La ciudad ya no mola. Ahora los hipsters buscan opciones más asequibles (y eco) donde formar familia.   © All good things
La ciudad ya no mola. Ahora los hipsters buscan opciones más asequibles (y eco) donde formar familia. © All good things

Que nadie lo busque en un atlas. Hipsterlandia no existe. El topónimo me lo inspira el término Hipsturbia (una mezcla entre hipster y suburbia o periferia). Lo inventó el periodista Alex Williams en un artículo para el New York Times. En él, constataba una evidencia: los hipsters son seres vivos que nacen, crecen, se dejan la barba, se reproducen y no siempre pegan el pelotazo que soñaron y que les permitiría seguir pagándose el hipsterío, a tiro de piedra de la Gran Manzana.

Porque criar un niño en la muy molona Williamsburg no es fácil ni barato; en el distrito los alquileres se han disparado, las escuelas públicas están masificadas y las privadas se pagan por encima de los 20.000 dólares al año. Además, una maceta con semillas orgánicas en el cuarto de baño no es igual que tener un pequeño huerto en el jardín de casa… Así que han recogido sus vinilos, tofus y bicicletas y se han instalado en Hastings-on-Hudson, una apacible y pequeña localidad a escasos 40 kilómetros de Nueva York.

A este paso, hasta las chicas de Girls dejarán Williamsburg y se mudarán al campo...  © Girls
A este paso, hasta las chicas de Girls dejarán Williamsburg y se mudarán al campo… © Girls

De la noche a la mañana, en este tranquilo paraje han empezado a abrir tiendas de jabones artesanales (en Kalliste son veganos, por supuesto) o panaderías gluten-free como By The Way y en los parques infantiles abundan los padres tatuados pegados a su iPhone 6. Son los hipsters emigrantes que se llevan consigo un poco de Brooklyn a la periferia.

A cambio, crean sus propios pueblos idílicos. ¿Buscan slow food? Nada lo es tanto como ir directamente al mercado de agricultores o aprender a ordeñar la vaca del ganadero de tres manzanas más allá. Lo del huerto personal también está bien, pero han aprendido que en los mercados orgánicos hay más variedad. ¿Ir en bici al colegio de los niños? Por supuesto, y también andando. La gente se conoce, el ambiente es más cordial. Todos tienen inquietudes similares pero sin la pose egocéntrica neoyorquina. 

A la izquierda, el interior de Kalliste; a la derecha, un detalle de la fachada de By The Way Bakery.
A la izquierda, el interior de Kalliste; a la derecha, un detalle de la fachada de By The Way Bakery.

Emulando a aquellos pioneros que se lanzaron en carretas a conquistar el Lejano Oeste en busca de tierras y oportunidades, estos modernos barbudos están empezando a re-colonizar ciudades en decadencia. Aprovechan los alquileres bajos y, de paso, les dan un nuevo aire. Ya empieza a haber pequeñas Hipsterlandias en Detroit (esos almacenes automovilísticos abandonados se convierten en estudios para pintores, diseñadores o creativos musicales), Pittsburg, Portland, Baltimore o el festivo distrito de Bywater, en Nueva Orleans. En Dallas el proceso es a la inversa: colonizan el centro de la ciudad y logran el anti-sueño americano de no tener que usar el coche. Proliferan los parques infantiles idílicos, las galerías de arte, un interesante sistema de transporte público y un carril bici que atraviesa la ciudad pagado por suscripción popular. ¿Puede haber algo más moderno?

© Alabama Monroe
© Alabama Monroe

El fenómeno también llega a la vieja Europa.

La masiva afluencia de diseñadores-fotógrafos-artistas y otras raras aves a la siempre underground Berlín multiplicó (y mucho) el precio de los apartamentos en barrios tan supuestamente alternativos como Kreutzberg. Los okupas y punks del barrio no disimularon su odio hacia sus nuevos y sanos vecinos y proliferaron los graffitis mandando a tanto moderno a su santa casa.

En este proceso, Leipzig, en la Alemania del Este, de la que solo se sabía que tras la caída del Muro era una de las ciudades con peor aire (Chernobyl era aún peor), se perfila como la nueva Berlín. Alquileres baratos, vecinos jóvenes (en los 90 casi se despobló) y nuevos clubs de tecno reproducen tres de las coordenadas que más gustan a estos berlineses en el exilio. En Londres empiezan a apuntar hacia el periférico barrio de Tottenham. En París, hacia el distrito Pigalle (el antiguo barrio rojo).

En Alemania, los hicksters empozan a mudarse, de Berlín a Leizpig (el nuevo hipster-spot por excelencia).   © Cordon Press
En Alemania, los hicksters empozan a mudarse, de Berlín a Leizpig (el nuevo hipster-spot por excelencia). © Cordon Press

En España no puede hablarse de un proceso de huida tan evidente.

En parte porque mucho hipster sigue viviendo en casa de sus padres o recurriendo a ellos como canguros gratuitos (y eso es inviable si se mudan lejos de papá y mamá), pero también porque la crisis ha retrasado o congelado la natalidad y no existe esa necesidad imperiosa de huir a lugares con más jardines, mejores escuelas y más campo para cultivar o ver a los tiernos minihipsters crecer. Por ahora, a muchos les basta con un microhuerto urbano en Malasaña o Gracia.

Otros, en cambio, ya van optando por abandonar el centro hacia barrios de la periferia como Las Tablas o Montecarmelo. Los fines de semana cogen la bicicleta para pasear por El Pardo, un frondoso bosque dentro de Madrid, o se aplican a cultivar sus propias cosechas urbanas. Algunos son espontáneos y alegales junto a las vías del tren. Otros, se gestionan con la colaboración de la Fundación Carmen Pardo-Valcárce: se alquila el terreno, se planta y, entre semana, una persona en riesgo de exclusión se encarga de las tareas agrícolas.

© Yo compro sano
© Yo compro sano

Aún así (y aunque en menos cantidad que en Nueva York o Londres), también los hay que abandonan definitivamente la gran ciudad, su actividad profesional y montan negocios ecosaludables (y de lo más cool). Es el caso de Los Jabones de Mi Mujer, creado por Amelia y su marido en una aldea dentro del término municipal de Pedraza (Segovia). O el de El Árbol del Pan, que elabora panes ecológicos artesanales y los distribuye online. Sin llegar a convertirse plenamente en agricultores (que ya no es tan cool y sí muy sacrificado), Internet posibilita la creación de redes de consumo eco como la plataforma Yo Compro Sano, que contacta directamente a hipsters de la ciudad con hicksters, sus equivalentes campestres.

Y crecen los mercadillos de productos eco-sostenibles. Sin ir más lejos, el último fin de semana de cada mes, El Matadero (epicentro hipster-cultureta de la capital) alberga el Mercado de Productores, donde se dan cita agricultores, ganaderos y otros artesanos del buen comer. Es la particular forma de retorno a la vida apacible y natural de los hipsters madrileños. A medio camino entre la campiña y el malasañeo… 

Frutas y verduras ecológicas en el Mercado de Productores, cada último fin de semana en el Matadero, Madrid.
Frutas y verduras ecológicas en el Mercado de Productores, cada último fin de semana en el Matadero, Madrid.