¿Existe realmente el instinto material? ¿Hasta qué punto nos condiciona? © Fred Meylan

Se supone que la vida va así: naces, creces, a cierta edad te entran muchas ganas de practicar eso que se necesita para reproducirse y, llegado un punto, tu cuerpo te empieza a pedir a gritos que tengas un hijo. A gritos: como Mónica Naranjo cantando Sobreviviré. Como en un debate de Telecinco. En plan «hola soy tu menstruación», pero versión tic-tac: «Ten. Un. hijo. YA».

Hola, holitaaaaaa… ¿vas a coger la llamada de la maternidad o la pones en espera?

Pero ¿existe en realidad eso que comúnmente se conoce como reloj biológico? «Existe un acuerdo más o menos unánime en la comunidad ciencífica sobre que el instinto maternal como tal (como otros tantos que creemos tener), como algo que determina y condiciona irremediablemente nuestra conducta, no existe», explica Mamen Jiménez,  psicóloga en Bliss Psicología y también la bloguera detrás de La Psicomami. «En los seres humanos no se aplica el concepto instinto precisamente por esto, porque no hay nada que nos lleve sí o sí a realizar una conducta», continua la experta.

«¿Has oído algo?».

O sea, ¿que nos han estado tangando vilmente? Como puntualiza la psicóloga, no es lo mismo instinto que impulso o tendencia, ¡acabáramos! Y ahí está precisamente el quid de la cuestión. Para considerar una conducta como instintiva tiene que tener una serie de características concretas: ser automática, irresistible, no requerir de entrenamiento, darse en todos los miembros de la especie y, además, ser inmodificable. Vamos, que no, que el instinto maternal no cumple con esta etimología.

Es verdad que podemos tener el deseo de tener hijos, incluso que sea un deseo muy fuerte, pero no le sucede a todo el mundo y está bien así.

Se puede tener deseo o no de tener hijos, pero no existe un ‘instinto’ que nos predisponga a ello. © Carolina Mozzato

Hasta hace poco tiempo tener hijos era la única posibilidad socialmente aceptada si eras joven y estabas casada (que tampoco había otro camino, sin apenas métodos anticonceptivos al alcance de todos): era la culminación de tu felicidad y tu realización total como mujer (¿?). Y lo que se esperaba que hicieras. Se miraba con pena y la cabeza un poco ladeada a las personas que no tenían bebés, «pobres, no podrán». Por suerte, la situación está cambiando (estaría bien darlo como algo ya completado «esto ya ha cambiado», pero la realidad es que todavía estamos en ello).

Y luego está Beyoncé que decide cómo anunciarlo.
  • ¿Todas las mujeres sentirán la llamada del ‘reloj biológico’?

Obviamente no. Algunas tuvieron muy claro desde jóvenes que no tenían intención de tener hijos; «Yo siempre lo supe» nos cuenta Gema, «mis amigas soñaban con ser madres y tener niños y yo nunca. Es verdad que durante un tiempo no estaba mi vida amorosa como para planteármelo siquiera, pero tampoco fue algo que me agobiara en absoluto. Tuviera o no pareja, no entraba en mis planess. Y no es que no gusten los niños. Me lo paso genial con mis sobrinos y disfruto mucho de los peques de mis amigas, pero simplemente no tengo necesidad de tener los míos propios», reconoce.

Teresa se casó muy joven: «¿A dónde iba yo casándome con 20 años? ¡Estaba loca!», se ríe, «lo cierto es que a mí los niños me encantan pero precisamente por eso no quería tenerlos  a toda costa. Quería poder educarlos, cuidarlos, disfrutar de ellos… y tal y como está montada la vida no lo veía nada claro. Ahora tengo 45 y la verdad, no me arrepiento de la decisión que tomamos de no tenerlos», recuerda.

Pues es mono…

Por el contrario otras confiesan lo contrario: «Con 25 años rompí con el que era mi novio de entonces y mi mayor preocupación era ‘¡Dios mío, no voy a poder tener hijos!'», dice Laura. «A esa edad ya iba buscando desesperadamente al futuro padre de mis hijos. No sé qué hubiera sido de mí si llego a tener problemas para concebir. No quiero ni imaginarlo», prosigue.

«No, no oigo nada».

¿El problema? Que la sociedad sigue metiendo sus narices en las decisiones reproductivas de las mujeres y muchas se sienten juzgadas y presionadas por esa frecuente e indiscreta pregunta del ‘¿y los bebés para cuando?’. «Parece que tengas que tener hijos porque sí. A mí me acribillaron con la preguntita hasta que vieron que los años pasaban y nada», explica Teresa.

«Habla con mi mano, pesao'».
  • ¿Estamos las mujeres programadas?

La palabra instinto cobra algo de sentido cuando el bebé está con nosotros. Como nos cuenta nuestra psicóloga, Mamen Jiménez, en este caso sí que estaríamos ante la aparición de la necesidad de protegerle y cuidarle, como medio para la perpetuación de la especie y evitar la extinción. Pero ¡ojo! ¡No se trata de un instinto que solo tenga la madre!

Un estudio de la Universidad de Saint-Etienne apunta a que madres y padres son capaces de distinguir por igual el llanto de su bebé y que esta capacidad no tiene que ver con el género… sino con el tiempo que se pasa con él. Es decir, amiguis, que por la noche a los niños los oyen exactamente igual los dos y no existe la excusa de que «es que yo soy hombre, de estas cosas nos enteramos peor».

 

  • La biología, el auténtico reloj

La vida tal y como está montada hace que todo lo hagamos tarde. Nos emancipamos tarde, empezamos a trabajar cuando podemos, nos casamos en la treintena, tardamos la mundial en tener una estabilidad económica y posponemos el tener hijos. Y ahí sí que la biología nos da un toque: por más que creamos que siempre vamos a ser jóvenes solo lo seremos de espíritu, a partir de los 35 años los problemas de fertilidad son muchísimo mayores de lo que pensamos. Lamentablemente para las mujeres biológicamente existe una edad máxima a la que ser madres. Y sí, esta llega incluso antes de la menopausia.

Así que ten hijos o no los tengas: es tu decisión. No existe el reloj biológico, no existe el instinto maternal y lo que existen son deseos y decisiones adultas (en la mayoría de los casos, claro). Toma la que consideres y no permitas que decidan por ti.

No existe el reloj biológico, no existe el instinto maternal y lo que existen son deseos y decisiones adultas. © Fred Meylan