Primero fue el sombrero de rafia utilizado por los trabajadores del campo, después la sombrilla de papel y los paragüas con los que las mujeres se cubren para pasear por la calle y ahora llega el facekini, una máscara para protegerse del sol.

La cruzada de los chinos contra la luz solar se remonta varios siglos atrás: para ellos (como para nosotros no hace tanto tiempo), tener una piel bronceada no es sinónimo de largos periodos de vacaciones, sino el resultado de trabajar interminables jornadas al sol. Es precisamente ese cutis casi traslúcido el que hizo que a la realeza se le empezara a denominar «de sangre azul», por las venas que se transparentaban tras su piel blanquecina.

Cada 'facekini' con su 'burkini'./ © Getty Images
Cada ‘facekini’ con su ‘burkini’./ © Getty Images

El canon de belleza asiático trata de alejarse de la tez dorada por el sol para acercarse a la palidez y tersura de las muñecas de porcelana: pieles aisladas de los rayos ultravioletas y de los efectos en forma de arrugas de los mismos. Y es que en China y Japón, el cutis extremadamente blanco era, y sigue siendo, un resultado codiciado especialmente por las mujeres que buscan una piel impoluta y clara para resultar atractivas ante los hombres.

Eso sí, aunque la querencia sigue viva desde hace varios siglos, los métodos para conseguirlo se renuevan cada tiempo y el último en llegar a la fiesta estival ha sido el facekini. Creado en 2012 por Zhang Shifan, propietaria de una tienda de ropa de baño, su primer uso era el de proteger de las picaduras de medusa en la playa de Qingdao. Lo que ella no se imaginaba es que las féminas chinas lo empezarían a utilizar también como barrera contra los rayos solares.

En España, de momento, nos conformamos cubriéndonos con un alto índice SPF. Pero, ante la creciente concienciación por los efectos nocivos del sol, ¿terminaremos tapaditos de la cabeza a los pies? (Ojo con el disgusto que se ha llevado estos días Bustamante…).

© Getty Images
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Antes del  facekini, los pasamontañas de colores fueron una de las señas del colectivo punk feminista Pussy Riot. Dos de las integrantes del colectivo –Nadezhda Tolokónnikova y María Aliójina que fueron expulsadas del grupo en 2014– tuvieron que cumplir una pena de dos años de cárcel por entrar en la Catedral de Moscú y hacer una performance en forma de oración punk.