La libertad global nos ha uniformado con más albedrío que nunca y en los cuerpos que por ahí andan, por inofensivos que parezcan, uno se encuentra de todo, ya sea un piercing, una rueda solar tatuada en las vértebras del cuello o un pubis rasurado en forma de rombo o triángulo.

La depilación genital ya no debería asustar a nadie en esta España de gimnasios, ropa técnica y asepsia general, pero lo que es cierto es que cada depilación, cada estilo de pubis, lleva implícita una asociación irreparable. Cada coño es un mundo. Estos son los pubis que se encuentra una generación y esto es lo que esos mismos pubis simbolizan.

© Corbis
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 Nadie sabe exactamente cuándo a los humanos les dio por depilarse los genitales y regresar al frescor de la piel de la infancia “donde el aire corre libre”, como decían las publicidades de las cremas depilatorias de axilas de los años veinte, pero lo cierto es que parece una convención social que se cuela en el légamo de lo que viene siendo cultura con la idea de una mujer bella, limpia, perfumada, maquillada, de carmín y eau de toilette.

Las conquistas de la navaja de afeitar, la máquina o maquinilla, la pinza, la cera o el láser definitivo han ido de la axila al bigotillo, de las piernas al pezón, del perineo a la vulva. Y parece que la convención social avanza, ya no como una opción vital, sino como una imposición ineludible. El estilo del jardín de ahí abajo es, por ende, una opción vital urgente, que conviene pensar, decidir y mimar (en el caso de que precise mimos).

Parece que la convención social avanza hacia una imposición ineludible.  © Corbis
Parece que la convención social avanza hacia una imposición ineludible. © Corbis

Para algunos, una ingle depilada es elegancia, deportividad, frescura; para otros algo antinatural donde el vello eliminado desaparece de su función primigenia de proteger la piel en los roces del sexo y el devenir, como escudo ante los rayos de sol o como un detector de calor que prepara e informa de la idoneidad del momento para el coito.

Hay quien hace del pubis velloso su particular cruzada, como Cameron Díaz, erigida en profeta del sexo naturista y sin rasurar. En Body Book, su particular guía wellness, dedica un capítulo entero a la exaltación de los pubis argumentando no sólo la belleza y necesidad de una vagina cubierta, sino augurando la catástrofe del paso del tiempo para un pubis rasurado, ya que “el labio mayor no es inmune a la gravedad”.

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Parece que, frente a la vagina depilada y floral brasileña que trajo la última pornografía, el vello púbico vuelve a una nueva edad de oro en la que se lo reclama como un atributo de identidad sexual y nueva femeneidad.

El renacimiento, además de teóricas como Díaz, tiene su parangón en la moda, como las maniquíes de American Apparel, que lucen un generoso matojo artificial bajo sus bragas dentro del escaparate de su boutique neoyorquina o su vertiente situacionista, como la campaña Project Bush de la agencia Mother London, donde la fotógrafa Alisa Connan retrató un panegírico de los pubis salvajes de modelos anónimas.

Polémico escaparate de la tienda de American Apparel de Nueva York.
Polémico escaparate de la tienda de American Apparel de Nueva York.

Suavidad, coquetería impuesta, sensación -o imposición- de higiene, la depilación del pubis da lugar a una nueva creatividad (como los pubis afeitados y decorados a lo Jennifer Love-Hewitt, el llamado vajazzling) y esconde la sorpresa del peluda o inmaculada como quien desenvuelve un caramelillo.

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Aunque para muchos, el erotismo va por fuera (como aquel que decía que “La más lasciva de las majas de Goya es la maja vestida”), y la desnuda llevaba un pubis estilo brasileño, este pubis rebajado y tímido, casi floral, que tampoco es el preferido por los hombres, como reza la encuesta de una compañía de productos depilatorios.

Veamos qué hay debajo de esas bragas…

  • Un bosque tridimensional. Cada vez menos vistos desde que las revistas eróticas fueron entrenando al personal en nuevos estilismos púbicos e internet popularizó los gatos como animales de compañía. En una conversación tabernaria, ocho de diez hombres confesarían rechazo a un pubis total y boscoso; en una cama, seguramente, no. Suelen llevarlos chicas que ven mucho cine francés.
@ Corbis
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  • La tira o bigotillo. Esa línea rebajada y aplicada que acompaña los labios para subir por el vientre. Dicen que alrededor de un 40% los hombres prefieren los pubis en forma de tira. Tal vez Samantha Fox y el destape de los ochenta, grandes referentes sexuales para una generación, hayan tenido la culpa.
  • Mohicanos y corazones. Hay gente que le gusta el riesgo y la creatividad allí donde debe haber tiesto y creatividad, y tal vez de una sublimación parecida vienen estos pubis recortados, sin espesor, como un césped poco mullido y arañante al tacto. De picudos, a veces hacen daño. Sí, vosotras también tenéis barba y nos dejáis la cara roja.

 

@ Corbis
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  • Testimonios. Hay vulvas que no son ni chicha ni limoná e interrumpen la desnudez brillante, el resplandor dérmico, con testimonios de pelo como frenadas de bicicleta que hacen de su tacto una sensación dual y juegan con las luces y las sombras del disfrute y lo prohibido. Bendita ambigüedad.