«Al final le contó que le había sido infiel y van a intentar arreglar la situación», relataba María en una de esas tardes en las que mi salón se parece más el plató de Ana Rosa Quintana que a un diminuto estudio acicalado con muebles de Ikea. En aquel preciso momento, no pude morderme la lengua: «¿Arreglar? La confianza es la base de toda relación y sin ella, ¡¿cómo mantener el amor?!», exclamé sin poder contenerme.

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Como suele pasarme, me di de bruces con la réplica que haría desmoronarse todo mi esquema mental sobre las infidelidades: «¿Acaso revelar a tu pareja que le has puesto los cuernos hablando en plata y hacer frente a ese bache juntos no es el mayor acto de confianza que puede haber entre dos personas?», me dijo Sofía. Un momento. ¿En serio me estaba diciendo mi amiga que el verdadero reto era superar la infidelidad y no el no cometer adulterio qué gran palabra? Para escribir este artículo con total sinceridad, os diré que nunca le he sido infiel a mis parejas. Pero si algo he tenido claro siempre es que, si cometiese algún desliz, jamás lo confesaría. Cerraría mi preciosa boquita de piñón con un candado y tiraría la llave al mar. ¿Por qué? Buena pregunta.

Tal cual.
  • Si no lo cuentas… ¿es como si nunca hubiera ocurrido?

Quizá mi predisposición para llevarme el secreto a la tumba se base en mi creencia de que la confianza no puede recuperarse. Para mí, este sentimiento es un frágil jarrón que ni el pegamento más fuerte del mundo puede volver a unir. Y, aunque lo lograse, las grietas serían lo suficientemente importantes como para abrirse con el más mínimo movimiento. También me perturba el hecho de no saber cómo iría a reaccionar mi pareja. Es decir, esto no es como cuando le mentías a tu madre y te castigaba dos días sin televisión. Tu vida entera puede cambiar al revelar un acto que no puedes borrar de tu pasado, pero sí de tu futuro. Y he aquí el verdadero quid de la cuestión: ¿Callar el pasado para tener un futuro en común es algo tan horrible? No es mentir, es omitir información.

Sé que ahora mismo estaréis pensado que no tengo sentimientos ni escrúpulos. Y no voy a negarlo, aunque prefiero definirme como realista y algo cínica. Sin embargo, dejadme plantearos otra cuestión que siempre ha rondado por mi inquieta cabeza. ¿No querrá decir algo el hecho de que le hayas puesto los cuernos a tu pareja? ¿Seguro que va todo genial en vuestro nidito de amor? ¿SEGURO?

Repito, ¿SEGURO?

Me da igual que le hayas sido infiel a tu pareja 1 o 10.000 veces. Sinceramente creo que esa infidelidad es el reflejo de que algo no anda muy allá y, lo siento, pero lo más seguro es que esa relación, con confesión o no, termine.

«Carmen, trabajo a diario con parejas que están sanando sus relaciones porque una de las partes le fue infiel a la otra y puedo garantizarte que salen más reforzadas y unidas que lo que entraron por la puerta», me dice Cristina Martínez, psicóloga especializada en terapia de pareja, tras leer mi alegato anti-confesión.

Me puse un poco chula, pero es que desmontó toda mi teoría.

«Vale, acepto el reto. ¿Cómo puede ser que una infidelidad sea el inicio de algo bueno?», le dije. Y claro, donde las dan las toman. «Como bien decías tú en tu discurso pro-silencio, siempre hay un motivo más profundo por el que se comete una infidelidad. Si la persona infiel decide contarlo y ambas partes acuerdan buscar la causa por la que se ha producido, es más que probable que encuentren los fallos y, si quieren, los arreglen». Reconozco que ya estoy metida de lleno en el juego, como siempre que hablo con Cristina, y decido ir más allá: «Muy bien, pero me falla una cosa. ¿Realmente se llega a perdonar una infidelidad?». Silencio.

¡Ajá! Lo sabía. Mis neuronas ya están dando saltos y chocando esas cinco cuando Cristina carraspea y coge carrerilla: «Cada persona perdona lo que cree conveniente. Y el hecho de que tú no contemples perdonar una infidelidad, no quiere decir que el resto del mundo deba seguir tus pasos».

Ahí me ha dado…

Reconozco que eso ha dolido, pero Cristina lleva razón. Quizá el estigma negativo social que acarrean las infidelidades me hace ver como ‘débiles’ a todas aquellas personas que deciden perdonarlas. Porque, no nos engañemos, socialmente culpamos a los infieles, pero también juzgamos a aquellas personas que les perdonan.

  • ¿Es perdonar el mayor acto de confianza del amor?

Vale, igual me ha quedado muy cursi, pero recuerda que de pequeños nos enseñaban la importancia no solo de pedir perdón, sino de aceptarlo. «Anda Carmen, ve y pídele perdón a María» o «ya te ha pedido perdón así que ahora a jugar» son frases que todos hemos oído alguna vez. Cierto es que era por cosas un poco menos serias, pero quizá al madurar perdemos esa capacidad para perdonar y ser perdonados. «No te obsesiones con el tema del perdón. Hay gente que no lo perdona, pero lo acepta y vive con ello», me recuerda Cristina.

Socialmente culpamos a los infieles, pero también juzgamos a aquellas personas que les perdonan.

Os confesaré y mira que yo soy más de callarme que enfilo el último tramo de este artículo con muchas dudas. ¿Puede ser una confesión a tiempo la clave de una relación fuerte y duradera? ¿Es la infidelidad solo una piedra en el largo camino de una relación estable? Minutos antes de ponerme frente al ordenador, creía firmemente que confesar un desliz amoroso era puro egoísmo por parte del infiel para limpiar su conciencia. Ahora me planteo si no es un acto de amor al lanzarse sin paracaídas a las garras de un veredicto incierto que bien puede terminar con dos corazones magullados. Sí, soy muy intensa cuando quiero.

Solo os diré que, con tantas posibilidades, se me han quitado las ganas de ser infiel. Dicho queda.