El feminismo incita al odio contra los hombres. Las feministas son todas unas resentidas. Malfolladas. Lesbianas -¿qué tendría de malo?- porque no las aguanta ningún hombre -ah, que la parte mala era esta-. Feas, con una buena mata de vello axilar por decirlo suavemente, sucias, quieren dominar al macho para conseguir la supremacía femenina (se cree el ladrón…) y buscan establecer privilegios para las mujeres cuando ya tenemos todo conseguido. Además, no son feministas “de verdad”, son hembristas o feminazis (la diferencia entre ambas categorías solo puede discernirla un hombre).

El término tiene tantas connotaciones negativas que a Emma Watson le recomendaron que no nombrara la palabra ‘feminismo’ en su famoso discurso en la ONU para HeforShe: «Me animaron a no utilizar la palabra ‘feminismo’ porque pensaban que era alienante y separatista y la idea del discurso era involucrar al mayor número de gente posible», confesaba después la protagonista de Harry Potter a Evening Standard.

No hay más que hacer una búsqueda en Google para ver que el machismo ha encontrado mil ‘argumentos’ para convencer de que el feminismo es tan infantil, innecesario y profundamente absurdo que solo incita a la ‘guerra de sexos’. Por eso desde Grazia hoy nos preguntamos… ¿Por qué tanto odio?

¡¿Cómo Emma Watson, una chica tan mona y aseadita, iba a relacionarse con la palabra 'feminismo'?! © Cordon Press
¡¿Cómo Emma Watson, una chica tan mona y aseadita, iba a relacionarse con la palabra ‘feminismo’?! © Cordon Press
  • No sin mi privilegio

El primer análisis es fácil: nadie suelta por las buenas los privilegios de los que ha disfrutado durante siglos sin cogerse antes una buena pataleta. Es de primero de Humanidad. Los hombres llevan mucho, mucho tiempo siendo el centro del universo y ahora que venimos a decirles que sus cosas no interesan tanto, arde Troya. Y por supuesto, la culpa siempre es de la Helena de turno.

Las mujeres de ahora ya no respetamos nada, no sabemos la suerte que tenemos, nos han ‘dado’ el voto, no tenemos que ir a la guerra (las soldados kurdas mueven la manita y mandan recuerdos) y ya ‘casi’ no nos matan, o no tanto como en otras partes del globo. En fin, que mejor que nadie toque esos privilegios que siempre negarán que existen porque eso supondría reconocer que lo han tenido todo regalado, porque podrían dejar de ser taaaaan buenos. Y entonces ya sí que íbamos a protestar, pero por algo. Adorable.

Un grupo de mujeres americanas piden el voto en 1913 (no lo conseguirían hasta 1920, y fueron de las primeras).
Un grupo de mujeres americanas piden el voto en 1913 (no lo conseguirían hasta 1920… y fueron de las primeras).
  • Misoginia: Lo femenino repele

“¿Misógino yo?, pero si me encantan las mujeres”: lo que suele querer decir el caballero es, ni más ni menos, que le encanta consumirlas. Verlas, tener contacto sexual y poco más. Siempre y cuando cumplan ciertas exigencias. Que sean calladitas, pasivas, que vistan bien, que estén siempre impecables y no sean ‘zorrones’. En resumen, que no, no le encantan las mujeres. Al caballero de la cita le gusta utilizarlas como objeto de consumo, siendo él siempre el centro, el consumidor.

Lo femenino no gusta. Vivimos, -desde los tiempos en que se inventaron que Pandora casualmente una mujer destapó todos los males conocidos-, en sociedades muy misóginas, donde todo lo remotamente relacionado con la feminidad, repele. La menstruación es un asco, que las mujeres tengan vello corporal (como la mayoría de los hombres) es horrible y antihigiénico, dar el pecho en público una cerdada o una provocación, ser muy sensible es no tener agallas y ser flojo, inmaduro y poco válido; en general todo lo ‘afeminado’, lo que recuerda a la mujer es repudiado y tomado como insultante o de segunda.

Las niñas juegan con estúpidas y superficiales Barbies y los niños al gran y noble deporte que es el fútbol. ¿Alguien dijo ser hombre gay y tener pluma? Imperdonable, hasta por muchos de los propios hombres gays. En un contexto así, cualquier cosa que defienda lo femenino es una aberración, una tontería y sobre todo, una lucha de segunda. No resulta demasiado extraño, ¿verdad?

