Con sus libros, rompieron moldes y reivindicaron el poder femenino en una época donde nacer mujer suponía ser ciudadana de segunda. Su mensaje feminista aún nos espera en cada página de sus novelas.

Nicole Kidman interpretando a Virginia Woolf en 'Las Horas'.
Nicole Kidman interpretando a Virginia Woolf en ‘Las Horas’.

Charlotte Brontë. Mi vida es mía.

Imaginad la vida en un pequeño pueblo de Yorkshire, a mediados del siglo XIX, en el hogar de un clérigo viudo, con un hijo varón y cinco hijas. Ellas, por supuesto, enviadas a colegios e internados en los que lo más probable era enfermar o aceptar la sumisión. Sí, la sociedad victoriana guardaba pocas alegrías para las chicas sin demasiados recursos. Con suerte, un hombre les pediría matrimonio y se convertirían en (¿felices?) esposas y madres. O quizá en amas de llaves o institutrices de críos ajenos… Ese era el futuro reservado para Charlotte Brontë y sus hermanas, Emily y Ann. Sin embargo, ellas tenían un arma infalible para escapar de ese destino: imaginación y talento para escribir.

Charlotte supo transformar lo triste de su vida –la muerte de su madre y hermanas mayores, la dureza del colegio donde estudió, el amor no correspondido, e incluso su escasa belleza– en materia literaria. Después de que las Brontë publicaran un libro conjunto de poemas (por supuesto, con pseudónimos masculinos), Charlotte editó Jane Eyre en 1847, bajo el nombre de Currer Bell. Su heroína tenía mucho de ella: era independiente, aceptaba sus sentimientos, tomaba decisiones… El éxito fue inmediato, aunque también resultaba escandaloso ese modelo femenino tan diferente a lo que se esperaba de las mujeres reales.

Ya con su nombre, siguió publicando historias con su particular toque feminista. También continuó marcando la diferencia en su día a día; por ejemplo, rechazando varias propuestas de matrimonio porque no se sentía amada desde la igualdad. A la cuarta –y con 38 años, ¡una solterona para la época!– se casó. Estaba embarazada cuando enfermó de tuberculosis, meses después, y murió. El 21 de abril se celebraba el 200 aniversario de su nacimiento. ¿Qué os parece rendirle homenaje leyendo alguna de sus obras?

Libros escritos por mujeres

 

Mary Shelley. Una mujer libre

Que tus padres sean un filósofo político y una escritora feminista no parece nada extraño. Pero si hablamos de principios del siglo XIX, la cosa cambia. Con ese background, Mary Godwin –más conocida por el apellido de su marido, el poeta Percy B. Shelley– tenía todas las papeletas para hacer lo que le diera la gana, por muchas trabas que le pusieran. Su madre murió poco después de su parto, así que fue el viudo quien se encargó de educar a la niña. William Godwin, un hombre de ideas casi tan avanzadas como las de su esposa, transmitió a la pequeña Mary sus valores liberales, quizá demasiado para las mujeres de entonces. Podía acceder a la biblioteca paterna sin censuras, asistía a las tertulias de los intelectuales amigos de su padre…

Defensora del amor libre, con 17 años, comenzó su apasionado affaire con Shelley, un hombre casado. Juntos escaparon a Europa y, al regreso, Mary estaba embarazada. El escándalo estaba servido. En 1816, un par de años después, la mujer del poeta se suicidó y pudieron casarse. Ese mismo año, la pareja se instaló en Villa Diodati, una mansión a orillas de un lago cerca de Ginebra. Les acompañaban la hermanastra de ella, Lord Byron y su secretario, Polidori. En una noche de tormenta, comenzaron a inventar historias de terror. La de Mary trataba sobre un médico que crea vida de la muerte. Ese fue el origen de Frankenstein, novela que publicaría dos años después de manera anónima y que, con el tiempo, le haría pasar a la historia de la literatura. Sin embargo, si hay una obra que refleja su inconformismo feminista es Mathilda, nombre tras el que parece esconderse la propia autora que, por cierto, cuando se quedó viuda, logró sacar adelante a su hijo, flirtear con los hombres que la gustaban… y  vivir de los libros que siguió escribiendo.

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Virginia Woolf. Una habitación necesaria

Lo primero que publicó en su vida, en 1904, fue un artículo en The Guardian dedicado a Haworth, donde se encontraba el hogar de las hermanas Brontë. ¿Casualidad? En absoluto. Virginia había viajado allí, como si de una grouppie se tratara, para descubrir en persona el escenario vital de su admirada Charlotte. Como ella, no se conformaba con representar el papel que la sociedad le tenía reservado a una mujer de clase media-alta nacida en 1882. Educada en casa por sus padres –él, historiador y novelista; ella, bellísima modelo de los pintores prerrafaelitas–, siempre estuvo rodeada de intelectuales y artistas, incluso cuando se independizó junto a su hermana en el barrio de Bloomsbury, llegando a crear el mítico círculo de filósofos, novelistas y poetas de igual nombre: un grupo lleno de creatividad y talento, de ideas avanzadísimas en todos los aspectos, incluido el erótico.

Virginia hizo de la reivindicación de la propia sexualidad una de sus principales luchas. Y predicó con el ejemplo: su obra Orlando está dedicada a la jardinera y escritora Vita Sackville-West, amante ocasional suya y amiga de por vida. También defendió el derecho de las escritoras a recibir el mismo trato que los autores masculinos en su ensayo Una habitación propia (1929), donde reivindicaba que las mujeres dispusieran de un cuarto privado donde leer, meditar y desafiar al mundo, un espacio que fuera su fortaleza y su santuario.

En 1941, Virginia Woolf decidió poner fin a su vida. Pero el feminismo de los años setenta hizo que su pensamiento plasmado en sus obras resurgiera con fuerza. Hoy sigue siendo un ejemplo para aquellas mujeres que, como ella, se rebelan a hacer y sentir lo que otros quieren.

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