«Este fin de semana, Alfonso y yo hicimos una escapada a un hotelito rural maravilloso. Hemos vuelto de allí como nuevos. Todo relax y desconexión», me comentaba el otro día mi amiga Marisa. ¡Claro!, cómo no van a venir levitando si ese ‘hotelito rural’ es un cinco estrellas con spa. Su plan y su frase hicieron que me diera cuenta de cómo nos la ha colado el marketing con el término de lo rural. De eso y de que mi amiga y su marido están forrados.

¿Podemos acuñar el término de ‘postureo rural’? © Alexis Armanet

Según la RAE que me gusta a mí mirar un diccionario, oye, rural es un adjetivo «perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores» y, amigos, mucho me temo que en todas vuestras actividades rurales no habéis tenido jamás que dar de comer a los animales teniendo en cuenta que para ti la fauna animal empieza con el cocodrilo de Lacoste y termina con el galgo de Bimba y Lola, recoger boñigas, ordeñar, labrar, vendimiar… ¿Me equivoco?

Ya decía yo…

Para mí, lo que entendemos por rural hoy es al campo, lo que la saga Cincuenta sombras de Grey a las relaciones de pareja: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y cuidado ahí con los que penséis que mi antipatía hacia este término es puramente ocioso y sin fundamento. No, no. Pero igual que no soporto que llamen running al correr de toda la vida, tampoco paso por el aro lo de aceptar rural como animal de compañía. ¿Entendido?

Por eso, y porque quiero romper una lanza a favor de lo realmente rural, he aquí una serie de argumentos que, inevitablemente, os hará darme la razón…

No aceptamos rural como animal de compañía. © Alexis Armanet
  • ¿Por qué lo llaman casa rural cuando quieren decir casa en el campo?

Cuando era pequeña, solía ir todos los años a la casa del pueblo de una de mis amigas del colegio. Era de su abuela y estaba en Hoya Gonzalo (Albacete). Recuerdo que no tenía calefacción, ni aire acondicionado y que teníamos que ducharnos en cinco minutos porque el agua caliente se acababa. Las camas eran muy antiguas, con cabeceros de hierro y colchones con muelles, y había un orinal debajo de cada una. La cocina era muy pequeña y no había microondas. Ah, y cómo no, tenían un corral en la propia casa.

Y si te descuidabas te encontrabas a este guardaespaldas en tu puerta. ©Instagram @mularczykowa

ESO era (y es) una casa rural. Sin los lujos propios de los pisos y chalets de las ciudades y con un auténtico zoo a tu alcance. Otra cosa muy distinta es alojarse en una casa u hotel en el campo. La diferencia, obviamente, es que está ubicada en medio de la naturaleza, pero con las comodidades propias de la gran ciudad.

Y ojito con decirme que ahora en los pueblos también hay casas que están muy bien. Que sí, pero esa no es la cuestión. El tema es que nos creemos que somos rurales porque nos vamos a un hotel de cuatro estrellas en mitad del campo. Eso, amigos, es querer coger peces y no mojarse el trasero. Perdonadme la expresión.

¿Precioso? Sin duda. ¿Rural? No flipes. ©Instagram @lacasadelostomillares
  • Una boda de cuento de hadas (que no de cabras)

He tenido el honor de acudir a más de un enlace denominado rural. Y he de decir que mi decepción fue monumental. Esperaba encontrar alpacas apiladas como si de una fiesta country se tratara, gallinas corriendo de un lado para otro, animalicos pastando por el monte, deseaba degustar un arroz con conejo o unos buenos chorizos y morcillas propios de la época de matanzas… Pero no. Lo único que hubiese podido considerarse rural fue la botella de agua de Solán de Cabras que trajeron a mi mesa.

Un banquete muy cuqui, pero de rural solo tiene las flores. ©Instagram @slulsette_damiuls.

Que las fincas se han puesto de moda para celebrar bodas es un hecho. Sin embargo, queridos novios, montáis carpas enormes que llenáis con mesas de caoba, sillas de diseño aunque con apariencia rústica, copas de cristal de Murano, vajilla de porcelana, barra de gin tonics, sushi,… Que ese es otro tema que merece un paréntesis: ¿de verdad te estás casando en un cigarral en Toledo en plena ola de calor y plantas en el menú comida japonesa?

Hasta el chef Gordon Ramsay se echa las manos a la cabeza. Normal.

Ponme un buen plato de jamón, un chato de vino y un pincho de tortilla, y déjate de postureos.

  • El toque rural en un dúplex en plena Puerta del Sol (por ejemplo)

Pero no solo el turismo y las bodas han hecho su agosto con el término rural, la decoración también ha querido sacar provecho. Ahora, junto a los flamencos y los cactus, Ikea y compañía quieren que convirtamos nuestros hogares cosmopolitas en auténticos paraísos ‘pseudorurales’. Madera por doquier, lámparas de hierro, muebles clásicos… ¿Me estás contando que tengo la parada de metro debajo de casa, pero mi piso tiene que parecer un anuncio de La vaca que ríe?

Si bonito es, ¿pero qué hago yo con la lámpara del rey Arturo en mi salón? ©Instagram @apartmenttherapy

¿No estaremos confundiendo lo rústico con la rural? Resumiendo, la casa del abuelo de Heidi sí que era rural. Y eso nadie me lo podrá discutir.

Otro día, si queréis, hablamos de las cestas de paja, las pamelas y las alpargatas. © Alexis Armanet