Miren ustedes los disfraces que nos proponían a las mujeres en los recientes carnavales: enfermera sexy, camarera sexy y hasta langosta sexy. Echemos la vista atrás, un poco nada más, a las navidades, con catálogos llenos de niñas cuidando muñecas, jugando a las cocinitas (¿los hombres no cocinan?) o limpiando la casa. Los que se divertían con juguetes científicos, bichos o hacían experimentos eran siempre chicos. Todavía en 2016 ellas siempre son princesas, ellos astronautas y piratas. Perpetuando los roles de género.

2016: ¿las niñas siguen siendo princesas que necesitan a un salvador que las rescate? © Peter Gehrke
2016: ¿las niñas siguen siendo princesas que necesitan a un salvador que las rescate? © Peter Gehrke

Pero esto no es lo que dicen las estadísticas. Del millón y medio de estudiantes universitarios que hay en nuestro país, un 55% son mujeres, 150.000 más que hombres. Mayoría aplastante en las carreras de Ciencias Sociales y Jurídicas (60%), Artes y Humanidades (61,5%) y Ciencias de la Salud (70%). Sólo en las carreras de Ingeniería y Arquitectura el porcentaje es considerablemente menor, aunque está en progresión ascendente.

"Casi el 70% de la fuerza productiva son mujeres, pero sólo el 15% de los directivos más ricos lo son".
«Casi el 70% de la fuerza productiva son mujeres, pero sólo el 15% de los directivos más ricos lo son».

Sin embargo, nos damos de bruces con el techo de cristal que nos impide ascender y alcanzar puestos directivos; lidiamos con los prejuicios de quienes consideran que hay ciertos trabajos que no podemos hacer; nos peleamos con quienes nos miran por encima del hombro y nos dicen que hay trabajos que son ‘de hombres’. Y no. No lo son.

Se puede se como Alex, de Flashdance: soldadora de día y bailarina de noche.
Se puede se como Alex, de Flashdance: soldadora de día y bailarina de noche.

María tiene 42 años y es Ingeniera Superior. Cuando estudió la carrera en su clase, de 200, eran 17 mujeres, todo un avance respecto al curso anterior en el que únicamente había cuatro. En palabras del profesor al que tuvieron que escuchar en la charla inaugural «estaban ahí para buscar marido».

Desde ahí, todo fue una carrera de obstáculos: «He sentido la discriminación desde el minuto cero. Imagínate, 24 años, chica, 47 kilos, pequeñita… en una obra. No había apenas mujeres y las que había eran secretarias o administrativas. Al principio era muy complicado y muy frustrante porque de primeras siempre era ‘esta niña no tiene ni puñetera idea’. Cuando tomaba decisiones comprometidas me llegaban a preguntar si había consultado con mi marido, que es del gremio».

Mónica Chércoles es la bloguera detrás de Mami a la moda, un rincón donde recoge las últimas tendencias de moda y decoración para niños. Pero además es Arquitecto de profesión y trabaja como Directora Técnica del departamento de licencias urbanísticas de una entidad de control en la Comunidad de Madrid: un mundo dominado tradicionalmente por hombres en el que no siempre se entiende que, además de profesional, sea madre. «He llegado a ir a reuniones donde la única mujer y menor de cuarenta era yo. Todos daban por hecho que era la secretaria. Nadie me tomaba en serio».

Mónica, Pilar y Laura son solo tres de las heroínas anónimas que han abierto el camino a muchas mujeres que vienen detrás.
Mónica, Pilar y Laura son solo tres de las heroínas anónimas que a diario abren el camino a muchas mujeres que vienen detrás.

El respeto es el principal caballo de batalla para todas las que tienen un puesto en profesiones con mayoría masculina. Pilar trabajó treinta años en el sector de la automoción. Tuvieron que pasar 12 años hasta que llegase otra mujer a su empresa. Actualmente es responsable de un almacén de construcción, un cargo que le encanta. Ella, como María, nos cuenta que cuando empezó, con 17 años, solo había sitio para las mujeres en la oficina.

