Por Javier Olivares

Los niños jordanos rara vez suspenderán geografía. El Estado les ayuda a hacer los deberes: cualquier localidad con más de cinco familias está obligada, por ley, a construir un centro educativo. Y tampoco es que haya mucho accidente orográfico que empollar, ya que el 84,2% del territorio es desértico. Pero no existen dos valles iguales, y compiten en fotogenia con los de los Alpes. Es célebre el desierto de Wadi Rum, el de Lawrence de Arabia, aunque, cada poco, el arcén invita a parar para echar un vistazo panorámico. Memorizar tanta belleza sí que tiene mérito.

Dos cosas saltan a la vista rumbo al sur, desde Amán, la capital del país: las siluetas intencionadamente malheridas de los edificios, con cimientos a la vista en la azotea para que las nuevas generaciones perpetúen hacia arriba la vivienda familiar, y la proliferación de olivares, antes de que se instale el secarral en la ventanilla. Se ha prohibido importar aceite, para que la población consuma el oro líquido local.

Al Tesoro de Petra se accede tras recorrer los 1.200 metros del desfiladero de Siq. En la fachada apenas da el sol hora y media durante los meses de verano –por fortuna–, lo que enaltece su visión al atardecer. © Luis Rubio

LA BIBLIA EN MÁRMOL

Israel y Jordania no solo comparten frontera e historia. También los escenarios del Antiguo Testamento. En Jordania está Betania, lugar del bautismo de Jesús en aguas del Jordán, y el Monte Nebo, donde Dios mostró a Moisés la Tierra Prometida. Un mirador panorámico recrea el episodio y permite avistar lo que hoy son Israel y los Territorios Palestinos. En días de mucha claridad (nunca es el que uno elige, casualmente) se divisa incluso Jerusalén. Sí se intuye Jericó (la ciudad habitada más antigua del planeta), el valle del Jordán y los riscos del desierto de Judea. Un panel semicircular se asoma a la inmensa llanura para dar un repaso a la Biblia: “Ramala, 52 km”, “Lago Tiberiades, 106 km”, “Jerusalén y Monte de los Olivos, 46km”, “Belén, 50km”.

Una iglesia, recientemente inaugurada en el lugar como Memorial de Moisés, alberga un mosaico bizantino del siglo VI, con teselas de tres tamaños. Este documento pétreo, como el de la cercana iglesia de San Jorge de Madaba, ha ayudado a los historiadores a documentar la región: Israel, Palestina, Jordania… hasta el Sinaí. Estamos ante una de las joyas de la arqueología mundial.

Los mosaicos, el nácar y sus derivados son algo más que un souvenir en la vecina Madaba. La fundación Reina Noor fomenta la realización de obras a imagen de los vestigios romanos. Además, impulsa el empoderamiento de las mujeres. “En cada obra, que precisa un mes de la trabajadora, se emplean de 15 a 50 tipos de piedras”, cuenta Jenny, la encargada, uruguaya de origen.

En Petra, incluso el omnipresente desierto se vuelve amable a ojos del viajero. © Luis Rubio

RUMBO A PETRA

El camino desde Madaba hasta Petra requiere más de tres horas. Son 250 kilómetros por la Desert road (carretera del desierto), que sortea poblados beduinos, campos de alfalfa y sandías (dulcísimas las de Tafila) y ganado lanar. Coinciden en ella camiones, autocares políglotas y vehículos particulares. La ruta está mucho más transitada desde la guerra de Siria, ya que el tráfico comercial procede casi exclusivamente del puerto de Aqaba, al sur, en el Mar Rojo. Grandes contenedores de la multinacional Maersk suben y bajan por el mapa de Jordania a diario.

Además de las áreas de servicio, hay varias paradas inexcusables, como la imponente Reserva de la Biosfera de Dana y el Castillo de Shawbak, de los cruzados (siglo XII), a cuyo alrededor el sol sonroja las piedras al ponerse. Estamos a 1.350 metros, y cuentan que aquí incluso nieva en invierno.

Es un país poco castigado por la violencia, pero la guerra de Siria, al norte, ha estrangulado el tráfico comercial.

EXCAVADA POR LOS NABATEOS

Después de varios días en el país, el viajero puede distinguir sin titubeo en qué desierto se encuentra, como los niños jordanos. Es posible identificar los wadis (valles) por el color de las rocas y la arenisca. En Wadi Araba predomina el blanco. En Wadi Rum, la piedra roja.

