Explicar a mis amigos que tenía que asistir a un taller un viernes por la noche despertó inmediatamente sospechas. ¿Qué tipo de curso era ese que tenía lugar en una coctelería liberal cuando ni siquiera el sol podía estar presente? La respuesta no era fácil de explicar. Iba a aprender a dar un masaje genital organizado por la web Wyylder, desde donde me aseguraron que sería capaz de lograr que un hombre tuviera una nueva erección pasados tan solo unos minutos tras haber eyaculado.

Algo así fue mi clase… © Cordon Press

Lo sé, quizás no pueda indicar en mi LinkedIn que he asistido a este curso, pero no niegues que resulta demasiado curioso –e inquietante- como para no probarlo. Porque yo tenía varias dudas acerca de la metodología a seguir. Por ejemplo, ¿era un taller teórico o práctico? De ser práctico, ¿qué usaríamos para poner, digamos, las manos en la masa? ¿Un consolador, un plátano o un pene? “Lógicamente, no nos van a enseñar a dar un masaje usando un pene”, me dijo mi amiga mientras comentábamos nuestras dudas antes de entrar. Spoiler: estaba equivocada.

Más o menos así nos quedamos cuando nos enteramos que sería un taller muy práctico.

La duda la resolvimos muy pronto. Cuando pregunté al organizador del taller cómo nos iban a explicar cómo dar este masaje mágico, me aseguró que él ejercería de modelo. También me comentó que la holandesa encargada de enseñar a dar este prometedor masaje se lo había practicado en una fiesta la semana pasada (yo no sé a qué tipo de fiestas vais vosotras, pero lo máximo que te dan en las mías es una cerveza) y que era prácticamente milagroso.

“Pasemos a la mazmorra”, dijo la dueña del local. Imaginad lo que pasó por mi mente. ¿Acaso estaba a escasos segundos de marcarme un Cincuenta Sombras de Grey? Los asistentes la seguimos y vimos cómo el organizador estaba sentado en una silla iluminada con una incisiva luz cenital sin pantalones ni calzoncillos. Desde luego, no estaba en un curso de macramé. Evité mirar a mi acompañante (y hasta esa tarde, amiga), que en esos momentos me odiaba con todas sus fuerzas.

La profesora nos habló de las bondades de los lubricantes de silicona para realizar este tipo de masajes. No sé cómo ocurrió, pero de repente me sorprendí con las manos impregnadas con lubricante. Miré a mi amiga, cuya cara a estas alturas parecía una réplica de El Grito de Munch. ¿Qué pretendían que hiciéramos con mis manos? Si te entra el pánico cuando vas a una obra teatral y el actor decide interactuar con el público, imagina el pavor al no saber si te van a llamar en cualquier momento para dar un masaje genital en público. En esos momentos, lamenté no haberme apuntado a un curso de cocina vegetariana.

De cocina vegetariana o de pintar cerámica, de ganchillo, de arte floral… pues anda que no tenía alternativas.

De repente, la profesora nos mostró con sus manos el punto más sensible del pene y comenzó a juguetear con sus manos con el glande del hombre. Mientras explicaba que había que aplicar mucha presión en el medio del pene para no dejar pasar la sangre, yo solo podía pensar que mi viernes se me había ido, literalmente, de las manos. Con la palma de la suya , la profesora apretaba el glande con fuerza y lo masajeaba haciendo círculos, y los ahí presentes comentaban la jugada y aplaudían las habilidades de la holandesa. Mis peores temores se hicieron realidad cuando de repente, invitó a las ahí presentes a hacer el masaje.

Y sí, esta fue mi reacción.

No quiero parecer a estas alturas de la película una mujer de mentalidad cerrada, pero no iba a masajear el pene de un desconocido en una mazmorra rodeada de gente. Llamadme estrecha si queréis. Y todo apuntaba a que realmente lo era, porque todas las mujeres se animaron a poner en práctica lo aprendido guiadas por el masajeado, que les iba indicando cómo tenían que actuar.

Yo solo podía pensar en que si en ese momento muriera por alguna razón, la llamada que recibiría mi madre diría algo así: “El cadáver de su hija fue encontrado en una mazmorra en la que un grupo de mujeres masajeaban el pene de un hombre cubiertas de lubricante”. Y dudo que la pregunta que hiciera mi madre fuera, “Un momento, ¿lubricante de silicona o de base acuosa?”.

Afortunadamente, y como demuestra el hecho de que este escribiendo sobre mi experiencia, sobreviví a la misma. Confieso que aprendí algunas cosas y que lo ideal habría sido ponerlas en práctica para saber si realmente había interiorizado el mensaje (¿o era el masaje?), pero el miedo escénico sexual pudo conmigo. Si te interesa el masaje del reseteo genital –el nombre me lo he inventado yo, pero suena cuqui, ¿verdad?-, te recomiendo que no lo hagas inmediatamente tras la eyaculación. Espera unos minutos, porque el truco está en apretar mucho y es posible que tu chico te ponga una orden de alejamiento si lo haces inmediatamente después de haber terminado.

Esta vez confieso que esta historia de final feliz literal tuvo un nudo argumental más turbador de lo que había imaginado, pero ya puedo decir el clásico “nunca te acostarás sin aprender algo nuevo”.