Este verano me di cuenta de que del mar, a veces, salen especies nuevas. Situación: una playa en la Costa Brava, al lado de mi amiga M.M. De pronto, noto que se levanta y, sin explicación ninguna, cual Darwin mediterránea, suelta: “Ya han llegado los hombres-nécora”.

Claro, lo mínimo que se siente ante tal afirmación es curiosidad, por lo que también me incorporé. Al frente, como el desembarco de Normandía, como Afroditas machotas, como náufragos del Body Factory, del agua salían unos chavales, de esos de bañador con relleno, cortito, cortito, inflados, con el mismo tatuaje en el brazo (estrellas) y atentos no a las medusas, sino a comprobar si el público (da igual el sexo) les miraba. “¿Esos son los hombres-nécora?”, le pregunté. Y M.M., sin pelos en la lengua, resumió: “Esos. Mírales los brazos: parecen pinzas, no los pueden juntar a los costados por culpa de los músculos. Y luego está ese moreno rojizo, del mismo color que el de las nécoras”.

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Me fijé en sus sombras. Efectivamente, parecían crustáceos y pensé: esta es la evolución natural del chuloplaya de toda la vida. M.M., lanzada, finiquitó la descripción añadiendo: “Lo peor es cuando se ponen delante de ti a hacer que pelean, a subirse unos encima de otros, o se cuentan cualquier chorrada y acaban la frase diciendo: ‘¿sí o qué?’ ¿Pero qué expresión es esa? Y vocean: ‘¡Tás to loco!’. Ahí es cuando cojo los bártulos y me voy”.

Esa tarde no nos fuimos, pero me dio por reflexionar sobre esos tipos de hombres que a las mujeres, por una cosa o por otra, os repatean. Decidí preguntar a otras amigas y las respuestas me han dejado muy preocupado: hay pocos que se salven. Del estereotipo al drama social, he aquí algunos de esos machos alfa y derivados que me hacen entender por qué Tinder es vuestra mejor arma de superioridad femenina después del “¿y si me hago lesbiana y que les den a todos?”.

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1. Los borjamaris (aka Pequeño Nicolás)

M.B. no aguanta a los borjamaris, que recientemente han encontrado a su emperador en el prototipo del Pequeño Nicolás: “Su aire de superioridad y su clasismo impiden que cualquiera de esos pijillos rancios, por muy Brad Pitt que sean, puedan provocarme el más mínimo morbo, atracción o deseo. Ni siquiera me invade la tan laureada erótica del poder que muchas veces va asociada a este tipo de hombre con puestos de responsabilidad”, resume.

“Capítulo aparte merece ese estilillo que me repele y resumiría en: polo con el cuello levantado; pulóver de color llamativo sobre los hombros; chinos de tonos imposibles como corales o mostazas; castellanos o náuticos; gomina en cabellera ligeramente larga y rizada; pulseras cuasi-hippies; y gafas Oakley polarizadas. Sus temas de conversación: política, el éxito profesional del que se vanaglorian y ellos mismos en general. ¿Se puede dar mas pereza?”.

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2. Los que te llevan a autoamarte

L.V. califica de espécimen a ese que mezcla ser “coqueto, deportista, hueco, frío y tierno”. ¿En serio que hay hombres así? Ella quedó con uno y esto fue lo que pasó: “Mira, está bien ser coqueto, pero no más que una. Tras retrasar una hora la cita porque se tenía que duchar, al llegar a su casa me tuvo otros 15 minutos esperando ‘porque lleva tiempo arreglar el cuerpo de un hombre’. Además, era de los que tienen los músculos al tacto como ladrillos porque entrena toda la semana, así que es imposible quedar con él de lunes a viernes porque vive en el gimnasio», se queja.

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«Para más inri, enseñaba pectoral y lo siento, pero los escotes son nuestro terreno. ¡Ah!, y los temas de conversación, importante: su listado de alimentos protéicos, su formación en Educación Física y la creencia (falsa, por cierto) de que con ese lomazo que tiene es más que suficiente para la conquista, sin cumplidos, sin priopos, sin nada. Y cuando se da cuenta de que te aburre, cambia el perfil a modo tierno: habla de su amor a los animales, a la naturaleza, pero reconoce que los perros los tiene en casa de su madre porque no soporta que llenen de pelos la suya.

En resumidas cuentas: «si te cruzas con él, es fácil reconocerlo porque va enseñando torso o lleva ropita ceñida, por no hablar de la gomina para sus tres pelos. Generalmente sus selfies son en el espejo del baño porque ni amigos tiene para pedir que le hagan una. Huye antes de que sea tarde, vete a tu casa y dedícate a una sesión de autoamor”. No hace falta explicar nada más, ¿no?

