Ligar no es el final de la historia. Ni encamarte para dejarte llevar por la pasión. Lo que determina si has triunfado en lo que al sexo se refiere es el día siguiente. Ese momento que, como un lienzo descolorido, se lleva las espumas de la noche (y los vientos, y sus fuegos, y las meigas y sus duendes). El día siguiente, que llega frío y mortal, próximo y despiadado,  con una luz que acaba con la magia de los cuerpos para iluminar la vida misma.

Si hay chicas que temen el día siguiente, hay chicas a las que yo temo en el día siguiente. Hay quien desaparece al día siguientey también quien resulta, demasiadas veces, ser quien no era la víspera. He probado incluso a tener nostalgia de quien no conozco, para saber qué pasará cuando llegue el inevitable día siguiente, sufriendo de un desamor hondísimo y lírico antes de enamorarnos o acaso desabotonarnos las camisas.

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Es al día siguiente cuando llega la confirmación de las verdades urgentes. Las chicas son entonces ellas, y no solo porque se les pase la borrachera y emerja la criatura que había detrás, sino porque en el amanecer de cada uno, en su sacrosanta interacción con el otro, se desnuda (de nuevo), esa persona con la que has pasado la noche.

Por cómo despierten, por cómo me abracen, si estiran la cama antes de irse o si quieren café o besos para desayunar, podemos clasificar a una reciente compañera de cama y gimnasia. En cada gesto del día siguiente habita un misterio del alma, una condición sinfónica del carácter que se explicita en toda su potencia. Aquí van diez misterios, diez sinfonías.

 

LA CAMA SIEMPRE HECHA

Suelo ser yo el que se queda en la cama, porque la vida del periodista freelance (que es el paria de los periodistas y el periodista de entre los parias) no exige madrugar ni catapultarse hasta una oficina. Pero a veces uno madruga o, sencillamente, se tiene que ir antes. Entonces, si la cama es la nuestra, uno se va sin despertar a quien esté allí (vamos a pensar que hay alguien, que no siempre, porque este artículo va de eso).

Al volver, que puede ser por la tarde o el mes que viene, la casa ya estará vacía y la cama, inhabitada. Si la cama aparece hecha, estirada con mimo, rescadata del combate, habrá que tomarlo como una señal de peligro: que estiren las sábanas, que quieran poner orden en nuestro desorden elegido, que traten de ver rutina en donde no hay otra cosa que (maravilloso) caos, es una forma de cazarnos sin que nos demos cuenta. Y no, no nos gusta.

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¿UN CAFÉ?

Si queda café, es un buen detalle hacer una cafetera y servirla en dos tazas y cortarlo con un pelín de leche. Pero hay quien no quiere café, ni té, ni tila, ni nada. De estos despertares, con sus energías y sus miradas sostenidas (que a veces claman respuesta, silencio o beso) se desprende una abulia o una fiscalización que son, de por sí, una manera de estar en el universo (o en mi apartamento). Quien nos rechaza un café nos rechaza un poquito a nosotros mismos. Pero si el café se recibe como un ritual mágico que se disfruta como se disfrutó en el catre, vamos descubriendo a quien íbamos intuyendo y la vida nos regala un poco de confianza y dos de azúcar al más puro estilo Mary Poppins.

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¿DÓNDE TIENES LAS TOALLAS?

La vida es un frenesí y la mayoría de los encuentros serán epidérmicos y casuales y no habrá tiempo para que repose nada. Lo normal, después de juntarse, sería el largarse a toda prisa, pudorosos de seguir vivos, pero hay quien no se mueve sin su ducha, sin su jabón, sin su coquetería básica. Hay incluso quien llena la bañera de sales (si hubiese sales) y se encierra como una reina mora, haciendo del baño un spa por tiempo indefinido.

