Nuestros meses preferidos para darnos el ‘sí quiero’ son, según el INE y el sentido común, de mayo a octubre; es decir, la temporada de buen tiempo. Pero lo cierto es que, bien sea por incompatibilidades de calendario, por presupuesto o simplemente por amor al frío, cada vez más parejas deciden casarse en otoño o en invierno. Bien por ellos, las bodas nevadas son mucho más fotogénicas que los enlaces en la playa con la melena en la cara gracias a la brisa del mar. ¿El problema? El GRAN problema: el maldito ‘qué me pongo’ que se complica con la bajada de temperaturas.

Las invitadas a una boda invernal tienen un amplio abanico de posibilidades y recursos estilísticos con los que jugar: desde unos simples guantes de piel largos, para cubrir un brazo bajo una manga francesa, hasta un jersey de cuello vuelto bajo un vestido de tirantes (sí, que nadie arrugue la nariz, que lo hemos visto hasta en Valentino), para convertirlo en una opción perfecta para el frío. Pero hay más.

Los batines, especialmente en terciopelo, han tomado el relevo de los guardapolvos como prenda con la que cubrirse en ocasiones especiales. Y, si el termómetro se congela demasiado, aparece la confortable alternativa de los abrigos de pelo de colores.

Los pantalones son otro buen aliado en una boda de otoño: en versión mono o como complemento a una blusa o a un top asimétrico. Lo mismo ocurre con las faldas largas, que permiten mezclarse con una camisa de las que ya guarda el armario. En materia de vestidos, esta temporada ganan de nuevo por goleada los de terciopelo, seguidos muy de cerca por los de manga larga, que suman inmediatamente varios puntos extra de elegancia.

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