Según el INE los españoles nos casamos cuando hace calor: los meses preferidos para darnos el sí quiero son julio y septiembre seguidos de junio, octubre y mayo. O lo que es lo mismo, desde que empieza a hacer buen tiempo hasta que comienza a llegar el frío nos casamos como si no hubiese un mañana. ¡Pero qué os voy a contar! Seguro que vuestro bolsillo sabe bien a lo que me refiero… Porque llega una edad en la que te enfrentas a una auténtica temporada de bodas cada año, una época de la vida en la que te entra pavor a abrir el correo, no vaya a ser que llegue otro sobrecito en blanco roto más.

Esta temporada te va a tocar preparar… ¡6 modelitos!

Así a grosso modo, las bodas se clasifican en:

  1. Las que te hacen mucha ilusión (generalmente, las de tus amigas).
  2. A las que vas por compromiso (amigos de la infancia de tu novio a los que ni siquiera conoces y en las que solo puedes pensar en el pastón que te vas a dejar).
  3. Esas en las que preferirías que te arrancasen un brazo antes que ir pero vas igualmente (esas de la familia política con los suegros adosados, bodas de ex novios y demás horrores etc).

Así que, además de suplicar para que el calendario bodil del año sea benigno y no se te lleve la mitad de tu exiguo sueldo en el intento, te encomiendas a todos los santos para que sean mayoritariamente tipo 1 y 2.

Conforme te vas haciendo mayor el número de bodas va decreciendo progresivamente. Tus amigos en su mayoría están ya casados, así que cada vez tienes menos gracias a dios. Y después de asistir a un montón de bodorrios de todo pelaje (bodas multitudinarias, íntimas, por la iglesia por lo civil, por el rito zulú, en interior, en exterior …) puedes mirarlo con un poco de perspectiva. ¡Lo de las bodas da para un tratado sociológico! Son siempre una reunión mayor o menor de personas que siempre (y digo SIEMPRE) repite los mismo momentos y rituales…

Además de suplicar para que el calendario bodil del año sea benigno y no se lleve la mitad de tu exiguo sueldo en el intento, te encomiendas a todos los santos para que las bodas sean al menos de las que apetecen.
Además de suplicar para que el calendario bodil del año sea benigno y no se lleve la mitad de tu exiguo sueldo en el intento, te encomiendas a todos los santos para que las bodas sean al menos de las que apetecen.

1. El momento vestido

¡Ese quebradero de cabeza! Presupuesto aparte, porque siempre nos quedará alquilar, muchas veces es un problema de no saber qué elegir. ¿Vamos de largo o de corto? ¿Cuánto brilli-brilli es aceptable? ¿La cantidad de pechuga a enseñar depende de si la boda es por lo civil o por la iglesia? ¿Repito modelito o me compro un Amancio barato que seguro que alguien más lleva?…

Lo peor es que, conforme cuentas años (e hijos), más cuenta te das de que con 25 años eras una tontalculo idiota porque todo te quedaba bien y el problema real lo tienes ahora. Demasiado tarde.

Lección 1: Manejo del siempre (in)cómodo mantón de Manila.

2. El momento zapatos

Los tacones así como concepto, en abstracto, molan. Te hacen las piernas más largas, un culo divino y mucho más alta. Todo perfecto hasta que tienes que dar el primer paso. Y el segundo. Y cuando llevas toda la mañana encaramada en ellos te quieres morir o, en su defecto, arrancarte los pies. Además, en las bodas todo suelen ser facilidades (tipo pruebas de Humor Amarillo), no sé… escala a la ermita por un camino lleno de piedras. Sube por escaleras interminables hasta el marco incomparable. Toma el cóctel en un jardín con césped. Vamos todas mirando los asientos con ojillos y contamos los minutos para sacar del bolso las bailarinas planas que evitarán la amputación.

Y en ese momento ELLOS se quejan porque tienen que llevar camisa y traje. Y tú les odias mucho.

“Esto que veis aquí es mi sangre”… qué grande Emma Thompson.

3. El momento convite

En el interior de muchos de nosotros hay un crítico gastronómico, y de los petardos, además. Los mismos que el día anterior comían en McDonalds sin poner una pega ni media llegan a una boda y empiezan a hablar de maridajes, puntos de la carne y la elección de los caldos. En su casa es vino, pero en los banquetes de boda se convierten en caldos por arte de magia.

