Es posible que pienses que la Fórmula 1 no es lo tuyo. Que asocies este deporte a domingos por la mañana en los que tu padre, para tu desesperación, secuestra el mando de la televisión para ver a coches que hacen mucho ruido dando vueltas y más vueltas a una pista. Y no es que no sepas de qué va esto; de hecho, sabes mucho: que Fernando Alonso y Lewis Hamilton son pilotos, por ejemplo… Bueno, vale, quizás no tanto. Pero vamos, que en esencia no tienes nada en contra de la Fórmula 1. Simplemente no le has encontrado el punto. Pero ¿y si te decimos que hay muchas maneras de vivir este deporte y que gracias al champagne G.H. Mumm hemos probado en primera persona la más privilegiada de todas? Claro, ahí la cosa cambia. 

© Jorge Andreu
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La cita fue los pasados 9 y 10 de mayo en el circuito de Montmeló, a muy pocos kilómetros de Barcelona y lugar de celebración del Gran Premio de España Pirelli 2015. Llegar allí es lo más parecido a llegar a un festival de verano: ríos de gente sin camiseta caminando por las carreteras bajo un sol de justicia, banderas del país de origen de tu piloto favorito, tiendas de campaña en las proximidades… Pero G.H. Mumm me había preparado una experiencia premium, así que mi llegada al circuito fue a bordo de un coche con chofer privado hasta la mismísima entrada del F-1 Paddock Club. «¿Del qué?», te preguntarás. Pues de la zona más exclusiva y VIP del circuito (si no participas en la carrera, claro está).

La visita al Paddock, no lo voy a negar, sorprende. Mientras que no son pocos los aficionados que pasan horas bajo el sol sentados en las gradas, aquí se encuentran los que prefieren (y pueden permitírselo) disfrutar de un espacio climatizado ubicado encima de los boxes, el lugar donde cada escudería prepara sus coches. Aquí no solo tienes las mejores vistas sobre la parrilla de salida, sino también un buffet de alta cocina gourmet, bares para no deshidratarse por el calor, sillones, mesas que dejarían en ridículo a las de una boda en un hotel de cinco estrellas y, por supuesto, acceso a codearte tanto con las celebrities que por allí pululan antes de la carrera, como de los pilotos que suben a saludar una vez terminada esta.

© Jorge Andreu
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El primer día, por ejemplo, pude felicitar a Romain Grosjean, piloto del Lotus F1 Team, que no estaba contento por el puesto conseguido en la jornada de clasificación. Menos mal que el domingo, cuando tuvo lugar la carrera oficial, remontó y le vimos muy sonriente. Sobre todo si lo comparamos con el pobre Alonso, que tuvo que abandonar por un fallo en los frenos. Sirva este último apunte sobre la suerte del asturiano para demostrar que, en estas condiciones de verdadero lujo, es muy fácil dejarse llevar y hacerse el mayor fan de la Fórmula 1.

Claro que, si quieres ver a todas las estrellas de este deporte de cerca, nada mejor que dar un paseo por el Pit Lane, otro de los privilegios a los que accedes con la entrada al Paddock Club. Una hora antes de que comience la carrera, te invitan a bajar a la zona de boxes para descubrir cómo cada escudería monta los coches y, si alguno de los pilotos se asoma, hacerte una foto. Lo cierto es que el sábado no pillé a ninguno, así que me las hice en su lugar con los vehículos. Algo que me llevó a descubrir algo curioso: puedes mirar todo lo que quieras, pero no tocarlos. Eso nunca. Para que te hagas una idea, sería más fácil poner tus dedos llenos de grasa después de comer un bocata de calamares en Las Meninas que apoyarte en la carrocería de estos coches. Son sagrados.

© Jorge Andreu
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Los pilotos podría decirse que también, porque estuvieron algo esquivos. No importó. ¿Quién querría foto con Jenson Burton cuando  Niki Lauda, la mayor leyenda de este deporte, accede a posar contigo? Es como ir a ver a las Haim al Coachella y cruzarte con Cher. Las Haim molan, pero siempre lo hará más Cher aunque no se suba al escenario. Eso es así.

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Cuando se acerca la hora de la carrera, unas azafatas te invitan a abandonar la zona de carretera (hay una en cada esquina esperando a decirte ‘hola’) para que subas otra vez al Paddock y disfrutes de una copa de G.H. Mumm mientras se celebra la carrera. En la salida está todo el mundo asomado a la carretera, aunque el número de interesados se reduce en las sucesivas vueltas porque prefieren verlo en una pantalla gigante mientras comen. Tampoco hay mucho más que hacer durante las 66 vueltas, ya que la suma del ruido de los motores y los tapones que llevas puestos para amortiguarlo hace imposible cualquier conversación. Los hay incluso que duermen. Allá ellos.

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Y sinceramente tampoco me importó tanto estar callado hora y media, ya que me resarcí de ese silencio obligado por la noche, conversando con otros invitados durante una fantástica cena en el restaurante ABaC de Jordi Cruz, que no solo cocinó, sino que además, de nuevo gracias a G.H. Mumm, nos dio antes una masterclass en su cocina donde nos enseñó algunos secretos. ¿Sabías, por ejemplo, que nunca encontrarás en la carta un plato hecho con salmón? ¿O que aunque el menú degustación marque unos platos determinados, si Jordi se inspira puedes probar creaciones fuera de carta que solo podrás comer esa noche? Hay que confesar que entramos a la cocina con miedo, pero salimos encantados. A diferencia de lo que vemos en MasterChef, Jordi es un tío bromista, muy cercano y bastante más guapo que en la tele. Nada que ver con su papel de jurado en el programa. Eso sí, si algún día tienes la suerte de comer en su restaurante, ve con el estómago vacío: cenamos 18 platos y estuvimos sentados casi cuatro horas.

© Jorge Andreu
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Lo dicho, con una jornada así, ¿quién puede decir que la Fórmula 1 no mola?

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