Pero Pilar quería estar fuera: «Pasé de estar en la oficina a trabajar en el taller, en recepción de vehículos. El principal problema al que me enfrenté fue la falta de confianza de compañeros y clientes, que por mi juventud e inexperiencia no me veían capaz de desarrollar mi labor. Me costó mucho pero conseguí aprender lo mismo que un hombre y hacerme un hueco en el taller. Cuando lo había conseguido se informatizó el almacén y me tocó pasar allí. Fue también muy difícil; exigía una gran fuerza física y el resto de compañeros me trataban como si fuera una muñeca de porcelana, ¡pero yo quería demostrar que podía hacerlo igual que ellos! Fue un reto pero lo conseguí».

No, aquí no hace falta raparse la cabeza.
No, aquí no hace falta raparse la cabeza.

Ángela es operaria de mantenimiento en una piscina municipal, un puesto que ganó por oposición y nos cuenta que hay de todo. En su desempeño profesional se encontró con compañeros que la trataban exactamente igual que si fuera un hombre y otros que tenían prejuicios. En general lo lleva bastante bien, aunque hace tiempo que se cansó de estar permanentemente en pie de guerra e indignándose por todo: «Es que si no, no vives. Estás permanentemente de mala leche y yo no quiero vivir continuamente enfadada».

María Jesús, que trabaja como operaria en un cementerio afirma con resignación: «Si eres mujer, tienes que demostrar el doble. Si eres chica tienes que trabajar para ganarte su respeto. En el caso de los hombres partes del respeto y lo pierdes si no trabajas. Es justo lo contrario».

¿Quién dijo que una mujer no puede programar?
¿Quién dijo que una mujer no puede programar?

Beatriz es vigilante de seguridad y trabaja en un centro de menores (lo que comúnmente se conoce como reformatorio). Ella, por su parte,  cuenta que nunca se ha sentido poco valorada ni por sus compañeros ni por su empresa. Fue la primera que realizó unos servicios con bastante responsabilidad y siempre se ha sentido escuchada por todos. Eso sí, añade, «a veces el machismo se ha convertido en mi aliado: algunos de los menores recluidos son algo menos beligerantes con una mujer delante (algunos me han llegado a decir que no pegan a mujeres); piensan que somos débiles y que no tienen que mostrar tanto su fuerza. Esto me permite controlar la situación con más psicología y con menos intervenciones violentas».

Algunos se han quedado un poco atrasados, ¿no?
Algunos se han quedado un poco atrasados, ¿no?

 

Laura (53 años), pintora de brocha gorda, se emociona al contarnos su historia: «Allá por los años 80, un amigo que era pintor me empezó a llamar para que le echara una mano. Primero le ayudaba con el trabajo más fino (recortes, veladuras…) pero acabé haciendo de todo. Mi amigo estaba encantado y no hacía más que recomendarme a su jefe pero este tenía muchas reticencias por ser mujer. Un día falló alguien, tenían prisa, no había nadie más y me contrataron. Tuve que defender mi puesto con uñas y dientes» recuerda.

«Mi primer día de trabajo con contrato me pusieron a lucir techos y me sangraron las manos. Nadie se enteró: me las vendé con cinta de pintor. Poco a poco me fui haciendo un hueco y acabé teniendo fama de ser más precisa y elegante». Precisamente ese buen hacer consiguió que fuese cambiando de una empresa a otra, siempre recomendada. Actualmente trabaja en un proyecto como instructora y oficial de pintura, formando y desarrollando trabajo con una cuadrilla de peones a su cargo.

Sí, Leticia Dolera parece frágil pero ahí donde la veis escribe y dirige películas como una campeona.
Sí, Leticia Dolera parece frágil pero ahí donde la veis escribe y dirige películas como una campeona.

