«Ya llegará. Lo que pasa es que no tienes que buscarlo ni estar pendiente. Cuando menos te lo esperes, aparecerá tu hombre ideal». Claro que sí, guapi. Que levanten la mano todas las solteras all the single ladies, que diría Beyoncé que en algún momento de sus vidas hayan escuchado esta especie de mantra que no manta con el que nos machaca la sociedad una y otra vez. Y por sociedad me refiero a, sobre todo, señoras mayores y amigas con novio y/o casadas.

Ya decía yo que veía mucha mano levantada. Por eso y porque me pagan por escribir, hoy estoy aquí para echar por tierra esta maldita muletilla con la que terminan muchas conversaciones sobre el amor cuando tú estás en medio del desierto de la soledad al que a mí me gusta llamar paraíso de la independencia y tu interlocutor vive ¿plácidamente? en villa parejilandia y/o matrimoniolandia.

Con esta cara de incredulidad os miramos a todos. © Jonathan Segade / Mondadori

Cuando menos te lo esperes…

Comencemos por el principio de la frase. ¿Me estás contando que esto es como cuando el autobús llega de manera inesperada media hora antes? ¿O como cuando encuentras un kiko en una bolsa de pipas? Vaya, que lo que quieren decir con esto es que el conocer a alguien que te interese, románticamente hablando, es algo totalmente inesperado, loco e increíblemente espontáneo.

Pues no cuela.

No me lo creo por una sencilla razón. Ni una de las relaciones estables que me rodean surgieron fruto de la casualidad. Me explico. Quizá el señor Y y la señora X se encontraron en una cena con amigos comunes que fijo que querían presentarlos o moviendo sus caderas al ritmo de Despacito en una noche de borrachera, ¿es eso casualidad? Pues sí y no, queridos. Por un lado, cierto es que no te esperabas coincidir con esa persona, pero eso no quiere decir que lo demás vaya rodado. Me explicaré mejor.

Y sin favor.

Una vez logrado el contacto, debes mantenerlo. Vaya, que esto es como si fueras autónomo y tuvieses que buscar clientes. Llamadme poco romántica, pero es lo que hay y lo sabéis. Después de ese primer encuentro, él, tú o los dos debéis mostrar interés, intercambiaros los números de teléfono, cortejaros… O bueno, más bien que él te corteje porque, como buen macho alfa que es, él es quien debe acechar a su presa. Léase con tono irónico, por supuesto.

Además, no puedo con que ese «cuando menos te lo esperes» salga de boca de gente que ha hecho justamente lo contrario. Una cosa es que hayan intentado aparentar indiferencia hacia la otra persona lo típico de «hazte la dura y que te llame él», pero al final estaban deseando esa llamada como agua de mayo, las cosas como son.

Pero voy a ir un paso más allá y generar un poco más de polémica, si cabe. El ejemplo más claro que os puede poner es el de cuando un chico le pide matrimonio a su novia que al revés no se puede, claro, después de que esta llevara años lanzándole señales y no precisamente sutiles. Es entonces cuando ella te llama y te dice: «Qué fuerte. Es que no me lo esperaba». Claro. Para nada. Un shock total.

Me aburres, chica.

… aparecerá tu hombre ideal

Pero sin duda, la mejor parte de esta célebre frase está en su final como en los helados de cucurucho cuando se queda el chocolate al fondo. ¿Cómo que ‘tu hombre ideal’? ¿Y si solo quiero que sea un hombre? ¿Por qué tiene que ser ideal? Y sí, ahora me diréis que me quejo mucho, pero es que no puedo con ese concepto idealizado del amor romántico. Ni las relaciones de pareja son ideales, ni los hombres y mujeres somos ideales.

Pues mira, sí.

Todos tenemos nuestro lado oscuro, nuestros secretos, nuestros vicios, nuestras manías, nuestros días de «no me hables que hoy estoy que muerdo»… Y todo eso NO es malo. Al contrario. Sin embargo, estamos empeñados en agarrarnos a unos cánones en las relaciones personales que no se ajustan a la cruda realidad. ¿Y de dónde los hemos sacado? Pues de las novelas y películas románticas. Del ‘chico salva a chica’, del ‘chico malo que cambia por ti’, del ‘chico te ve por la calle y te persigue para conseguir tu número porque le has encantado’, etc. Pero, ¿qué pasa con la chica?

Gracias Bridget, digo Renée.

He aquí el motivo por el que esta frase me incomoda tantísimo. Porque no se le dice a los hombres y nos sitúa a las mujeres en ese puesto de espera, de estar sentada en el baile del instituto esperando impacientes la mayoría a que nos saquen a bailar. No quiero bailar con el más guapo, ni con el más ideal, ni tampoco quiero esperar a bailar con alguien. Bailar sola también es divertido.

Además, lo siento, pero no voy a pasarme la vida esperando algo que, seguramente, no llegará. No creo en hombres ideales. Quizá si me dijeran hombre a secas, les compraría el argumento. Pero no. Los príncipes azules no existen y las princesas, queridas, tampoco. Por suerte para nosotras, ahora podemos ser nuestros propios príncipes. Construir nuestro castillo, organizar fiestas en él, trabajar para mantenerlo, comprar un bonito carruaje… Vaya, lo que viene siendo ser dueñas y señoras de nuestro palacio.

Y hasta podemos tener fuegos artificiales si queremos.

Porque, ¿qué es lo peor que podría pasar? ¿Que no podamos con todas las perdices de una? Pues las congelamos y nos las comemos otro día. ¡Arreglado!