicaba recientemente El País lidiar con los egos de toda una oficina, tener tiempo para sí misma y encima estar siempre divina de la muerte, no vaya a ser que alguien insinúe que no eres Super Woman. Suficiente trabajo es todo como para tener que emprender una campaña personal en el trabajo al más puro estilo High School: “Elígeme a mí para un aumento antes que al zángano de mi compañero que vive con su madre y puede irse contigo de cañas hasta las diez todos los días porque llega a la mesa con los sanjacobos puestos, querido jefe”. Qué pereza, ¿no?

Es comprensible pensar que bastante tiene una con sacar adelante una jornada maratoniana, hacerse cargo de los niños y del marido, lidiar con los egos de toda una oficina, tener tiempo para sí misma y encima estar siempre divina de la muerte, no vaya a ser que alguien insinúe que no eres Super Woman. © Getty Images
Es comprensible pensar que bastante tiene una con sacar adelante una jornada maratoniana, hacerse cargo de los niños y del marido, lidiar con los egos de toda una oficina, tener tiempo para sí misma y encima estar siempre divina de la muerte, no vaya a ser que alguien insinúe que no eres Super Woman. © Getty Images

¿Cómo combatir el Síndrome de la tiara?

Las autoras nos dan cinco claves para resumir todo esto: inteligencia, recursos, marcar la diferencia, buscar cierto apoyo y tener absoluta confianza en una misma. Casi nada. Pero quizá algo tan sencillo como empezar por recoger algunos datos y aprender a presentarlos de la manera más exitosa tras cada proyecto que acabes. Poco a poco. Recalca los méritos de tus compañeros para tratar de crear un ambiente donde el sano reconocimiento de las valías esté normalizado. No te cortes al decir que haces bien las cosas que haces bien. Y no seas tonta, seguro que haces cosas muy, muy bien. La modestia está muy bien pero también puede cortarte las alas a la hora de lucirte un poco, no hagas caso de los que intenten avergonzarte por ello, total, una mujer en el trabajo siempre va a ser asociada a ciertos estereotipos dañinos: la tonta, la trepa, la arpía sin corazón… Mejor dejar de lado todos estos tópicos -y dejar de aplicárselos a tus jefas, claro- y empezar a poner caras, nombres y apellidos a todo eso que hacemos y resolvemos mejor que nadie las mujeres en las oficinas del mundo entero, que no son pocas.

No te cortes al decir que haces bien las cosas que haces bien. La modestia está muy bien pero también puede cortarte las alas.

El último estudio McKinsey, nos decía que el 36% de los hombres aspiran a tener un cargo directivo frente al 18% de sus homónimas. Y esto no es más que una cuestión de mentalidad que tenemos que ir cambiando en nuestras propias cabezas. Hay un mundo nuevo en nuestros corazones y blablabla, qué te voy a contar.

Hacerse valer es hacerse ver, empecemos por el principio. Haz que tus colegas y superiores vean que estás ahí y lo que haces, tu personalidad brilla mucho más que ninguna diademita de piedras preciosas. Confía en tus capacidades y tenlo claro, si en algún momento crees que podrías estarte quedando atrás, pregúntate: “¿Estoy esperando mi tiara?”.