Nota aclaratoria: En ningún momento queremos asociar la idea de mujer a vagina o a unos genitales concretos. Entendemos que existen personas con pene, vagina o ausencia de genitales, independientemente de su género.


Estábamos bebiendo kalimotxo en un parque a altas horas de la madrugada. Ese solía ser el plan. Comprábamos vino barato y refresco de cola y nos lo tomábamos mientras escuchábamos CD’s en un radiocassette a pilas. Mis amigas y yo solíamos alternar con un grupito de chavales de nuestra edad que hacían gala de una misoginia rampante. Teníamos unos 18 o 19 años. Entonces, lo dijo: “El coño sabe fatal”.

Le miramos todas regular. Pero para qué engañarnos, por aquel entonces ninguna de nosotras era precisamente una feminist warrior, ni estaba empoderada, ni sintió el deseo irrefrenable de incrustarle el tetrabrick de tintorro por las zonas donde no da el sol. En cambio, le seguimos escuchando interesadas; alguna de mis amigas le dijo que si pensaba que sus genitales en cambio olían a rosas y él le dijo que no fuese a comparar. Que con lo de ellos, chupabas un poco «y ya se iba todo”, y con la vulva “no era igual porque eso segregaba todo el rato”.

Olor vaginal

 

Yo, por muy pardilla que fuese en aquel momento fatídico de mi vida, le argumenté que en realidad era justo al revés, anatómicamente hablando. Que el glande -que es lo que se introduce en la boca en una felación- sí segrega fluidos durante toda la relación sexual y en cambio el clítoris -que es lo que se supone que se debe estimular con la boca en el cunnilingus- no segrega ningún fluido per se. Por supuesto, el tipo me miró como a Satanás recién caído en la Tierra y me dedicó todo tipo de improperios como “malfollada”, “amargada” y o que “qué coño sabría yo”. Ninguna de nosotras, orgullosas portadoras de una vulva, podíamos opinar sobre un tema directamente relacionado con ellas.

No recuerdo si volvimos a hablar de ello, pero sé que no fue en absoluto la última referencia que escuché en aquella época y en muchas otras de mi vida con relación al supuesto mal olor del c*ño. Chistes sobre olor a pescado o pescadería, anuncios que sutilmente te dicen que necesitas un producto especial para que esa parte de tu cuerpo no huela a lo que debe oler, para que te depiles porque “qué asco los pelos” o “nadie quiere pelos en su comida” y otras historias para no dormir sobre amigos que se toparon con una compañera sexual con un olor tan insoportable que no pudieron culminar el acto.

No entraremos a valorar que, posiblemente, aquel tipo con el que coincidí en mi juventud habría practicado sexo oral con chicas en condiciones no muy propicias. Si nuestro tiempo de ocio lo pasábamos bebiendo -y por ende inevitablemente- orinando en parques públicos, no sería de extrañar que la chica no estuviese precisamente en las mejores condiciones de higiene posibles. Seguramente, y por mucho que él tuviese una teoría al respecto completamente alejada de la realidad biológica, él tampoco tendría sus partes como una mesa de quirófano. Seguramente, en otras condiciones y con otras cosas en la cabeza, él no hubiese dicho que aquello de “sabía fatal”, y tampoco lo habría extendido al resto de vaginas del planeta. Pero allí estábamos. Qué le vamos a hacer.

Vergüenza ajena a la de una, vergüenza ajena a la de dos...
Vergüenza ajena a la de una, vergüenza ajena a la de dos…

Parece obvio pensar que los genitales no huelen o saben mal de por sí, que es una cuestión de higiene personal. Pero, por alguna razón, estaba perfectamente bien visto decir a voz en grito en mitad de un grupo de chicas pubescentes que sus partes íntimas sabían y olían de forma terrible; que, si alguna vez ejercían dicha práctica con alguien, deberían estar pensando que les están haciendo un favor, porque aquello es un trance desagradable y nada placentero. Siempre viene bien el ejercicio de ver la situación a la inversa y se me vienen a la cabeza un centenar de insultos que podría recibir una mujer que dijese tan campante que los penes huelen peor que las cuadras del mismísimo infierno. Bollera, frígida, a-saber-con quién-te-juntas-tú, como poco. Pero como el que lo decía era un machito alfa de ni veinte años, todo eran risas y sumarse a la fiesta del chiste sobre lonjas y artículos de pesca de altura.

© Cordon Press
© Cordon Press

Entonces, ¿a qué huelen las cosas… que SÍ huelen?

