Moda
Amanece el primer día del año y, aún con la legaña, ya tenemos a media España hablando de la cuestión de estado de hoy: ¿fueron demasiado rápido las campanadas? ¿Tienes un remedio para la resaca? ¿Qué tal ha sido el estreno de Gustavo Dudamel en el concierto de Año Nuevo en Viena? No.
La cantidad de tela del vestido de Cristina Pedroche anoche.
La Pedroche hortera no, lo siguiente. Vaya pinta zorrón
— Pedro Sardina (@PedroSardina) 31 de diciembre de 2016
el efecto Pedroche es la prueba que el talento hoy no es necesario para alcanzar el éxito. Un par de tetas, tiran más que dos carretas
— ¡A puro grito! (@67quijote) 31 de diciembre de 2016
La Pedroche patrocinando erecciones de Año Nuevo desde 2015.
— Luis (@luis_LP95) 31 de diciembre de 2016
La tonta esta de la Pedroche se hace conocida por sus tonterías del vestuario y no por su profesionalidad
— Stylewoman (@Stylewomans) 31 de diciembre de 2016
Comentario de mi abuela al ver a la pedroche: Esta chica es muy guarra
— Ujfalusi (@DaniSanta98) 31 de diciembre de 2016
Un año más el vestido de ‘la Pedroche’ ha sido igual de revelador que el del año pasado. ¿Crees que enseñar ‘tanta carne’ le hace menos o peor profesional? Si has respondido sí, enhorabuena, formas parte del exquisito club de los que hacen slut shaming.
No, la profesionalidad de esta presentadora -ni la de ninguna otra, ni la de ninguna mujer- depende directa o indirectamente de la cantidad de cuerpo que se tapen, ni del tipo de ropa que usen ni sobre todo, de tu opinión al respecto.
Yo tendría unos 18 años y me gustaba uno de los chicos del grupo. Una noche, se alinearon los astros y nos besamos. Luego me acompañó hasta mi casa, donde nos besamos un poco más y adiós. Un clásico. Podría haber sido el comienzo de una bonita historia de adolescentes, pero en mi cabeza, en cambio, el recuerdo va hilado a la noche siguiente, en la que el resto de chicos de la pandilla se tomó la licencia de preguntarme al respecto. Heteronormatividad, divino tesoro.
En un tono indescriptible, entre lo jocoso y lo hiriente, procedieron a hacerme todo tipo de preguntas y afirmaciones sobre el encuentro. Obviamente el objetivo era saber si la cosa había llegado a más, dando por hecho que así había sido y tratando de avergonzarme por ello. Todo a la vez.
¿Qué más les daba si me había acostado con él o no? Y en caso de importarles algo, ¿por qué lo utilizaban para humillarme a mí y a él no? En su caso era algo muy normal y respetable, pero en el mío tenía que pasar por una suerte de ritual en el que a la vez se examinaba mi comportamiento y se me culpabilizaba por él. Esta era la revolución sexual que nos habían vendido.
Las zorras, esas que habían cometido el terrible delito de hacer lo que les daba la real gana.
Ni siquiera me había acostado con él pero qué más daba. ¿Lo reconocería si fuese verdad? ¿Cómo lo harían otras chicas que de repente sí quisiesen acostarse con sus conocidos? ¿Cómo podían soportar la mañana de después? ¿Y la vida de después? Esas chicas de las que todos hacíamos chistes en el Instituto, las zorras. Las que habían cometido el terrible delito de hacer lo que les hubiese dado la real gana con quien les hubiese apetecido, cuando ídem. Si es que realmente lo habían hecho y no estaban cargando con el sambenito por vestir una minifalda, ¿a quién le importaba realmente?
Dice la sabiduría popular que una ‘zorra’ es una mujer que hace gala de la misma moral que un hombre. ¿Qué era ser una zorra y sobre todo, por qué era tan fácil ser tildada de ello?
Slut-shaming: avergonzando a las mujeres por ser libres
Vivimos en una sociedad que impone a las mujeres unos estándares imposibles: una debe cuidarse y estar guapa, pero sin ser una frívola sin cerebro; estar siempre disponible para los hombres, pero sin resultar desesperada; estar sexy y tener experiencia para satisfacer a su pareja, pero no demasiada porque si te pasas, «un poco zorra sí que eres».
Si te quedas corta, una estrecha. Si tienes mucho carácter, quién te va a aguantar, pero si no tienes sangre en las venas no esperes que un hombre vaya a resolver todo por ti, que nadie quiere una carga. Ten iniciativa sexual, a nadie le gusta una sosa con la que tengas que hacerlo tú todo. Pero eso sí, hazlo con disimulo, si se sienten intimidados o les queda demasiado claro que no han sido los únicos, te despreciarán. Facilísimo, ¿verdad? Pues eso.