Cualquier cosa que defienda lo femenino es una lucha de segunda.

  • ¿Por qué feminismo y no… todosigualismo? Miedo al nombre

Con este panorama, ¿a quién le extraña que un movimiento cuyo nombre empiece por fem- y que haga alusión directa a la liberación de la mujer, caiga peor que el nombre de tu ex- dicho en el peor momento posible? Molesta, escuece y empiezan las ruedas de acusaciones. “¿Pero si busca la igualdad por qué se llama solo feminismo? Si buscase la igualdad de ambos géneros, no llevaría solo el nombre de uno…”; “¿Por qué no llamarlo igualitarismo o humanismo o mujeryhombrismo o… *Inserte aquí la locura más grande que se le ocurra seguida del sufijo -ismo*?”.

Respuestas rápidas: Uno, porque el feminismo es un movimiento político que reivindica los derechos de las mujeres, dado que los hombres ya los tienen de facto. Pedir igualdad de derechos para los hombres sería como pedir hospitales para gente no enferma o becas comedor para los Kardashian. Dos, porque el igualitarismo y el humanismo son movimientos que ya existen y que tienen otras bases teóricas y sobre todo, y bonus track, porque el movimiento por la liberación de la mujer no tiene por qué llamarse como no incomode a los hombres o como a ellos les parezca más adecuado por petición popular. Se trata de un movimiento que busca y cuestiona la dominación de varones sobre mujeres… La paradoja es suficientemente obvia.

¿Que por qué sigue siendo necesario el feminismo? Por ejemplo, porque cobramos menos que nuestros compañeros hombres (hasta Jennifer Lawrence).
¿Que por qué sigue siendo necesario el feminismo? Por ejemplo, porque cobramos menos que nuestros compañeros hombres (hasta Jennifer Lawrence).
  • Es cosa del pasado, mujer

“Las feministas de antes sí que pedían cosas sensatas, las de ahora solo chorradas”, “antes pedían el derecho al voto y ahora el derecho a enseñar las tetas” y todos esos grandísimos argumentos de primera fila de taberna. De nuevo, son los tíos los que tienen que darnos el visto bueno para protestar por algo. Si no, es absurdo andar peleando por cosas que ya-nos-lo-dicen-ellos, son una estupidez.

Aquí entra muy en juego el genial efecto Dunning-Kruger: los individuos con pocos conocimientos sobre un tema tienen un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que personas más versadas en el tema. Vamos, que cuanto menos sabes de un tema, más opinas. Y estos tipos no se cansan nuuuuunca de opinar. “¿Pero qué vas a saber tú de tu propia opresión, nena? Nada, nada, no lo has entendido bien, deja que papi te explique”. Las risas vienen cuando vemos que a las sufragistas del XIX ya las insultaban y amenazaban en su época con propaganda Anti Sufragette. Las consideraban vagas, odiahombres, extremistas y potenciales destructoras de la moral y la civilización, pretendiendo cosas tan radicales como que su marido hiciese la colada en casa. En su día también fueron unas brujas malignas, -¡sorpresa!- tal y como quieren hacer parecer a las feministas actuales. Pero ha cambiado todo tanto, que total, para qué ponerse a luchar por nada, ¿no? ¿…NO?

Carey Mulligan en un fotograma de 'Sufragistas'.
Carey Mulligan en un fotograma de ‘Sufragistas’. © Cordon Press

Lo que no parecen querer ver las hordas antifeministas es que el machismo no es todavía cosa del pasado: segregación en las escuelas apoyada por gobiernos, brecha salarial, menor número de mujeres en cargos directivos, opiniones misóginas camufladas como chistes… y lo que es todavía peor, violencia machista en grupos de personas cada vez más jóvenes, cosa que tampoco es de extrañar viendo el contenido de los canales de los youtubers más famosos de España. Esto es nuestro presente. Y tenemos derecho a cambiarlo, por mucho que nos digan que quien ose hacerlo nunca tendrá marido ni unos niveles de vello corporal socialmente aceptables.

Así que, ¿cuál es el problema con el feminismo? Que molesta, que pica. Y si pica, cura. Que nadie nos diga nunca que debemos tener la aprobación de otros para luchar por nuestros propios intereses. Eso, eso sí que es cosa del pasado.