Se supone que debería ser tremendamente emocionante. Estás delante de una pantalla que podría mostrarte en vivo y en directo a tu próxima pareja. Esta vez podría ser la definitiva: detrás de un par de fotos de perfil inteligentemente escogidas y una somera descripción, a tan sólo 1,5 kilómetros de ti, se podría encuentra el siguiente gran amor de tu vida. No como ese otro amor de tu vida que acabó tan mal ni ese otro que no pudo ser… No. Esta vez está por escribir y va a ser diferente y fantástico. Y si no… pues quizá en el próximo match.

Pero donde tú buscas una barra libre de príncipes azules, otros son, digamos, más prácticos.

Te bajaste la app porque estabas harta de quedarte en casa mientras tus amigas hacían planes románticos con sus parejas. Porque salir de noche a conocer a alguien se había convertido en la última de tus opciones, viendo la fauna que habita las pistas de las discotecas si ligas de fiesta, ligarás con un fiestero, tú misma. Porque quedar con amigos de tus amigas o con los amigos de sus novios en plan cita a ciegas es dejar demasiadas variables a terceras personas y mira, lo de que hayan vuelto los 90 está bien para los chokers, pero todo tiene unos límites.

Te bajaste la app porque te aburrías, querías conocer gente y esa es la manera en la que se hace en 2017, siguiente pregunta.

¿Tu ‘smartphone’ se ha convertido en una barra libre de príncipes azules? © Cordon Press

Dating culture, hook up culture y el triunfo de lo inmediato

Reconozcámoslo, esto no es lo que esperábamos cuando hace unos años nos vendían las bondades de las app de ligoteo. Mirar en un mercado de personas solteras, cerca de ti y deseando conocerte y elegir con un ligero golpe de dedo y sin moverte de tu casa, quién será la afortunada. “¿Qué puedes perder?”, te dicen tus amigas. Bueno, para empezar, el tiempo. Si llevas años probando suerte en este tipo de apps, es probable que ya sepas identificar en 0,005 segundos si un perfil de Tinder es de un capullo insoportable o de un tipo medio normal.

Al otro lado de la pantalla puedes encontrarte con tipos que siguen las técnicas para ligar de Forocoches o con estafadores emocionales de primera división expertos en ghosting, benching, zombieing y otras formas variadas de hacerle el vacío a una persona para evitar rechazarla en la era 2.0. Ya sabemos todas que, ante una primera cita, los hombres tienen miedo a que su cita sea fea o gorda y las mujeres, de que su cita les mate. Vivimos con ello.

Ya hemos visto carteles en los bares que nos dicen que si nos sentimos incómodas con nuestra cita online, pidamos X bebida y nos ayudarán a llegar sanas, salvas y solas a casa. Ya hemos visto señores que ante el más mínimo rechazo, se vuelven agresivos. Ya hemos visto básicamente, de todo.

Las mujeres que tienen que enfrentarse a la experiencia de salir en citas con desconocidos, están hartas. Vale que ahora tenemos la grandísima libertad de elegir entre una serie de caras bonitas en tu zona para tener una aventura de una noche pero, ¿de verdad esto lo ha vuelto todo más fácil?

Puedes encontrarte con tipos que siguen las técnicas para ligar de Forocoches o con estafadores emocionales de primera división.

Nos encontramos ante una red social en la que impera el neoliberalismo emocional del ‘busque, compare y si encuentra algo mejor, pruébelo también’. Donde todo el mundo está buscando el vestido de sus sueños, perfecto y tal y como siempre y lo imaginó. Valga la metáfora. Ese vestido de ensueño que te queda como un guante a la primera, sin ningún arreglo, que está ahí fuera en alguna parte esperando a encontrarse con tus hechuras. Asumes que por el camino vas a tener que probarte unos cuantos vestidos feos, de segunda mano y con etiquetas que pican pero todo sacrificio es poco por El Vestido. Buscas y buscas y desechas uno y otro modelo en el proceso, sintiéndote frustrada y preguntándote si quizá tus expectativas textiles no estarán demasiado altas. Si tu cuerpo no es el adecuado para el tipo de corte que te gusta. Si lo de querer vestiditos no será una tontería infantil y deberías conformarte con un par de pantalones o un buen traje y unos tacones de infarto. Acabas en un bucle de decepciones y sin vestido. Y todo por estar tan obsesionada con la ropa, ¿verdad, pedazo de frívola?

