Hoy, 23 de junio, en Madrid, se celebra la 40 edición de la marcha del orgullo por la diversidad y sus derechos incluyentes a la sociedad. Con un poco de historia y un colibrí con las alas abiertas como símbolo de representación instaurado; en junio de 1977 se realizó la primera manifestación a favor de los derechos de personas homosexuales en Barcelona. Apenas se concentraron 4000 personas y fueron disueltas por la fuerza. Al año siguiente, en 1978, la manifestación fue autorizada en Madrid y, desde entonces, a excepción de 1980, el Orgullo se celebra en Madrid.

Aunque algunos puedan pensar que la fecha es aleatoria, en realidad coincide con el aniversario de los disturbios de Stonewall, un bar gay ubicado en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, en el que tuvo lugar una redada policiaca con violencia la madrugada del 28 de junio de 1969. Ese fue el punto de inflexión para un estrato de la sociedad que había sido víctima de la persecución de las autoridades. A partir de ese momento, la comunidad LGTBI creó organizaciones activistas que en un año lograron vencer obstáculos de clase y de género para formar una comunidad. Al año de aquel suceso, se realizaron las primeras dos Marchas del Orgullo Gay en Nueva York y en Los Ángeles, donde se exigía la libre expresión sexual y se protestaba en contra de la represión social y policial.

Bill Clinton y Barack Obama contribuyeron a esa ola de solidaridad instaurando junio como el mes LGBT, pero esto se remonta mucho más allá de una política. Entre muchas otras cosas, se trata de un movimiento humano, con emociones y con brillo propio que hace un cambio, no solo en la historia, sino también en la conciencia humana. Es momento de encontrar esa tolerancia que tanto nos ha faltado por motivos tan absurdos como las diferencias de color o la no comprensión de culturas e ideas religiosas.

Y después de abordar el corazón del movimiento, es momento de abrir los ojos a la luz que refracta como efecto colateral. Desde hace cuatro décadas, junio nos recuerda día a día que existe la capacidad para luchar por derechos humanos, por la realización del amor y la identidad, por la capacidad de encontrar el amor en cada ser humano, comprender que su naturaleza va más allá de etiquetas y géneros instaurados; no es la preferencia sexual o la identidad de género al que hoy nos tiene aquí, no es demarcar la diferencia o el porqué de la definición homosexual, es defender que todos somos personas.

Porque hay una marcha capaz de darle color al gris de la monótona idea de que las mujeres son inferiores por costumbre y que el amor solo se encuentra en la llamada institución del matrimonio heterosexual; donde los indígenas son comunidades fuera de oportunidades. Una causa no se defiende solo con un hashtag, sino allí afuera, con la voz, con la pluma, con la mano extendida, con el amor de la visita, con la convicción y los pasos por reforma este día para recordar y reconstruir con cada año un mensaje claro; el respeto.

Un respeto que se construye día a día hasta convertirse en paz, que se forja con nuestro trabajo, nuestro apoyo y no con mi preferencia, ni mi género o mi forma de vestirme. El amor es amor y el respeto el motor que lo hace funcionar.

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