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3. Los de moño en la cabeza (o de cuánto daño ha hecho el anuncio de Trivago)

“Mi tipo de chico más odiado es, paradójicamente, también el más amado”. L.G.C. aclara: “He terminado odiando a los tíos que me gustaban con locura por castigarme con su indiferencia (¿rencorosa yo? Nah). Se trata del hippy de palo, ese que antes iba con rastas y ahora lleva minicoletilla o moño arriba de la cabeza y barba larga, superbohemio, supermaravilloso, que piensas que tiene mucho mundo recorrido e interior, que va a mirar más allá del físico… pero que, en el mejor de los casos, termina liándose con niñas pijas-boho-chic, rubísimas, monísimas y con los ojos azulísimos, que llevan ropa que cuesta más que la factura de la luz”. Boom.

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4. Los palizas en bucle

“El prototipo de hombre conquistador que más odio es el hombre-chapa”, responde O.H. Es aquel que, a pesar de tus evidentes muestras de desinterés (darle la espalda, contestar con monosílabos, no mirarle a la cara…), te habla y te habla y te habla y te suelta una chapa monumental pensando que así caerás rendida a sus pies”.

Ojo, que O.H. afina y puede provocar que alguna acabe odiándola a ella: “En el top de mi lista de este tipo de hombre están los porteños por su capacidad de hilar unos temas con otros sin necesidad de respirar; su prepotencia; su manía de psicoanalizarte y de darte consejos sin pedírselos… ¡Buff! Y, siendo yo como ellos, un consejo que nadie me pide: para librarse hay que ir al baño, salir por la ventana y correr todo lo lejos que puedas sin mirar atrás”.

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5. Los tronistas

A.G.C. habla de una especie no salida del mar, sino del plasma de la televisión: “No soporto el modelo tronista, ya sabes, una mezcla letal de cuerpo extra-cachas, pintas horteras/catetas, cejas depiladas (a los tíos se les nota a la legua), todo sobreproducido… Y la guinda: en contraposición al todo que muestra en su exterior, la total nada en su cerebro… Para mí son antilujuria y el anti todo. Que ni con un palo, vaya”.

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6. El cretino repelente

M.G. define de esta manera a ese perfil “que sabe de todo y que, cree, ha venido al mundo a salvar a las mujeres, siempre dando lecciones con respecto a todas las esferas de nuestra existencia. Van de graciosos y no lo son. Van de ingeniosos y tampoco lo son. Van de profundos y son absurdos. Y cuando tratan de cederme el paso o abrirme una puerta en atención a su supuesta caballerosidad, ¡me llevan los demonios! Nota: este perfil se encuentra en todas las esferas sociales y con independencia de la edad; doy fe”.

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7. Soy guapo y lo sé, y lo sabes, y lo sabéis, y lo saben

R.P. y M.G.M. coinciden en un tipo de hombre que la primera denomina “arrogante” y la segunda, “el guapo que se sabe guapo”. R.P. es directa: “Son unos papanatas que van de enterados; que están por encima de todo; que se hacen los duros; que en lugar de un ser humano parece que tengas un armario de piedra delante; que a veces te atraviesan con la mirada pero no lascivamente, sino que en realidad no te ve y buscan lo que hay detrás de ti; y no es que no te vea como mujer, ¡es que no te ve ni como ser vivo! Para él no hay iguales: está él y el resto del mundo. Él come aparte”.

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M.G.M. los define como “aquellos que, con mirada altiva que va más allá del horizonte, se sientan con ínfulas en cualquier cafetería o bar con pose de portada de revista. ¡Las han estudiado delante del espejo; si no, no me lo explico! Además caminan y hablan como si fueran de otra época y yo, al final, siempre me quedo mirándolos y pienso: ‘¡Pero mira que eres pánfilo, nene!’”.

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8. Rizar el rizo (o de esta, me encierran)

El tema da para tanto que, para acabar, se hace necesario un resumen. M.C. habla del baboso: “Saliva solo con mirarte, tus pechos son un faro al que pide guía y, por mucho que tú intentes mantener la distancia física, no deja de intentar arrimarse”. Vamos, que ni la cobra una y otra vez los detiene.

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G.P. habla de los que no tienen ni inteligencia ni humor
: “Me repatean los que lucen lo que no tienen (humor o coco) o los que tienen un ego o un orgullo tan tonto que les impide reírse de ellos mismos”.

Y como el odio es libre, I.A. riza el rizo: “Los peores son los que te encuentras en locales de gays y, claro, como son los únicos heteros, pues acabo con ellos, y a la mañana siguiente digo: ¿pero cómo es posible que me haya liado con este coco? Es lo que tiene: en el local de los ciegos, el tuerto es el rey. Te diría además que los que me vuelven loca son los gays, pero voy a quedar como una tarada”.