Podríamos pasarnos la vida así.

Soledad en compañía: los problemas de la dating culture

¿Qué ocurre cuando una mujer pasa meses o años de su vida frustrada por tener que soportar el peso de las expectativas de vivir en la cultura de las citas? ¿Quién le devuelve el tiempo y el esfuerzo perdidos en encuentros horribles con tipos que hablaban de sus exnovias locas o de su teoría sobre los machos alfa y beta? ¿Cómo pedirles que tengan fe en encontrar al perfecto caballero que les venden las películas románticas, cuando ahí fuera sólo se encuentran manbabys insoportables con aires de grandeza? Complicado.

Tíos en plena adolestreinta que primero te colman de amor y atenciones para conseguir optar al premio gordo durante los primeros meses de relación, mientras tú desconfías y que en cuanto consiguen tenerte enganchada, salen corriendo como si fueses el mismísimo payaso de It pidiéndoles que entren en la alcantarilla.

Tú buscas al príncipe azul de las comedias románticas pero solo encuentras a tíos insufribles en la adolestreinta.

En la calle los asesinatos a mujeres no paran de aumentar, la violencia de género cala entre los más jóvenes y el machismo intenta normalizarlo y negarlo todo en los medios, ¿pero tenemos que salir altruistamente con tipos que no entienden unos mínimos de la decencia humana por el bien de la supervivencia de la especie? ¿O cómo es este invento?

Si todo este tinglado de la dating culture se está viniendo abajo es porque la autoestima de las mujeres se está viniendo arriba. Cuanta más autoestima tenemos, cuanto más feministas somos y más nos queremos, más empeño y seguridad ponemos en dejar claros nuestros límites y en hacer que se respeten. Atrás quedaron los tiempos en los que aguantábamos las bromitas misóginas de nuestros “colegas” por seguir siendo parte del grupo o para ser aceptadas. Hace ya mucho de aquellos días en los que la misoginia interiorizada era el pan nuestro de cada día y estábamos dispuestas a tirarnos de los pelos con cualquiera por la atención momentánea del tontaina de turno.

¿Tenemos que salir altruistamente con tipos que no entienden unos mínimos de la decencia humana por el bien de la supervivencia de la especie?

Cada vez menos mujeres se creen premisas del tipo “es que le va mal con su novia y por eso tontea conmigo” o “es que si quieres estar con él, tienes que aceptar sus infidelidades porque él es así” o “es que su ex estaba muy loca y ahora el pobre desconfía de todo el mundo”.

«Busque, compare, y si encuentra algo mejor…»

Cada vez identificamos mejor los comportamientos abusivos, cada vez nos ponemos más en el centro a nosotras mismas y a los cuidados. Cada vez somos más conscientes del trabajo emocional extra que nos toca hacer con casi cualquier hombre de nuestro entorno y cada vez nos damos más cuenta del gran timo que ha supuesto el mito del amor romántico durante la Historia. Asistentas, madres, cocineras, psicólogas, amantes gratis a cambio de poco más que un techo y el derecho a parir a los hijos de alguien. ¿Creemos que estamos ya muy lejos de todo esto? Quizá convendría mirar las cifras de mujeres que siguen conviviendo con sus agresores durante años por no poder permitirse otra cosa. Hoy en día, siglo XXI.

La cultura de las citas, tal y como la conocemos, es tan Patriarcado como el resto de productos que nos vende esta sociedad. Si ahí fuera la gente es machista y misógina, ¿a quien vamos a encontrar en una red social? Al final todo depende de si estás buscando unas risas por chat, un lío sexual rápido y fácil, encontrar a gente con la que pasar el rato sin más o al futuro padre de tus hijos. Exactamente igual que en la vida real. Pero mejor ser consciente de ciertas dinámicas y estar atenta a ciertas banderas rojas, solo por si acaso.

Porque después, en la vida real, cuando las cosas salen mal en el terreno afectivo, no todo es tan fácil como deslizar el dedo hacia la izquierda.