Hace unas semanas hablamos en Grazia sobre la niñofobia, un artículo que generó diversas opiniones tanto dentro de la redacción como fuera. Hoy queremos conocer el otro punto de vista y esta es la respuesta de nuestra colaboradora Rosa Alvares a aquel texto.

© Getty Images.
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Que la niña que fuiste nunca se avergüence de ti

Soy de una generación en la que muchas mujeres apostaban por la maternidad ante todo. Era el modelo que habíamos heredado de nuestras madres, y el hecho de que algunas optáramos abiertamente por la pareja, los amigos, la familia de nacimiento o nuestra carrera profesional, sin hijos, no era la norma general.

Nunca me he arrepentido de ello. Tampoco me ha hecho ser una especie de madrastra de cuento, insensible a las alegrías que da tener críos alrededor, incapaz de disfrutar con sus ocurrencias… No. De hecho, confieso que en no pocas cabalgatas de Reyes he pedido a alguna amiga que me ‘prestara’ a sus niños para pasar ese mágico rato con ellos; que he llegado a ver varias veces seguidas una exposición sobre efectos especiales terrorífica (y muy fea) para dar gusto a mi sobrino, y que disfruto mucho buscando pequeños tesoros para la colección particular de Mateo, uno de mis grandes amigos, a pesar de medir menos de 1,20 m y tener 7 años. Sirva todo esto para decirlo bien claro: yo no sufro niñofobia. Lo que realmente no soporto son los niños a los que sus padres no han educado como deberían.

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Esta podría ser yo con una amiga.

¿NIÑOS? SÍ… PERO EDUCADOS

Leo una frase que me estremece: “Los niños nunca molestan, son niños”. ¡Error! Tan grande como decir que los adultos nunca resultamos pesados y desagradables, por más problemas, estrés, desamores y otras muchas vivencias que nos puedan eximir, en ciertos momentos, de ser educados, respetuosos, atentos…

Los críos son adultos en potencia, llegarán a ser mayores y tomar el relevo generacional. ¡Incluso nos cuidarán y ayudarán a pagar nuestras pensiones! Y para ser adultos responsables, cariñosos, útiles, necesitarán haber hecho su particular training desde su más tierna infancia. Y eso, además de adquirirse en la guardería o el colegio, se consigue socializando con el resto de las personas, no solo con las de su entorno más próximo.

De alguna manera, todos los mayores –aunque no seamos papás, tíos o amigos del círculo de los peques– contribuimos a su educación. Por eso, es importante darles un buen ejemplo de lo que está bien y lo que no. Y cuanto antes vayan aprendiendo que hay comportamientos suyos que a ellos les pueden resultar muy naturales (como correr sin tregua por una tienda, chillar a pleno pulmón mientras los vecinos duermen la siesta, patinar por las aceras sin fijarse en los ancianos que pasean, dar patadas en el asiento de delante en el tren…), pero que fastidian a los demás. Y que ninguna madre me diga que esto es falta de empatía con los críos. Es, sencillamente, respeto por los demás.

¡Y punto!
¡Y punto!

VACUNA CONTRA LA MADUREZ

Dice alguna madre que esa supuesta niñofobia que parece haberse puesto de moda se debe a que, como nacen menos niños, se nos ha olvidado como son… ¡Menuda afirmación! En todas las civilizaciones, los críos han sido uno de los activos más preciados. ¡Son el futuro de la especie! Además, nunca podremos olvidar lo que es la infancia porque todos llevamos dentro aquel niño que fuimos.

Sí, a pesar de todo el background que nos acompaña según cumplimos años (y asumimos responsabilidades, y acumulamos ausencias), todavía recordamos lo mucho que nos gustaba aquella Barbie del escaparate, las chuches que comíamos a escondidas, o nuestro sueño de ser mayores, pintarnos con rouge y hacer preguntas al famoso de turno como buena periodista… Y si a alguien se le ha olvidado, le regalo tres sugerencias en formato de libro a las que recurro una y otra vez: Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas y Charlie y la fábrica de chocolate. Las mejores vacunas contra la madurez… ¡palabra de adulta!

Y ser así de maduro
Todos tenemos ese niño dentro que de vez en cuando vuelve a salir.

¿Y SI ME MONTO EN SU PATINETE?

Hoteles only adults, vagones sin niños, restaurantes para mayores… Son tan respetables como que en los centros de ocio infantil no dejen acceder a los adultos a las piscinas de bolas de los críos. Y no quiero imaginar la que se armaría si, paseando por El Retiro, se me ocurriera arrebatar a un niño un patinete y salir huyendo porque ‘lo natural’ es hacer lo que me da la gana y cuando me da la gana.

Lo dicho, que los adultos acudan a un local reservado solo para mayores no significa que detesten a los menores o que estén fomentando guetos. Simplemente, es que desean pasar una velada en paz, sin que les perturben los críos que no vienen educados de casa. Mientra escribo esto, veo una entrañable imagen enmarcada: es verano y una madre sujeta feliz a su hija pequeña. Tiene un largo camino para hacer de ella una persona empática y educada con quienes tiene alrededor, sean de la edad que sean.

Aquella niña que fui nunca se avergonzaría de la adulta en la que me he convertido. Ni siquiera por reivindicar mi derecho a no soportar niños inquietos…

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Esta es justo la imagen que me viene a la mente. ¡DE VERDAD!