Tras el coito vaginal y el sexo oral, los hombres lo tienen claro. Aunque a veces no lo digan en voz alta, están dispuestos (y deseosos) a practicar el sexo anal con una mujer. ¡Alegría! O bueno, igual no. Pero antes de comenzar a indagar en esta cuestión, como fémina que soy, reconozco que me he encontrado con muchos chicos a lo largo de mi vida que han querido visitar la puerta trasera de mi anatomía. Por decirlo finamente.

«¿Y si un día probamos a hacerlo por detrás?», me dijo Mr. Back Door, al que llamaré así para preservar su intimidad. Mi cara, la verdad, es que fue un auténtico poema. Lo cierto es que nunca me había planteado esa posibilidad y el miedo y el desconocimiento me hicieron responder con otra pregunta: «¿Pero por qué a todos los tíos os da siempre por lo mismo?».

«Pues no sé», me dijo él, pero defendió su postura nunca mejor dicho: «Supongo que me da mucho morbo porque es algo como prohibido». ¡Bingo! He de decir que Mr. Back Door lo clavó.

«Un poco hartas.»

1. El imperio del morbo

Para todo aquel que no lo sepa, el morbo es «el atractivo que despierta una cosa que puede resultar desagradable, cruel, prohibida o que va contra la moral establecida». Vaya, que los hombres quieren sentir que están saltándose las normas de lo socialmente aceptado en la cama. Fantasean con la posibilidad de explorar nuestro garaje del amor y dejarse de misioneros, perritos y/o carretillas.

Y aquí llega la cuestión… © D.R.

2. La prohibición como aliciente

¿Está prohibido el sexo anal? Por más que me he pasado Internet dos veces, no he encontrado nada al respecto. Por lo tanto, ¿por qué lo consideran como algo ‘ilegal’ sexualmente hablando? «Histórica y socialmente, los hombres que querían tener relaciones sexuales anales era tachados de homosexuales», responde a mi pregunta Carlota Villanueva, sexóloga y amiga.

Así que ya tenemos aquí a nuestros amigos los prejuicios. «Aunque las mujeres también hemos contribuido mucho a que el sexo anal en los encuentros heterosexuales sea un tema tabú. Fíjate en la respuesta que le diste tú a Mr Back Door. Censuraste y juzgaste su deseo como si de algo malo se tratase», me explica.

Ahí me ha dao’.

No puede ser más cierto que yo respondí a la defensiva, pero es que la idea de que me penetrasen por el ano (hablemos claro de una vez) no me parecía la mejor manera de pasar el sábado noche. «Bueno Carlota, es que si fueran ellos los que tuviesen que dilatar esa parte de su cuerpo, ¡otro gallo cantaría! Además, que si ya tienen la vagina, ¿para que quieren el ano?», le contesté un poco airada.

«Pura cuestión de espacio, querida. El ano, lo queramos o no, tiene un diámetro menor que el de la vagina y la presión que ejerce sobre el pene es mayor. Por lo tanto, hay mayor sensación de recogimiento, por decirlo de alguna manera», me explicó.

Tranquilidad que aún no hay nada decidido, querida Scully.

No contenta con las respuestas que me había dado Carlota, decidí hablar con un buen amigo que presume de mantener relaciones sexuales anales con mujeres con bastante frecuencia. «La verdad es que yo no noto mucha diferencia entre el ano y la vagina. De hecho, te confesaré que el sexo anal es bastante más incómodo que el vaginal porque hay que utilizar, sí o sí, lubricación artificial y tener mucho cuidado para que no se produzcan heridas», me dice Mr Back Door 2.

«¿Y entonces por qué narices lo haces?», le pregunté. «Puro y simple morbo. Probar algo nuevo, diferente. Además, el sexo anal es tabú en nuestra sociedad y pensar que estoy haciendo algo que la mayoría no aprueba me da vidilla», sentenció.

La verdad es que la pregunta no me salió rana, Gustavo.

Llegados a este punto, una cuestión me perturba. ¿Y si es verdad que nosotras misma hemos contribuido a que el sexo anal sea visto como algo prohibido y eso es lo que les hace desearlo tanto? Como bien sugería Carlota, por normal general actuamos a la defensiva cuando nos proponen practicarlo. ¿Acaso hubiese insistido tanto en llegar tarde a casa si mis padres me hubiesen dejado a la primera?

Recordando conversaciones subiditas de tono con mis amigas, el sexo anal rara vez aparece en ellas. Y cuando lo hace, el contacto visual entre nosotras se reduce a mínimos y comienzan las risitas tontas, las caras de asco y el mirar de un lado a otro para comprobar que nadie nos está oyendo.

Algunas incluso comienzan a sudar a chorros.

Y lo cierto es que solo dos de nosotras lo hemos practicado. Entre las que me incluyo. Sí, finalmente lo hice y no me importa hablar de ello públicamente. Reconozco que tenía curiosidad, la sacié y ya sé a lo que atenerme si otro hombre me lo propone. ¿Me gustó? Ni sí ni no. ¿Disfruté? Tampoco mucho. ¿Repetiría? Nunca digas nunca.

En resumen, como todo lo que tiene que ver con el sexo, los hombres y las mujeres, aunque a veces intentemos negarlo, nos sentimos atraídos hacia lo desconocido. Somos unos Iker Jiménez en cuestiones de cama. Asumámoslo.

GuardarGuardar