Esta clase de chicas suelen preguntar por camisetas y camisas y piden toallas y secadores como si nuestras casas fuesen hoteles. Si alguien quiere ducharse, una de dos, o le hace mucha falta o quiere probar el baño donde planea dejar su maquinilla de depilarse y sus medias colgadas por mucho tiempo.

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Y SI TE HE VISTO…

No me acuerdo. Hay quien amanece antes del amanecer y, sin pedirte apellidos ni explicaciones, se va de tu cama y de tu vida. Paradojas de quien no pide nada y tampoco da mucho, son estos cruces de presencias los que arañan el alma y nos dejan cojos por semanas o años, mitificando un calambrito sin despedida y con fantasma.

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NO ME MIRES

Hay a quien le regresa el pudor con el alba y, desnuda, se cubre de embozos y de excusas buscando su ropa interior, reconociendo como huraño un cuerpo que hasta hace un rato corría libre como una gacela. Es lo que tiene el sexo, que es un animal irracional.

Por eso, al día siguiente, si alguien se pone sus bragas bajo las sábanas como en una película moralista e imposible, te está llamando extraño a la cara y detrás de cada beso guarda tragedias de timidez y mentira.

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«¿BESO, PICO O MORREO?

La consciencia, el sabernos vivos y dónde estamos debería ser, junto a Buxtehude, una de las cosas importantes de la vida. Muchas veces no nos damos ni cuenta. Por eso, en algunos días siguientes, cuando lo lógico sería despedirnos profesionalmente, acaso con un desganado pico o un morreo lascivo, algunas nos besan en los labios larga y dulcemente, como si la víspera hubiera empezado entre ambos algo importante. Al contrario de lo que piensan, esos besos no florecen en nuestros labios, ni inoculan amor alguno que nos cure de nuestra abulia existencial. Esos besos molestan.

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ALGO MÁS QUE SOMBRAS

Si, de madrugada, orinan en mi baño sonoramente  y regresan a la cama dueñas de sí, sin querer despertarme pero moviéndose libres, esas chicas me enamoran un poquito, porque saben ocupar su espacio en el universo. Actúan como necesitan actuar, sin enmascararse demasiado. Al día siguiente harán lo propio y abrirán los ojos y se incorporarán con la misma consciencia de sí mismas y mía propia.

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¿TE IMPORTA ACOMPAÑARME?

Pueden llevar el ombligo perforado, leer a Nancy Cunard y fichar en cada festival pop, indie o indígena, y, sin embargo hay mucha chica princesa que al día siguiente cree que lo que compró en aquel bar no era un borracho con caritas, sino un pretendiente decimonónico. Y le pedirá que la acompañe a casa, con beso candoroso, manita y susurro.

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EL CIGARRO QUE AVISA

Antes había ceniceros en los ascensores y en los aviones, pero hoy ya no se puede fumar y el pobre fumador castigado y fiscalizado ha aprendido a pedir permiso para hacer sus humos como el niño que pide permiso para ir al baño. En mi cama siempre se ha fumado, con o sin permiso. Pero para algunas niñas fumadoras es un drama, como si violasen mi sancta-sanctorum sabanesco.

Por más que me empeño en decir lo contrario, solo fuman en la cama las que realmente no querría que fumasen, las que van a hacerlo de igual manera, porque en realidad sería yo el que acaso querría evaporarse. Y entonces veo en ellas o un respeto quirúrgico y extraño o una confianza desmedida que me dice: “lárgate”. Y lo hago.

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DOBLE CHECK

Amanece y cada bicho a su rutina, cada cuerpo a su caos cotidiano, pero uno sabe bien si “ahí queda la cosa” o entramos en un territorio donde caben las repeticiones y las segundas y las terceras partes. Un par de mensajes caídos en la hora estratégica del café (cualquier hora es la del café) confirman esa cara de día siguiente que generalmente quiere pesebre o un jersey olvidado.

"Esto es un instrumento de comunicación o de tortura?"
«Esto es un instrumento de comunicación o de tortura?»