Andamos aún con la resaca del remake de La Bella y la Bestia, protagonizado por la estupenda (y súper feminista) Emma Watson. La película es una preciosidad a nivel visual, con una estética maravillosa y unos vestidos realmente espectaculares; además, la actualización del clásico ahonda en las motivaciones de sus protagonistas y supera al clásico original. Pero aún así, ¿somos conscientes del mensaje que traslada? Porque ESTOS son los estereotipos que, nos demos cuenta o no, seguimos inculcando en los niños:

Los cuentos de princesas con los que nos hemos criado están llenos de estereotipos muy perjudiciales que nos dictan cómo vivir. © Cordon Press
  • Síndrome de Estocolmo

Empecemos con La Bella y la Bestia. De Bella nos encanta que sea lectora (leer siempre #esbien) y que el patán de Gastón no le impresione en absoluto. Pero, entre tanta tetera cuqui y candelabro que habla, se nos olvida que Bestia la tiene secuestrada. No puede marcharse, no puede estar con su padre, está prisionera en el castillo. Él la necesita y lo mejor es mantenerla ahí en contra de su voluntad. Es cierto que Bella es buena gente, pero nos preguntamos si no sufre un poco de síndrome de Estocolmo y se acaba enamorando de su secuestrador. Además, la cinta traslada el mensaje de que todo el mundo puede cambiar.

Y no, niñas. Si os tratan mal, huid de ahí. No podemos redimir a todo el mundo y nadie tiene derecho a haceros daño ni una vez ni veinte. No os metáis en relaciones nocivas esperando que él cambie y se convierta en príncipe porque no lo hará. Buscad que os respeten y os quieran como sois y queredlos por lo mismo. No se trata de que alguien sea guapo o feo, enamoraos de quien haga que os tiemblen las piernas, sí; pero os merecéis que os traten como iguales y que os hagan felices.

¿Por qué no ponemos sobre la mesa que Bestia en realidad secuestra a Bella?
  • Las madrastras no quieren a los niños

En el imaginario de todos por ‘madrastra’ lo primero que nos viene a la cabeza es la ‘adorable’ segunda mujer del padre de Blancanieves. Una mujer tan pagada de sí misma que decide lo normal, mandar a un cazador que se cargue a la competencia (la niña) en el bosque. Para más inri, como está claro que hay cosas que para que estén bien hechas hay que hacerlas una misma, se transforma en anciana para darle una manzana y pulirse ella misma a Blancanieves. Porque esa es otra, ¿por qué les da a todos con la fruta?

La figura de la madrastra es tan poco grata como la de la suegra. Y las madrastras bastante tienen con lo que tienen: «La madrastra, en realidad, se encuentra un marrón que te cagas. Esos niños con los que tiene que convivir tienen ya a una madre con la que ella nunca va a poder competir; porque su madre es más guapa, más buena y más todo para ellos. Es un papelón. A mí me costó asumir que mi ex pareja había rehecho su vida y que otra mujer estaba en la vida de mi hijo, pero con el tiempo le he visto tan feliz, y sé que le quiere tanto, que le estoy muy agradecida», nos cuenta Maggie. «Ahora que la madrastra soy yo, porque mi actual pareja es padre de una relación anterior, me gustaría seguir su ejemplo y ser tan cariñosa, discreta y respetuosa como es la madrastra de mi hijo».

¿Por qué nunca hay un padrastro diabólico en los cuentos?
  • Amor a primera vista

En una de las cosas que más daño han hecho los cuentos de hadas es en la percepción del amor romántico: el dichoso príncipe azul con el que todas las niñas sueñan. Parece que el amor sucede así, de repente: pasa un hombre por delante y caes rendida a sus pies, él te mira y se enamora y a partir de ahí, ¡a ser felices y comer perdices! Lo malo es que la vida real no tiene nada que ver con esto. Pero nada nada. El amor es una cosa que hay que trabajarse para que funcione y fórmulas mágicas… poquitas.

De todas maneras, para que veamos la incongruencia: Cenicienta, guapa, ¿tú te has dado cuenta de que tu príncipe tiene que andar probando zapatos porque no se acuerda de tu cara? O lo mismo le da ocho que ochenta o él no es un lince, y no sé cuál de las dos opciones es peor: si un indiferente o un gañán. ¡Susto o muerte! ¡Huye en la otra dirección!

Si encaja me caso. Lo normal, vamos.