Con razón los nabateos, ya procedieran de lo que hoy son Arabia Saudita o Yemen (los historiadores celebran aún congresos sobre el asunto), dejaron de ser nómadas: aquí las puestas de sol son impagables. Y con razón se instalaron en Petra en el VI a. de C., para aprovecharla como defensa natural frente a los romanos. La fama de la ciudad se ha visto multiplicada (aún más que por su aparición en La última cruzada de Indiana Jones) tras ser designada en 2007 como una de las Nuevas Maravillas del Mundo.

El pueblo de Shawbak, junto al castillo homónimo, se mimetiza con el valle de Aravá. Las leyendas de los cruzados franceses, del siglo XII, enriquecen el magnetismo del lugar. © Luis Rubio

La entrada al recinto se realiza a través del Siq, un estrecho cañón de 1,2 kilómetros (se puede recorrer a pie o a caballo, ojo a sus lastres orgánicos en el suelo) con paredes de hasta 80 metros de altura. Parecía difícil quedarse más boquiabierto, hasta que se advierte por primera vez la fachada de El Tesoro, al final del desfiladero. Épico sería también calcular cuántas fotos y capturas con go-pro se pueden tomar aquí al día. Un lugar realmente único.

Pero, para muchos, el auténtico tesoro está encofrado unos kilómetros más arriba, al abrigo de las montañas del Valle de Aravá. Se trata del Ad-Deir o Monasterio. Es mayor que El Tesoro (45×50 metros), regala magníficas vistas tras los más de 800 escalones de ascenso y procura sombras (ahora, en verano, se superan los 40 grados) en la encajonada garganta del paseo. Este edificio, también excavado en la roca, invita a la evocación. Hay un bar con abundante sombra en la que tomar un refrigerio. Pero desengáñese: aquí solo venden cerveza en los hoteles, y a precio de oro. Mejor conformarse con un té frío.

De regreso aguardan la Tumba del Obelisco, el alto del Sacrificio, la calle de las Fachadas, la Tumba de la Urna, la calle de las Columnas, la Tumba de Sexitius Florentinus… Definitivamente, Petra merece más de un día.

El mirador del Monte Nebo es una lección visual de Historia. Del Lago Tiberiades a los manuscritos de Qumram, todo sugiere evocación. © Luis Rubio

COSMÉTICA A FLOTE

El Mar Muerto, 418 metros bajo el nivel del (otro) mar, es el otro gran atractivo del país. Tiene nueve veces más sal que cualquier océano, algo que se aprovecha como milagro sanatorio desde tiempos de Herodes. Cuentan incluso que los egipcios compraron a los nabateos una especie de betún que usaban para los embalsamamientos. Hoy se obtienen grandes cantidades de potasio, lo que esquilma (a razón de un metro al año) este gran lago que solo nutre el débil río Jordán. Existe un proyecto de ingeniería japonesa que traería agua desde el Mar Rojo, a 270 km.

Mientras tanto, grandes resorts a la orilla explotan el balneario natural. El catálogo de productos que salen de sus aguas es inabarcable: máscaras faciales, barro para el cuerpo, crema para el dolor muscular… Las estrellas son el sérum y la crema antiedad, con 26 sales minerales, que vuelven locas a las orientales. “Vienen mayoritariamente indonesios y chinos”, cuenta Alí, comerciante de una tienda de cosmética en la autovía. “Antes de la guerra de Siria paraban 40 autocares diarios en temporada alta, ahora apenas 15 o 20”, calcula. No es Jordania un país especialmente castigado por la violencia, y Khaldun Omar, licenciado en empresariales y estudioso del asunto, intuye por qué: “Somos como los nabateos, nos llevamos bien con todos. Jordania se encuentra en una región céntrica y neutral que comparte con países como Egipto, Siria o Palestina. Pero es un país bastante abierto al mundo, y de alto nivel cultural, social y legal”.

Muchos vienen aquí a experimentar la flotabilidad y a embadurnarse de barro terapéutico a la orilla del Mar Muerto, donde proliferan resorts como el Kempinski Ishtar. © Luis Rubio

Se puede hacer un muestreo a pie de calle: las mujeres llevan hiyab (velo que deja la cara al descubierto), pero pocas se bañan con más textil que el biquini. “El mejor ejemplo de aperturismo y modernidad se plasma en la figura femenina, y en nuestra reina, Rania”, cuenta Ola Dana, ingeniera nutricionista. Aprovechemos su oficio: recomienda no irse del país sin probar la tahina (berenjena asada con sésamo), el mutabal (crema de berenjenas), la bamia (pariente cercano de la judía verde) y la muskan (pollo con cebolla, piñones y especias). Un menú que armoniza bien con lo que ya ha degustado la retina.