Pues quizá, ni más ni menos que a lo que tienen que oler. Cada parte del cuerpo tiene su olor particular y las gónadas no iban a ser una excepción. Así que, ¿de dónde viene esa obsesión por venderle a las mujeres toallitas, jabones, desodorantes, salvaslips para llevar siempre las bragas impolutas bajo un trozo de celulosa encharcado, versión tanga, negro o noche, cremas y todo tipo de remedios para el olor de esta parte de su cuerpo? ¿Por qué esta zona de algunas mujeres debe depilarse, blanquearse e higienizarse hasta parecerse a lo que se lleve en la industria del porno?

El proceso se llama descoporeización. La imagen de mujer ideal que nos lanzan los medios es la de una ninfa etérea ajena a la gravedad y, en general, a todo. La mujer que sale depilándose con suavidad unas piernas sin ningún tipo de vello, la que sale divirtièndose en un parque acuático o bailando cuando tiene la regla… Nada parecido a ti, que te pones el chándal, te compras un bote de tu helado favorito y te encierras a ver Orange is the new black y a darte al ibuprofeno como si no hubiera un mañana. Cuerpos que huelen a nubes, a sonrisas, a brisa marina. A todo menos a cuerpo humano sano y limpio, al parecer. Es por medio de este tipo de mensajes publicitarios por los que, en el imaginario colectivo, el cuerpo de la mujer va perdiendo su materialidad. Una tiene que ser una mujer “de verdad”, pero a la vez no dejar de cuidarse y ser ella misma, natural, pero a la vez no tener vello, ni granos, ni rojeces, ¡¡ni mucho menos olor corporal!! El mensaje está clarísimo. ¿Alguien ha dicho teoría del doble vínculo? Igualito que aquello de echarse un desodorante que hará que tu aroma atraiga a las mujeres sin importar si eres feo o un cretino absoluto.

AHÁM.
AHÁM.

Si una googlea “olor corporal mujeres”, le salen del orden de doscientos mil resultados con remedios para paliar este supuesto mal olor de serie, así como multitud de posibles enfermedades a las que achacarlo. En cambio, si buscas “olor corporal hombres”, hay casi un millón de artículos sobre cómo este atrae a las mujeres y otros datos sobre química y atracción sexual. No hay anuncios en la tele sobre jabones íntimos para el pene; no hay toallitas para llevar encima por si necesitas entrar en acción y tu amiguito no va como la patena precisamente. El público se reiría durante días si viesen un anuncio sobre un desodorante para el miembro. Seamos serios.

La vagina, a diferencia del pene, se limpia sola. Es el exceso de higiene, siguiendo esta idea de que la mujer es sucia y hay que limpiarla «a conciencia», lo que trae consigo las micosis y los malos olores provocados por las infecciones derivadas de la destrucción de la flora natural de la zona. O sea, al final, terminamos oliendo mal por las complicaciones que conlleva el pánico al mismo. Este tabú alrededor del área genital de las mujeres con vulva puede derivar en traumas de los que luego se quejarán jocosamente energúmenos como el de la historia del principio. Temor al sexo oral, falta de iniciativa, falta de protección de la mucosa por depilar los labios en exceso o usar lubricantes de sabores que destruyen el “ecosistema” local.

Olor vaginal
El exceso de limpieza puede provocar la destrucción de la flora natural de la zona.

Podríamos decir que esto es violencia simbólica, un callejón sin salida en el que solo puedes arriesgarte a perder tu salud sexual por ceñirte a ciertos cánones y ser aceptada por una pareja, o bien ser tachada de guarra y antihigiénica cuando, en realidad, es justamente lo contrario puesto que el vello existe para evitar la entrada de bacterias a zonas delicadas. Sencillamente, en cierto momento de la historia se decidió que el vello corporal de las mujeres era sucio. Allá por 1915 se puso de moda enseñar los brazos y la industria decidió que las mujeres debían depilarse. En poco tiempo, no hacerlo ya era considerado una aberración.

En fin, amiga, tu c*ñ* huele a c*ñ*. Y olerá de una manera distinta según tu ciclo menstrual de forma perfectamente natural. Si está sano, no tienes de qué preocuparte. Depílate o no, usa mil productos de higiene íntima o ninguno en absoluto. Pero ten en cuenta que tu cuerpo no es algo sucio que tengas que modificar para que sea aceptable o deseable. En el porno ellos sabrán lo que hacen pero no es real, la vida real es tuya y, spoiler: «Nadie va a decir ‘acción’ ni ‘corten'». Así que, deja los tabúes para los juegos de mesa y mejor disfrútalo.