En los cuentos de hadas esto de que la belleza viene en todas las formas y tallas no lo tienen muy claro. Las princesas se gastan cintura de avispa y tipazo sideral, así que si estás entrada en carnes solo te queda ser la mala malísima. Ahí tenéis a Úrsula, que se hizo mala por necesidad, porque si no, no le daban papel. Claro que, ahora que lo pienso, es de lejos bastante más interesante, autosuficiente y compleja que la pavisosa de Ariel.

Con lo tranquila que estoy yo en el fondo del mar.
  • La función de las mujeres es limpiar

La verdad es que cuando volví a ver Blancanieves de mayor, después de muchos años, casi se me caen los palos del sombrajo. Los enanitos que yo recordaba encantadores y monísimos solo acogen a Blancanieves para que les limpie, les cocine y les tenga la choza a punto. De hecho ella, lo normal, llega a un lugar abandonado en medio del bosque después de que su madrastra la quiera matar y se pone a limpiar. ¿Estamos tontos o qué?

«Anda, que estoy yo de que los enanitos inviten a todo el mundo hasta el moño».
  • Las chicas somos (todas) maternales

Ya lo dice Joan Crawford (Jessica Lange) en esa serie imprescindible que es Feud: «Todo lo que se escribe sobre mujeres parece reducirse a tres categorías: ingenuas, madres o brujas». Las ingenuas las conocemos, las brujas también las tenemos localizadas. Wendy es la madre. Todavía no tiene edad para serlo de verdad, es una adolescente, pero ya está relegada al papel de cuidar a sus hermanos y los Niños Perdidos. Porque es lo que hacemos las mujeres, cuidar. Claro.

Wendy gritando mucho para sus adentros.
  • Las mujeres somos rencorosas

Nos han metido en la cabeza que las mujeres somos las peores enemigas de las mujeres. ¡Y un cuerno, esto no es verdad! Es verdad que hay mujeres que no se portan bien con mujeres… exactamente igual que algunos hombres. No podemos tomar el todo por la parte y porque haya gente de una manera y no podemos cargar a un género entero con los pecados de algunas. Es verdad que hay mujeres que me han hecho daño, pero son muchas más las que me han ayudado y es mucho mejor abrazar la sororidad.

Y habrá personas rencorosas, pero desde luego no es un rasgo característico de cualquiera de los sexos.
  • Y tenemos que esperar a que nos rescaten

Las mujeres necesitamos que alguien nos salve y de princesas pasivas están los dibujos animados tradicionales llenos (afortunadamente cada vez menos en las nuevas producciones con Mérida, Mulán, Elsa o Vaiana). Pero la princesa que se lleva la palma en cuanto a pasividad es la pava de Aurora, de La Bella Durmiente, cuyo papel estelar consiste en enamorarse del primer tío que ve, pincharse con un huso y tirarse el resto de la película durmiendo esperando que la rescaten.

Niñas: no esperéis que os venga a salvar nadie, que no merece la pena. Sois fuertes, valientes y capaces de vivir la vida por vosotras mismas. Elegid un compañero o compañera de vida si queréis, pero si no, podéis conseguirlo todo vosotras solas igualmente.

Bésame, tonto.
  • Para encajar hay que renunciar

Es una de las peores lecciones que a veces sacamos de las películas de princesas. Ariel renuncia a su voz para poder tener piernas y estar con su príncipe y Cenicienta no puede presentarse ante el príncipe siendo nada más una criada. A las mujeres siempre se nos ha vendido que tenemos que buscar encajar para ser aceptadas por la sociedad y que tenemos que responder a ciertos cánones y comportamientos.

Y no. Quien bien te quiere no te hará llorar, te hará croquetas. Y te querrá exactamente como eres, con tus virtudes, tus defectos, tu mala leche al levantarte por las mañanas, tu pinta de homeless los domingos y con tu contradicción de tomarte el café con sacarina y un donuts.

Encajaré cueste lo que cueste, aunque no pueda hablar más.

¿Lo positivo? Que el estereotipo, como la sociedad, está cambiando poco a poco. Afortunadamente las nuevas historias son mucho más modernas y presentan a personajes más interesantes que las princesas tradicionales. Elsa de Frozen dice que a tomar viento, que ella no necesita príncipe ni encajar, que ella es feliz a su bola. Vaiana se cruza el mar ella sola y la maravillosa coneja Judy Hoops de Zootrópolis es lista valiente y se niega a aceptar que no pueda ser lo que quiera ser y. Esos sí que son modelos en los que las niñas de hoy en día pueden mirarse.