En general en las bodas suele haber comida como para salir rodando. Solo hay dos ritmos a los que te ceban: muy despacio o desesperadamente lento. Hay bodas, pocas, en las que por el contrario, parece que hay prisa por acabar y te sientes un poco como las ocas con las que hacen foie. Otras, la mayoría, son del equipo sin presión y pasan horas entre plato y plato, tanto que haces la digestión cuatro veces en una sola comida.

Me parece a mí que hoy nos quedamos con hambre…

4. El momento cortar-la-tarta

Cuando por fin acaba el banquete tú te pones a temblar porque sabes que llegan los instantes más tremendos de cualquier boda: primero se personan los novios con una espada mientras ruegas porque no sean unos psicópatas y la líen por hacer la gracia, después cortan una especie de tarta de corchopán. Después, de postre, servirán helado mientras tú, muy metafísicamente (llevas ya muchos vinos caldos), te preguntas qué harán con todas las tartas cortadas que nadie come.

Estos novios han ensayado...
Estos novios han ensayado…

5. El momento tómbola

Luego viene el paseo por las mesas, el momento tómbola (un regalito para las madres, para los padrinos, para la mejor amiga de la novia, el ramo, para los que tienen un nombre que termina en a… y así todo) y por supuesto el brindis, si es que lo hay. En España no es tan común esto de humillar a los novios contando chistes e intimidades, pero al ritmo que vienen las novedades de Estados Unidos vía Pinterest, tiempo al tiempo. Tampoco había damas de honor y ahora se ven cada vez más…

Brindo por ello. La emoción me embarga.

6. El momento exaltación

En las bodas se nota fácilmente cuando el alcohol comienza a hacer efecto: las chaquetas de los hombres desaparecen de sobre sus hombros y aparecen en las sillas, las corbatas suben varios centímetros hasta colocarse en las frentes de sus dueños y las servilletas empiezan a volar. En ese momento hay que echarse a temblar.

¿Lo siguiente? Los «que se besen», los gritos y, sobre todo, el momento folklórico de la jornada. Da igual donde estés: por alguna razón alguien ha considerado que las bodas son el lugar perfecto para dar un recital de jotas, un festival de flamenco o una exhibición de sardana.

¡Dadme dos segundos y os canto una jota!

7. El momento photocall

Cada vez nos complicamos más la vida. Antes te casabas, invitabas a la gente a comer o a cenar y luego a unas copas, y chimpún. Ahora tienes que hacer todo eso pero además en bonito. Los photocalls básicamente cumplen la función de recordar para la posteridad cuán borrachos iban los invitados a tu boda y el sentido del ridículo que tenían (siempre muy bajo). Otra tradición importada de la que ya no es posible librarse.

Esto de los photocalls es… fascinante.

8. El momento vals

Este es otro de los clásicos en cualquier boda que ha ido cambiando con el tiempo. Hasta hace unos años a nadie se le ocurría abrir el baile con algo que no fuera un vals. Te podías poner un poco más moderna y cambiar vals por canción romántica, ¡pero es que hoy ahora hay que ser un John Travolta de la vida! Si no haces un flashmob con todos tus amigos no eres nadie, y si de verdad quieres triunfar tienes que recrear la coreografía de Dirty Dancing. ¡Qué presión! ¿Y si tu novio tiene dos pies izquierdos? Ahhhhh se siente…

Lo de abrir el baile con un vals es tan de los 90…

…y claro, lo siguiente es montar coreografías con los hijos. ¿Dónde quedó aquello de bailar una lenta con la hija subida a los pies de su padre? Ahora queremos convertir a los padres en bailarines también. El fin del mundo está cerca.

Bailar con tu hija es adorable… salvo cuando tú eres la hija.

9. El momento orquesta

¿Orquesta o disc-jockey? En una boda da igual: ni uno ni el otro van a tocar nada de los últimos cinco años. En ese sentido las bodas son una especie de verbena de las fiestas de pueblo a escala reducida: con sus congas, el que quiere ligar, niños y abuelos. Lo único que realmente las diferencia es que el pelotazo no te dejará (tanta) resaca. Al precio que han pagado los novios la barra libre, ¡por lo menos que la ginebra sea de calidad!

Igual que se hacen porras para la noche de los Oscar debería hacerse un bingo con las canciones del baile de la boda. Si no ponen el Chacachá del tren, Sarandonga y Paquito el Chocolatero, ¡no nos quedamos tranquilos!

No, la orquesta de tu boda no será Maroon 5, ni el cantante Adam Levine.

Eso sí, sabrás cuando ha llegado la hora de retirarse cuando tu mejor amiga, tu chico o tu madre te mire con cara asesina diciéndote con la mente deja-de-hacer-el-ridículo-a-la-de-YA.

Corta, corta.