Patricia es profesora de carpintería en un ayuntamiento. No es su primer trabajo; antes había sido conductora de camiones de obra, un empleo al que llegó de carambola. Tuvo que sacarse el carnet de camión para una oposición que no salió bien y con él en la mano descubrió que podía ganar más dinero en un trabajo ‘de hombres’ que en uno ‘de mujeres’.

Fueron cinco años en un trabajo llevadero, que le gustaba, pero lo dejó para cuidar de su hija y cuando quiso volver, en plena crisis, fue casi imposible. Ella nos cuenta que «la suerte me acompañó e hice un taller de empleo de carpintería que marcó mi destino. Me gustó mucho y vi que era algo compatible con mis estudios y experiencia de deliberación, así que reorienté mi carrera por ese camino. En 2011 salio una plaza para profesor de carpintería en el ayuntamiento y la saqué. Es un trabajo que me hace feliz. Creo que se me da bien tratar con las personas y aunque parezca un ‘trabajo de hombres’, visto desde dentro creo que no lo es tanto…».

"Y que alguien se atreva a decirme que no puedo hacerlo por ser mujer".
«Y que alguien se atreva a decirme que no puedo hacerlo por ser mujer».

En este tipo de trabajos muy masculinizados es difícil que alguien apueste por mujeres. Patricia nos confiesa: «Tuve que mentir con mi experiencia. La primera oportunidad fue difícil de conseguir: mientras que cualquier chico recién salido de la autoescuela tenía trabajo al día siguiente, independientemente de que fuera alocado e irresponsable, a mí me costó un año de ir tocando puertas. Al final encontré a un empresario que supo apreciar lo positivo de mi carácter por encima de los tópicos de género y me dio una oportunidad«.

Y es que, si en algo coinciden todas las mujeres entrevistadas (algunas no han querido aparecer con su nombre completo) es en que se han visto obligadas a demostrar mucho más que sus compañeros para hacerse valer. Han sabido convertir lo que sus compañeros y jefes pensaban que era una desventaja en un punto de vista diferente: Laura, como pintora, tiene fama de ser mucho más precisa y de hacer un trabajo fino; Beatriz utiliza la psicología para darle la vuelta a situaciones violentas y Pilar aplica la organización a su almacén. Son usos diferentes que aprovechan puntos fuertes en lugar de querer copiar la manera de trabajar de los hombres.

¡Lo conseguiremos! ¡Podemos cambiarlo!
¡Lo conseguiremos! ¡Podemos cambiarlo!

Aún así, queda mucho camino por delante. El mundo todavía está lleno de pequeños detalles (que no lo son en absoluto) que nos recuerdan que vivimos en una sociedad llena de prejuicios. «Los uniformes unisex son lo peor. Y no me refiero a que sean feos, que vas a trabajar, no a contonearte. Es que no están pensados para las curvas de las mujeres. Yo tengo mucho pecho y si me cierra por delante, me sobra del resto», cuenta con resignación Ángela. «Y de ropa adaptada para embarazadas, ni hablamos. Eso no existe, directamente», añade.

Si los embarazos en cualquier trabajo se viven como si fuera el apocalipsis, en un sector donde los trabajadores mayoritariamente no tienen útero, impresionan. María dice: «Cuando te embarazas pasas a la muerte en vida, directamente. A tu marido le llueven las felicitaciones y a ti el pésame laboral. Cuando me embaracé de mi primer peque se lo dije a mi jefe de obra que fue bastante cordial. Después se lo comunique a la dirección en una comida que tuvimos unos días más tarde, con el cliente de la obra y la frase fue: ‘No me jodas’, llegándome a preguntar sin cortarse si era buscado. Yo, sonrisa al canto contesté que ‘por supuesto’. Volvería a este sector si empezara de nuevo porque me encanta la obra, y los proyectos son impresionantes, pero a día de hoy sigue siendo un sector mayoritariamente masculino. Empiezo a contar y no pararía. Y creo que he tenido mucha suerte».