El término slut (o ‘zorra’) se refiere a mujeres de poca moral y promiscuas. Y slut-shaming, o tildar de zorra, es avergonzar a las mujeres por ser consideradas unas zorras, así de simple. Es una etiqueta con la que castigamos socialmente a las mujeres por tener autonomía propia.
Una mujer que es dueña de su vida sexual, que tiene relaciones con quien ella quiere, pero también una mujer que opina y no se deja doblegar. Zorra es, básicamente, una mujer que molesta. El slut-shaming solo se aplica a mujeres y personas transfemeninas, dejando bien claro el doble estándar sexual de nuestros días: a los hombres, por el mismo comportamiento, se les felicita.
Esto deja a las mujeres jóvenes -un colectivo al que históricamente se ha culpado hasta por respirar- totalmente confusas y desamparadas, indefensas y sin salida ante una sociedad que les dice que pueden ser libres, pero que luego les recrimina que “no tanto” o que “así no”. Una sociedad donde sus primos, hermanos y amigos pueden llevarse a cualquier rollo a dormir a casa, pero ellas no pueden hacer lo mismo ni con sus novios formales porque «imagina lo que diría la abuela».
Zorra es, básicamente, una mujer que molesta.
A todas nos suena de algo, mujeres que tienen la culpa de todo lo que les pase por haberse saltado las normas. Mujeres a las que han atacado apelando a aspectos de su vida sexual o personal. Mujeres que han subido fotos ligeras de ropa a alguna red social y han sufrido la ira de miles de trolls que criticaban lo poco que se respetaban a sí mismas y lo mucho que se merecían el acoso por cometer tal delito. Algunos tenían sus perfiles llenos de selfies semidesnudos pero no nos pongamos tiquismiquis, ¡ya hemos comentado que esto solo es aplicable a las tías!
Avergonzar a las chicas por ejercer su libertad sexual no es algo nuevo (¿alguien ha dicho La letra escarlata?) pero que esto esté a la orden del día entre los adolescentes no puede dejar de preocuparnos. Una sociedad que tolera el slut-shaming es definitivamente una sociedad que no respeta la libertad de las mujeres.
Combatir el slut-shaming
El slut-shaming es machismo, oprime a las mujeres y les impone unos estándares imposibles de moralidad que por otra parte, nadie más respeta en esa sociedad que le grita que no sea tan zorra. Sirve para normalizar y justificar la violencia machista porque claro, ella le puso los cuernos, ¿cómo quería que reaccionase? O bueno, es que ella tonteaba con otros, normal que se pusiese celoso y se le escapase la mano. Se fue sola con un desconocido a su casa, siendo tan imprudente parece que iba pidiendo que le hiciesen algo. No eran novios, no puede ser un caso de violencia de género, qué tontería. Ya habían mantenido relaciones sexuales previamente, cómo va a ser violación, se pondrían las cosas un poco violentas y ya está. La víctima se había acostado con medio campus, ¿de verdad vamos a creer que justo esa noche a ese chico le dijo que no?
Suma y sigue. Pasa todos los días en los juzgados del mundo entero, víctimas a las que nadie cree, a las que se expone públicamente contando cada detalle peliagudo de su pasado sexual para desacreditarlas. Mientras tanto, los agresores lloran ante el Juez asegurando lo buenos chicos que son y todavía, consiguen que muchos les crean.
¿Por dónde empezamos a la hora de erradicar esta forma de violencia? Como siempre, lo primero es hacer examen de conciencia. La misoginia interiorizada es real y hay que dejarla atrás. Nada de llamar zorra, puta, fulana, cualquiera y ese larguísimo etcétera. Las mujeres no son la competencia a batir ni los rivales a superar. No son un espejo en el que compararse para seguir compitiendo, no tienen que serlo, podemos ser de otra manera. Podemos dejar de decir que Fulanita es una zorra porque ‘me ha quitado el novio’ o que Menganita ‘es muy puta porque el fin de semana pasado se acostó con Zutano y antes de ayer con Perico el de los palotes’. Como si algo de eso fuese asunto nuestro.
Podemos no ser condescendientes con nuestras amigas que tienen relaciones no monógamas cuando les damos consejos bienintencionados mientras seguimos pensando que «con tanto experimento ya se sabe». Podemos dejar de insinuar que esa compañera ha conseguido su puesto a base de ‘confraternizar’ con los jefes varones, cuando además sabemos que no es cierto. Podemos recriminar a otras personas que hagan esto mismo y en definitiva, no estamos atadas de pies y manos precisamente.
Nada de llamar zorra, puta, fulana, cualquiera y ese larguísimo etcétera. No son la competencia a batir ni los rivales a superar.
Ya basta de eso, basta de juzgar y condenar a otras mujeres por hacer lo que deseen con su cuerpo. Si ser una zorra es decir bien alto que te da igual lo que opinen terceros sobre tu vida personal y animar a otras mujeres a que hagan lo propio, entonces, tocará citar a las mismísimas Vulpess y decir aquello de: ‘Me gusta ser una zorra’.