Has vivido la situación miles de veces: te vas de tiendas, te pruebas unos cuantos modelitos, esto me queda bien, esto mal, esto fenomenal, pasas por caja y te plantas con tus nuevas adquisiciones en casa. Estás contenta porque has encontrado ese trapito que llevabas buscando desde hace meses y fíjate, ha sido verte con él puesto en el probador y ¡preeeeeeemio! te quedaba como un guante. Mañana mismo lo estrenas, porque esto no puede estar guardado en el armario, el mundo tiene que verlo.

Pero a la mañana siguiente…

A la mañana siguiente se desata el drama.

Dramas que la moda no ha resuelto

 

Porque, claro, tú ayer te pusiste el trapito X, diste una vuelta para acá y otra para allá en ese mínimo espacio reducido que son los probadores ¿es posible que encojan cada día un centímetro? y claro que te quedaban perfectos. Tan perfectos como les queda a los maniquíes. Objetos sin vida que no necesitan doblar la rodilla ni un centímetro o que no tienen que salir corriendo detrás de un autobús o que llevan unos alfileres enganchados para que no haya ni una holgura que les haga enseñar cartón-piedra de más. Pero, ay amiga, tú tienes mucho que hacer en tu día y día y eso que ayer te alegró la vida hoy es un trapito más que no te acaba de convencer del todo frente al espejo de tu habitación. Y esta no es la primera vez que has descubierto que la ropa puede pasar de oscuro objeto de deseo a pesadilla textil sobre tu piel… 

¿Cuántos de estos dramas has vivido en tus propias carnes?

© Fotograma de Clueless (1993).
© Fotograma de Clueless (1995).

1. La cinturilla de los pantalones que provoca cortes de digestión pero deja medio culete al aire.
Tu drama favorito, sin lugar a dudas, porque lo has experimentado una y mil veces. Casi con cada pantalón que te has comprado, aunque cierto es que los vaqueros son los cabeza de lista con su capacidad para asfixiarnos. Y es que es matemático: pantalón que te ajusta a la cintura con una precisión milimétrica, cinturilla que se te clavará en el estómago y te hará sentir ganas de vomitar en cuanto lleves más de media hora sentada.

El recochineo máximo viene cuando, a pesar de no poder meter un centímetro de aire entre tripa y tela, descubres que en la parte trasera se te hace un hueco en el que puedes meter a otra persona entera, y a lo mejor hasta queda algo de sitio para un tercero, si apuramos. ¿Qué clase de magia negra es esta con la que se hacen los pantalones?

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2. La camisa que se abre y te hace enseñar más de lo debido.
Se ve que tener pecho no es compatible con tener camisas que te queden más o menos entalladas sin necesidad de que el botón situado a la altura de la delantera no parezca que va a explotar. Y encima está colocado de tal manera que, si te lo desabrochas, enseñas hasta el ombligo. No queda otra que comprarte una talla más grande y que no te ajusten los hombros o ponerte una camiseta debajo para no dar tanto al cante. O, por qué no, a lo loco, ¡lo que se ve, se luce, y lo que no, se pudre!

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3. La costura del zapato que te hace rozadura.
En invierno todavía lo compensas con los calcetines de montaña –porque este tipo de costura te hace socavones en el pie, no leves heriditas-, pero con los zapatos de verano no hay truco más allá que el llevar un cargamento de esparadrapo pegado al talón al que bien se podría dedicar un capítulo de Megaconstrucciones.

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«Quiero que sepáis que esto rojo es mi sangre».

4. La ropa que encoge con cada lavado.
Este también es un clásico de los dramas textiles. Te compras un vestidito sin mangas y por encima de la rodilla y, después de pasar por la lavadora, ha quedado reducido a unos tirantes que te aprietan horrores debajo de las axilas y con un largo que solo acierta a taparte la mitad de los muslos. ¡Y te ha pasado hasta lavando la ropa con agua fría! Claro, que una de cal y otra de arena, querida, porque también vas a sufrir con… (pasar al siguiente punto, ¡oh drama!).


5. El pantalón que se da de sí sin límites.
A este lo metes más veces en la lavadora de las que debieras para intentar que vuelva a su forma original. Pero vamos, que el truco tampoco te sirve de mucho, porque en menos de 20 minutos, tus pantalones skinny fácilmente se pueden haber convertido en unos baggy-boyfriend-saco de patatas como hayas caminado un poquito más de 300 metros. Eso sí, no te preocupes, que se han dado de sí de todas partes menos de la cinturilla. A esa no le vale ningún truco: te va seguir apretando el estómago hasta sacarte los higadillos, si hace falta.

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6. La tela de la que surgen millones de pelotillas.
A veces, incluso, te preguntas si no estarían las pelotillas en modo camuflaje, metiendo tripa y quedándose muy pegaditas al jersey para a los dos días, ¡zas!, aparecer por sorpresa y montarte una fiesta con tus 200 nuevas amiguitas redondas que te sonríen con mala baba desde todos los recovecos de tu prenda. Y da igual que utilices la antigua técnica del trozo de celo para intentar quitarlas, porque son como la leyenda de las canas, que te arrancas una y salen siete.

Lo de las canas no podemos confirmártelo, pero lo de las pelotillas… Ay, las pelotillas.

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7. La camisa que se arruga con mirarla.
Te has pasado un buen rato dando fuerte con la plancha a todas y cada una de las arruguitas que veías en tu camisa, te la has puesto cuando ya estaba más lisa que la propia tabla de planchar, te has agachado un momento para abrocharte los cordones de las zapatillas y, cuando te has levantado, has descubierto con horror que la dichosa camisa se ha convertido en una piltrafilla tan arrugada como recién salida de la lavadora. Quién te iba a decir a ti que en las fibras de los tejidos hay microacordeones dispuestos a jorobarte el modelito.

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8. La camiseta que pierde el color del estampado después de pasar por la lavadora, o el dibujo que se cuartea.
Que tu camiseta pase del color negro al gris sucio o que el estampado de tu camiseta se cuartee como una calcomanía es tan habitual que ya te has acostumbrado a decir “uy, no es que sea vieja, es que es vintage” aunque lleve solo dos meses en el armario. Quien no se consuela, es porque no quiere…

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9. 
La cazadora de polipiel que se convierte en una sauna portátil.
Vale, también tenemos que reconocer nuestra parte de culpa, y es que muchas veces pecamos comprando tejidos cuya calidad es ínfima con tal de ahorrarnos unos eurillos. ¿Y cuántas cazadoras supercool y superfashion tienes en tu armario que gritan “estoy hecha de puro plástico” nada más abrir la puerta? Pues eso, que por algún lado tiene que salir la trampa, y el efecto invernadero que conserva todo el calor y la humedad bien pegadito a tu cuerpo es un castigo por haber sido un poco tacañona.

Pero claro, es que esa chaqueta beisbolera con codos de terciopelo y llena de brilli brilli en el cuello es tan mona…

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10. Las medias que se te clavan en los dedos y en las caderas.
Esto sí que es una tortura propia de mentes diabólicas como la del mismísimo Satanás. ¿Cómo puede hacer una costura tan finita tanto daño? ¿Cómo es posible que hayas estado a punto de perder el dedo meñique por la gangrena? ¿Y cómo es que en la caja ponía que son medias que no marcan nada, y a ti te hayan sacado un michelín gigantesco en la cintura? Pues mira, no te sabemos decir qué se esconde detrás de todo esto, pero ahora ya sabes que no estás sola: sufridoras de la moda somos todas.

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